El Viento Del Amor. Guido Pagliarino. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Guido Pagliarino
Издательство: Tektime S.r.l.s.
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Жанр произведения: Историческая литература
Год издания: 0
isbn: 9788835407782
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apelación moral básica de tutelar las relaciones de hermandad e igualdad entre los miembros de la sociedad.

      En el extremo opuesto, en otro texto del Pentateuco que es expresión del elitista grupo sacerdotal, el Levítico (ver, en este ensayo, el Capítulo II – LAS TRADICIONES VETEROTESTAMENTARIAS BASICAS), estará en primer plano la exigencia de pureza, identificando la ética con la pureza ritual y legal y será el código levítico, más que la idea deuteronómica de justicia, el que seguirá siendo prioritario en Israel, todavía en tiempos de Cristo.

      Debido a la recuperación, Josías intenta una reforma monoteísta, o más probablemente henoteísta, eliminando de su reino a nigromantes y adivinos y derribando ídolos. Se trata de una gran reforma religiosa, cultural y política que, sin embargo, no entra en el corazón de Israel: cuando el soberano es derrotado y muere en la guerra contra el rey Necao II de Siria, un hecho considerado como un mal augurio, el reino de Judá vuelve al politeísmo, hecho que los profetas Jeremías y Ezequiel considerarían como la causa de su ruina, aunque la esperanza no estará ausente en ellos y anunciarán tiempos nuevos y mejores.

      Así Jeremías, después de que Jerusalén caiga por obra del ejército babilonio, profetiza: «Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado» (Je 31, 31-34) y Ezequiel, durante el exilio en Babilonia, escribirá como portavoz de Dios: «Los rociaré con agua pura, y quedaréis purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo: os arrancaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros» (Ez 36, 25-27).

      Mientras que estos profetas anunciaban la liberación política de los hebreos de la servidumbre en Babilonia, el cristianismo, teniendo otras intenciones humanas, verá en sus textos inspirados los anuncios del Cristo Salvador, portador de la alianza nueva y definitiva. En el Evangelio, Jesús se refiere a Jeremías después de haber bendecido el pan eucarístico: «Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por vosotros”» (Lc 22, 20).

      Gebhard Fugel, Sobre las aguas de Babilonia, Museo Diocesano, Freising.

      Las deportaciones a Babilonia

      El reino de Judá cae bajo el influjo de Babilonia y, a consecuencia del rechazo en el año 598 a.C. del rey Joaquim, hijo de Josías, de permanecer bajo esta influencia, al año siguiente la capital Jerusalén es asediada por el rey Nabucodonosor: Después de unos pocos meses, muerto Joaquim, tal vez asesinado por algunos de los suyos con la vana esperanza de que el soberano invasor levantara el asedio, su hijo Joaquín (o Jeconías) se rinde (2 Re 24,12) y, como refiere el libro del poeta Ezequiel (Ez 17) es deportado a Babilonia en el año 597 (o 596) a.C. con la familia, los principales miembros de la aristocracia, los guerreros, los eunucos de la corte, además de los herreros y los demás artesanos cualificados. El segundo libro de los Reyes (2 Re 24, 14-16) precisa que los exiliados se ubican en diversas localidades, sobre todo en Tel Arsa, Tel Abib, Addam, Kerub, Kasifya e Immer, a lo largo de las orillas del río Kebar, en las cercanías de la antigua ciudad, entonces semirruinosa, de Nippur.

      Nippur fue erigida por los sumerios en el sur de Mesopotamia y había tenido su máxima expansión en el III milenio antes de Cristo, debido a la importancia del templo en honor del dios Enlil. Quedó semiabandonada hacia el año 1000 a.C. y solo volvió a tener de nuevo importancia siglos después del exilio hebreo, en el siglo III a.C., bajo los partos.

      Se trata de aquellos lugares de la Mesopotamia meridional en los que surgía la ciudad de Ur de los caldeos, desde la cual, según tradición y como se indicaría por escrito en el siglo V a.C. en el libro del Génesis, había empezado a actuar Abraham, el padre de la estirpe de los hebreos, debido a la llamada de Dios (Gen 17, 1-14).

      Ezequiel (circa 628 – 570 a.C.), hijo de sacerdote y destinado en convertirse en uno, fue deportado en el curso de esta oleada, junto al rey Joaquín. Como el cargo sacerdotal solo se puede ejercitar a partir de los treinta años y él cumplirá esta edad estando ya en el exilio, al contrario que su padre, nunca llegará a ser sacerdote, pero se convierte en profeta. Trata de infundir en sus compañeros la fe en la redención de Israel, que se producirá históricamente unos sesenta años después, por decisión del rey Ciro II de Persia. El largo libro de Ezequiel tiene tres partes. En la primera se denuncian los pecados de Israel que llevan al castigo de Dios con la caída de Jerusalén (capítulos 1-24). La segunda comprende el anuncio de la desgracia en la que incurren las naciones idólatras (25-32). Por fin, en la última parte (33-48), Dios encarga a Ezequiel exhortar a los hebreos a la confesión de sus pecados y anunciar una nueva Jerusalén.  Entretanto, se deja al reino de Judá formalmente con vida bajo el rey fantoche Matanías, tío de Joaquín, al que Nabucodonosor cambia de nombre a Sedecías, como señal de sumisión (2 Re 24, 17). El soberano babilonio mantiene parte de su ejército vigilando a Judá. El débil rey, influido por una corte antibabilonia y teniendo dificultades para pagar el duro tributo a Babilonia, se rebela aprovechando el hecho de que el faraón egipcio Hofra ha enviado una expedición contra Nabucodonosor para conquistar tierras fronterizas y este, debido a esta urgencia, ha alejado sus tropas. Egipto es derrotado, Nabucodonosor actúa contra Jerusalén y la ciudad es vencida, saqueada y entregada a las llamas: las murallas y el templo son destruidos (2 Re 24-25; Je 39; 2 Cr 36). Una parte notable de la población, como refiere la Biblia en 2 Re y en Jeremías (2 Re 25, 8-21 y Je 52), es llevada a la fuerza a Babilonia en una deportación posterior que afecta a la nueva clase aristocrática y a cualquiera que se haya declarado a favor del rey Sedecías. Este es cegado, deportado a su vez y encarcelado, después de haber visto como se ejecutaba a sus hijos, asesinados para que no tuviera más descendencia.

      En Judea y en lo que queda de su capital permanecen los hebreos pobres, a cuyo frente se pone al rey fantoche Godolías, antes primer ministro y traidor amigo de los babilonios. No mucho después, este soberano es asesinado y el reino de Judá, en ese momento, deja de ser tal: el territorio se convierte, también formalmente, en súbdito de Babilonia.  Según el profeta Jeremías, se produce, asimismo, en los años 582-581 a.C., otra deportación que afecta a ciertos palestinos que habían intentado resistir desesperadamente en connivencia con moabitas y amonitas (Je 52,30).

      En resumen, una gran parte del pueblo hebreo vivía entonces en el exilio, a causa de las sucesivas deportaciones, en lo que se llama habitualmente la servidumbre babilonia.

      El exilio resulta un punto de inflexión en la historia político-religiosa de Israel.

      Los que quedan en Judea continúan el culto donde se erigía el templo, manteniendo una relación directa con el pasado, y no se excluyen del todo las composiciones bíblicas: fue tal vez entre los que quedaron en la patria y no entre los exiliados donde nace el libro de las Lamentaciones, obra de autor desconocido, atribuida en el pasado erróneamente a Jeremías, cinco composiciones poéticas escritas siguiendo el estilo y el ritmo de los antiguos cánticos fúnebres judíos, en las que se refleja el tormento por la pérdida de los seres queridos exiliados o muertos, por la pérdida de la nación y la devastación de la capital y el templo, por la disminución del sacerdocio y de los sacrificios rituales.

      Se trata de un ritmo fúnebre peculiar, llamado kinah, en el que falta un elemento: se trata de un artificio estilístico para evidenciar la falta de la persona perdida, en este caso la ciudad de Jerusalén personificada.

      En cuanto a los deportados, al principio sus pensamientos y el sufrimiento