El Amanecer Del Pecado. Valentino Grassetti. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Valentino Grassetti
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Современная зарубежная литература
Год издания: 0
isbn: 9788835404651
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a ella: quemada, los vestidos todos quemados, el rostro desfigurado, un muslo medio descarnado que dejaba ver un trozo de fémur. Los músculos, los nervios, los tendones, todos fuera… el resto de la piel alrededor de la pierna era una mancha de grasa disuelta que se derramaba por la carretera como la meada de un perro.

      – ¿Sabes quién era la muchacha?

      –No. Nunca lo supe. Estaba irreconocible y… pero, tú estás mal.

      –No, no… tranquilo.

      –Estás realmente mal. ¡Cristo! No llores, venga.

      –No es nada. Continuemos. Háblame del hombre. ¿Qué recuerdas?

      –Recuerdo que se alejó. Un tizón quemado que caminaba con paso tranquilo en dirección al arco de Porta Duomo mientras todo a su alrededor se animaba. Recuerdo las caras de los del barrio que bajaban a la carretera con cubos y extintores. Luego las sirenas, las luces intermitentes de la ambulancia, algunos maderos. El tío que se estaba quemando se había ido de la misma manera en que había aparecido, en silencio. Y luego la oscuridad. Me había quedado en coma por sobredosis. Y… ¿estás mejor ahora?

      –Ya ha pasado. Gracias.

      –Vale.

      –Volvamos a lo nuestro. Alberto, ¿estás convencido de haber visto a aquel hombre? Porque nadie sabe nada de él. Ha desaparecido sin dejar huella.

      –Lo sé. Nadie lo ha visto y nadie me cree. ¿Por qué deberían? Sabes cómo me consideran. Yo para ellos soy escoria. Y la escoria es irrelevante, mentirosa, astuta y traicionera. ¿Quién va a creer a Alberto El Gualdrapa? Sin embargo, tú me crees.

      – ¿Qué te lo hace pensar?

      –Porque no estarías aquí haciéndome todas estas preguntas. ¿Hemos acabado?

      –Sí, hemos acabado.

      – ¿Puedes darme otros diez euros? Te juro por Dios que son para cigarrillos.

      –Ya has robado treinta del cepillo de las limosnas en la iglesia, Alberto. Date por satisfecho.

      –Te prefiero cuando lloras. Cabrón.

      Fin de la grabación.

      2

      Los rituales domésticos de Sandra comenzaban por la mañana temprano. Eran aburridos y siempre los mismos pero ella no los consideraba humillantes.

      El esquema fijo comprendía: lavar y vestir a Adriano, preparar el desayuno, dar de comer a Chicco, el husky siberiano con el hocico de color ceniza y un carácter pérfido, limpiar el lecho, vaciar o llenar la lavadora, vestirse, maquillarse, ir al trabajo. Naturalmente, había muchas variantes y algún imprevisto para animar las costumbres domésticas.

      Ese día fue su hija la que rompió el esquema. Daisy y su hermano estaban sentados delante de dos humeantes tazas de café con leche cuando Sandra cogió la tablet para leer Cronache Cittadine, el periódico digital de Castelmuso.

      Había tenido lugar un accidente. Una anciana había recorrido en sentido contrario un trozo de la autopista y se había estrellado contra un TIR. Cuando un castelmesino moría de aquella manera acababa siempre en la primera página. Pero no ese día. El puesto que habría correspondido a la mujer muerta había sido ocupado por una foto enorme de Daisy. Un selfie seductor cogido prestado de Facebook, donde la curva suave de sus pechos se entreveía bajo una camiseta de tirantes anudada maliciosamente por encima del ombligo. Daisy era la noticia del día.

      Sandra, después de un instante de asombro, mostró la foto a su hija que enrojeció de vergüenza.

      –Pero maldita sea… esta, Guido me la paga –dijo con un tono desesperado en la voz.

      Guido Gobbi era su compañero de clase. Hacía prácticas como aspirante a periodista en Cronache Cittadine. Pensaba que la impresionaría dedicándole la noticia de apertura. El artículo no estaba mal, pero aquella foto…

      – ¿Qué se le ha pasado por la cabeza a ese tonto? ¡Por Dios, no! Las espinillas. No me había dado cuenta de las espinillas. ¿Por qué no las ha quitado con el Photoshop?

      – ¡Pero qué va! Si estás muy bien –le aseguró Sandra, desaprobando, de todas formas, la costumbre de su hija de retratarse en poses sexys, realmente poco apropiadas para su corta edad. No le riñó sólo para no dañar la reciente autoestima fresca y en desarrollo, y por lo tanto frágil, de la adolescente Daisy.

      La muchacha arrebató la tablet de las manos de su madre y leyó: Daisy Magnoli ha comenzado a cantar y a bailar a los seis años. Ha participado en numerosos concursos, venciéndolos, entre ellos Il nuevo Cantagiro, y la tercera edición de Una voz para ti. Ha grabado un vídeo (dirección y música de Adriano Magnoli) titulado I’m Rose. La pieza ha conseguido más de cuatrocientas mil visualizaciones. De ahí a ser elegida para participar en un concurso de talentos apenas un paso. Muy pronto veremos a nuestra conciudadana en el Canale 104, ¡perdonad si no es mucho! No nos queda otra cosa que desearle la mejor de las suertes a Daisy Magnoli.

      –Un artículo profundo, no hay más que decir –dijo Daisy poniendo la cara larga.

      –No está tan mal –le aseguró Sandra –Guido ha sido amable, sobre todo cuando… Sandra hizo una pausa, como si debiese decir algo para que supiese que le importaba…–sobre todo cuando han nombrado a tu hermano.

      –Bueno, Adry, ¿no estás contento? –preguntó la madre mostrando el artículo al hijo. –No ocurre todos los días que aparezcas en los periódicos.

      Adriano no respondió. Miraba la taza que estrechaba entre las manos, un reguero de leche que descendía al lado de sus labios temblorosos, la mirada que a ratos parecía apagada y a ratos buscaba la de la madre. Pero en ese momento los ojos sólo estaban llenos de vergüenza. Sandra suspiró paciente. Alargó la mano sobre la mesa apoyándola sobre la bragueta de los pantalones del hijo. Estaba empapado de orina.

      Debía cambiarlo otra vez. También esto formaba parte de sus rituales cotidianos. Daisy se había dado cuenta de la incomodidad de su hermano pero, como siempre, hizo como si no pasase nada.

      –Me voy al colegio. Hasta luego, hermano. Por favor, pórtate bien. –exclamó estampándole un beso en la mejilla. Desde el momento en que comenzó a tener un hermano enfermo, embutido de fármacos y atontado por un destino hecho sólo de mala suerte, la mejor cura había sido alimentarlo con grandes dosis de amor. Daisy lo había comprendido perfectamente y hacía todo lo posible por ponerla en práctica.

      La muchacha puso la mochila en bandolera y salió de casa. El bus estaba parado en la carretera, justo delante del camino de su edificio, un chalet de dos pisos con las vigas a la vista, las cristaleras anchas y luminosas y un jardín florido, pequeño reino indiscutido de abejas y mariposas de colores en busca de dulces e intensos perfumes. El chalet, junto a una cuenta sustanciosa a nombre de los hijos, fueron las únicas cosas soportables dejadas por Paolo Magnoli antes de suicidarse.

      Daisy subió al autobús, la puerta se cerró por medio de un émbolo a sus espaldas. Durante el trayecto repasó mentalmente la lección de historia.

      Torcuato Tasso nació en Sorrento el 11 de marzo de 1054. Hijo de Porzia dei Rossi y de Bernardo, un cortesano y literato. Cuando quedó huérfano de la madre siguió al padre a Urbino, Venecia, Padova… y luego, luego… uff… ¿pero quién puede recordar el resto?

      El bus remontó la vía estrecha y tortuosa y se introdujo en la carretera de circunvalación. A las ocho de la mañana los habitantes de Castelmuso siempre estaban a la cola ocupando las dos rotondas de aquel tramo de la carretera provincial donde un guardia urbano, obeso y aburrido, daba salida al tráfico con una ridícula autoridad.

      El instituto Leopardi se encontraba al final de la última rotonda, un edificio de tres pisos de ladrillos rojos con un techo plano que hacía las veces de terraza. Había sido construido en los años ochenta, cuando el pueblo tendía a expandir la periferia hacia la vertiente este, no demasiado alejado de la zona industrial.

      Daisy bajó del autobús, atravesó el portón y luego el patio para llegar hasta