El Viento Del Amor. Guido Pagliarino. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Guido Pagliarino
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Историческая литература
Год издания: 0
isbn: 9788835407782
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de la obra deuteronómica, fuente bíblica de la que hablaré en el próximo capítulo, textos transportados por sacerdotes y escribas, hacen al lugar y la época, en las reflexiones teológicas de los deportados expresadas en primer lugar por Ezequiel y, hacia el final del exilio, por el Deutero Isaías, autor de los capítulos del 40 al 55 del libro de Isaías, extremadamente favorables a una maduración de la fe de Israel. La servidumbre babilonia se concibe en cierto modo por la gente más culta como una furia del Señor constructiva, dirigida, no tanto a castigar las culpas, lo que equivale a decir la indiferencia por el dios de Israel por parte de los hebreos y también la idolatría de otros, como a causar el arrepentimiento positivo y la vuelta a pleno culto de Yahvé.

      Los exiliados eran normalmente seguidores de la fuente bíblica deuteronomista, influida por los profetas anteriores al exilio, igualitaristas y populistas, pero entre ellos no se encuentra el profeta Ezequiel, que no solo tiene un vocabulario y estilo diferentes, sin también ideas legales distintas, las cuales pasan a un grupo de seguidores, cuyos estudios confluirán, después del retorno a Israel, en la escuela teológica sacerdotal, compuesta por archiveros y estudiosos de tradiciones en función del futuro, a los cuales debemos escritos como el libro del Levítico y la historia de la Creación en el primer capítulo del Génesis. La idea de Yahvé como creador tiene mucha importancia también en el Deutero Isaías, que concibe además la escena de Yahvé sentado sobre el trono en los círculos celestes, que declara solemnemente ser el primero y el último y que aparte de él no hay otro dios, porque los dioses de otros pueblos son solo ídolos de piedra o de madera que no pueden dañar ni ayudar a nadie: un claro paso del henoteísmo al monoteísmo.

      Al formarse un monoteísmo riguroso, se va creando la tradición espiritual del pueblo elegido por Yahvé, que se refleja por escrito en los nuevos profetas y en el Pentateuco, en los seis libros históricos posteriores y en los salmos.

      Por tanto, Babilonia se convierte en el lugar de la salvación: entra en la conciencia colectiva la idea de que Dios ha castigado a Israel por sus pecados de idolatría e indiferencia hacia Él solo para que meditara. En otras palabras, nace una concepción más refinada de Dios, se considera que no se ha tratado de una verdadera furia divina, sino de afecto por su pueblo elegido, del que Yahvé ha querido que aprendiera en el dolor solo para que volviera a Él. En estos años se adquiere una nueva conciencia de Dios, descubriendo que la historia del pueblo hebreo es enteramente una historia salvífica guiada por este. Surge la convicción de que Yahvé ha querido a los hebreos en la misma tierra que, según la tradición oral, había sido la de Abraham, para que, después de la expiación, Israel siguiera las huellas del patriarca: los profetas Ezequiel y Deutero Isaías razonan sobre el pasado y entienden, no solo que la servidumbre babilonia, como todos los males precedentes, tiene una causa precisa, que es el pecado de idolatría de Israel, sino también un fin providencial: su purificación para el retorno de Dios, para una nueva creación, un nuevo éxodo hacia Canaán, una nueva alianza después de la del Sinaí y un nuevo reino de Jerusalén. El dolor sirve para redimir, como se expresa en Deutero Isaías en los cantos del Siervo de Yahvé, un concepto que tendrá su culminación en Jesucristo. Después de haber comprendido que el amor divino por Israel no ha disminuido, los profetas en el exilio empiezan además a entender que hay que ser testimonio de Dios, sobre todo y también con un comportamiento ejemplar con el fin de convertir a otros pueblos a la fe en Él: Yahvé no solo quiere reconocimiento y vida para Israel, sino que desea lo mismo para todo el mundo, algo que se cumplirá siglos después con Jesús y su Iglesia evangelizadora.

      Cristo, remitiéndose a los cantos de Deutero Isaías, será representado en el Evangelio como el siervo inocente de Dios que sufre por la salvación de todo el género humano: así como el pueblo hebreo, análogamente al servicio de Yahvé, ha penado con la esclavitud babilonia en función de la liberación y la vuelta a Jerusalén, así sufrirá el Siervo de Yahvé-Jesús para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y dirigirlos a la Nueva Jerusalén, el Reino de Dios: «Jesús (el resucitado) les dijo (a los discípulos que, habiendo dejado de creer, estaban huyendo a Emaús después de su crucifixión y muerte): “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”» (Lc 24, 25-26).

      La liberación del exilio babilonio se asimila religiosamente como la señal divina del perdón. (Ez, capítulos 41-48. Ver también Esdras, 1, 1-9). Se atribuye teológicamente a la intervención de Yahvé en el corazón de Ciro el liberador, a quien Deutero Isaías llama amigo de Dios, su elegido y su pastor: el reino de Nabucodonosor no fue muy largo, hacia el año 539 a.C., Ciro II de Persia había conquistado Babilonia y, por tanto, Palestina se convirtió en tributaria de su gran imperio. El soberano, persona con una mente bastante abierta, a diferencia del rey babilonio que había tratado de eliminar la identidad hebrea, siendo consciente de que la tolerancia puede favorecer el orden, respeta las culturas de los pueblos sometidos (2 Cr 36, 23): «En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de vida voz y por escrito en todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y se vaya!”». Como se ve, el autor imagina a un Ciro simple instrumento de Dios.

      También en otras partes de la Biblia se presentan soberanos paganos como enviados de Yahvé, pero estos son instrumentos de castigo de pueblos adversarios de Israel, que los derrotan. Por ejemplo, en Ezequiel ese encargo, contra los egipcios, lo da Dios a Nabucodonosor.

      Ya en el 538 a.C., el ilustrado Ciro concede a los israelitas deportados que lo deseen volver a su tierra, en todo caso sometida a él. No todos deciden volver: tras haber pasado tantos años y tratándose de la segunda o tercera generación, ya radicada en Babilonia, parte de los deportados escogen quedarse como súbditos libres de Ciro. El retorno de quienes deciden la repatriación es por etapas, afecta a varios grupos y se desarrolla en un periodo de más de un siglo. Entretanto, el rey, para granjearse el favor de la mayoría del pueblo hebreo y asegurar mejor el orden social, ordena también la reconstrucción del templo de Jerusalén y la reanudación del culto, devolviendo los objetos sagrados robados en su momento por Nabucodonosor. El emperador da autoridad al judío Sesbasar, descendiente de la casa de David, y le encarga reconstruir el templo. Este acepta con entusiasmo, pero el trabajo resulta ser bastante difícil y no avanza. Además, aparecen otros obstáculos debidos a los otros habitantes del lugar: Jerusalén se encuentra comprendida en la prefectura de Samaría, gobernada en nombre de los persas por ciertos hebreos considerados impuros por los repatriados, porque los consideraban descendientes de mujeres no judías, así que eran, en sentido étnico-religioso, bastardos, personas que no solo se resistían a colaborar, sino que se mostraban como enemigas por reacción. Después de veinte años, en el lugar del nuevo templo hay todavía un montón de escombros: evidentemente, el entusiasmo por la libertad recuperada, aunque fuera dentro de ciertos límites, no había durado mucho entre el pueblo. Durante algún tiempo, desaparecido Sesbasar de la escena, Persia nombra rey vasallo a Zorobabel, también descendiente de David, que vuelve a Jerusalén al frente de un segundo grupo de repatriados. Los profetas Zacarías y Ageo confían en él (Zc 6, 9 y ss.; Ag 2, 20 y ss.) y esperan que reconstruya por fin el templo, pero en vano. Después de Zorobabel, también el poder político pasa de hecho a los sacerdotes, el primero de los cuales tiene el nombre de Josué, como el antiguo lugarteniente de Moisés, pero no llamado así necesariamente por los padres en su memoria, ya que Joshua (o Jeshua), en español Josué o Jesús, eran nombres bastante comunes entre los hebreos.

      Zigurat

      Un periodo histórico fundamental

      Los siglos VI y V antes de Cristo constituyen un periodo fundamental para el mundo entonces conocido: es la época de Zoroastro en Persia, de Confucio en China, de los filósofos-científicos griegos y es la época de los profetas éticos hebreos y de la formación definitiva de muchos libros del Antiguo Testamento, en los que se unen la historia del pueblo judío con