1.08. Perplejidad
Gabriel Marcel (7) distinguía entre problema y misterio. Ambos coinciden en ser “dificultades para la vida”, para el intelecto –en sentido orteguiano- con las que se encuentra el hombre. Pero mientras el problema es una dificultad superable por el hombre con sus solas fuerzas, el misterio es irresoluble para él. Ante el misterio no cabe la actitud ardorosamente activa que requiere la resolución del problema, sino el recogimiento esperanzado en que lo Otro, lo desconocido, lo noumenal (Kant) acuda en nuestra ayuda y nos muestre lo que, por nosotros mismos, no podemos ver. El misterio par excellence es la cuestión de la existencia de Dios.
Leyendo a Agustín de Hipona y a Kierkegaard veo que nada se puede hacer para adquirir certeza de la existencia de Dios. La fe es un don, una gracia divina. Lo que sí puedo es “preparar el camino del Señor”, disponer el nido que soy por si Él quiere venir a aposentarse en él. Es la humildad, el anonadamiento, el negarme a mí mismo. Lo otro: la autoafirmación, el sentido de la Tierra (Nietzsche) es el orgullo, el pecado contra el Espíritu Santo, ¡el único que no se perdona! “Seréis como dioses”, dijo la serpiente tentadora. Eso es lo que repite nuestro mundo: sed dioses, haceos a vosotros mismos, sed vuestros creadores. Esta es la “creencia” (Ortega y Gasset) básica de nuestro tiempo. Pero ¡qué extraño Dios que exige mi anonadamiento para mostrárseme! ¡Qué confuso es todo! ¿Por qué tengo que dejar de ser para ser? ¿Qué delito hay en ser lo que soy y no ser lo que no soy? “¿Por qué Dios no permite mi condición de Dios, amo y señor de mi mundo?¿Es acaso celoso, orgulloso, resentido, poseído de Sí mismo? ¿Por qué no tolera mis defectos si él me ha hecho así? ¿Por qué soy libre? ¿Y qué culpa tengo yo de serlo si, como dice Sartre, “estoy condenado a ser libre”? ¿Acaso pueden alcanzar a su Alta y Otra Realidad mis desatinos, mis errores… ¿Porqué, Dios mío, en este asunto, todo es tan oscuro?
1.09. Soledad
No sólo me rodea, me constituye.
La negrura más espesa es mi sustancia.
Intento bracear para no hundirme
Y no ahogarme, y mis manos no encuentran asideros.
Como un niño que se aprieta los ojos
Y ve luces y cuadros y rombos y escaleras,
Así ando yo por lo que llaman vida y realidad,
percibiendo relampagueos, reflejos transitorios, tornasoles.
Pero yo soy el que soy (perdonen la inmodestia)
Siento mi yo, lo veo, lo toco,
que sólo a mí es dado.
Con la ventura y desgracia de mi yo,
Abrazado a mí mismo, sin nadie que me mire ni me comprenda…
Y así siempre.
(“siempre” es una palabra tan terrible)
Porque no hay otra con la que compararla:
Somos siempre y siempre somos…
Mientras somos.
Ahora es siempre el tiempo de ahora, y siempre es el ahora sin fin)
Pero dejémonos de galimatías:
Aquí solo está mi yo, sordo, ciego, mudo,
Sintiéndose a sí mismo.
1.10. Dios y la Política
Desde que empecé a cuestionarme mi mundo, es decir, desde mi adolescencia, sólo me interesan de verdad estos dos temas: Dios y la Política.
El asunto de Dios ha sido como un Guadiana en mi vida: aparece y desaparece, pero nunca del todo. Hoy le gente habla del Papa Francisco, del Opus Dei, del Movimiento Neocatecumenal, del celibato de los curas… pero no de Dios.
Sobre Política –así, con mayúsculas- siempre han versado mis cavilaciones. También ocurre que en los medios de comunicación y, en menor grado entre la gente, el tema de la política está obsesivamente presente: El PP, el PSOE, Podemos, Luis Bárcenas y la corrupción… pero de Política, así, con mayúsculas, repito,… ¿Quién habla hoy de Política?
1.11. DIOS
“-Sé que dios existe, de eso estoy seguro.
-¿Por qué?
-Porque siento y reconozco su presencia en mi alma” (8)
1.12. Pregunta
La única pregunta importante es: “¿Existe Dios o no existe Dios?” Las demás preguntas no es que sean menos importantes; es que, comparadas con ella, ni siquiera son.
1.13. Credo de Nicea - Constantinopla (Credo Largo) (9)
1. “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
2. Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros lo hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. 3. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. 4. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. 5. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. 6. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”.
Observación:
La afirmación clave en esta versión del Credo está en el versículo 16, en que se dice que Jesucristo resucitó según las escrituras (Véase en Gomá Lanzón, Necesario pero imposible. También San Pablo, en su primera epístola a los corintios, dice que si Jesús no ha resucitado somos los más desgraciados de los hombres) Es que la prueba de fuego de la fe cristiana radica en la resurrección de Cristo. En efecto, si el nazareno no hubiera resucitado, habría sido un profeta más, de los muchos que han existido en el religioso pueblo de Israel; un profeta excelso, desde luego, autor de una sublime doctrina moral: la doctrina del amor entre los hombres, de la misericordia. Una moral tan elevada y perfecta que merecería ser establecida como moral universal, y como tal ser enseñada en el universo entero. Pero, por mucho que admiremos al autor de tal moral, media un abismo entre ser un moralista y ser Dios. Hay entre ambos una diferencia, absoluta, sustancial. En consecuencia, para mostrarnos su divinidad, Cristo tuvo que resucitar, suceso metafísicamente imposible para un una persona mortal. Pues bien, siendo esto así, ¿Por qué los redactores de la versión del Credo que hemos escrito al principio “amparan” su afirmación en las Escrituras? ¿Acaso tiemblan de temor y responsabilidad al hacer tal afirmación y apoyan su creencia en la divinidad de Jesucristo en lo dicho en el Antiguo Testamento de que resucitará al tercer día?
Al final sólo queda la fe del carbonero, como