Leer, Pensar, Saber. Juan Estrada Segura. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Estrada Segura
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Прочая образовательная литература
Год издания: 0
isbn: 9781499900804
Скачать книгу
y esto me resulta intolerable.

      Dicho lo anterior, consideremos lo que sigue: si el auténtico hombre de fe es el místico, y éste es esencialmente un contemplativo, la perspectiva religiosa es opuesta a la concepción fáustica del mundo. Si la fe es contemplación, la acción sobra porque entorpece. El hombre de fe, absorto en Dios, vive ajeno a los problemas del mundo. Ya lo decía San Juan de la Cruz: “el rostro recliné sobre el Amado/dejando mi cuidado/entre las azucenas olvidado” El místico, el hombre de Dios, volcado en Él, olvida sus “cuidados”, sus preocupaciones. Es como el niño pequeño que vive en, para y por la madre, ajeno al resto del mundo, cobijado y confiado en ella. O como el verdadero amante, que todo lo abandona, olvida y posterga porque el amado es todo para él.

      El espíritu fáustico, por el contrario, nos hace meternos vitalmente en el mundo, interesarnos por él, descubrir sus distintas facetas y recovecos. El hombre fáustico es el hombre curioso y admirativo, en el sentido en que Aristóteles decía “todo hombre tiende por naturaleza a saber”. El asombro y la curiosidad es el origen de la filosofía y, por tanto, de la ciencia.

      ¿Es posible cohonestar el ansia de Dios y el afán por el mundo? “No se puede servir a dos señores”, dijo el Cristo. No parece posible que se pueden compaginar ambas actitudes. Ambas son absorbentes y difícilmente se conformarán con una atención a tiempo parcial. So pena de incurrir en una especie de esquizofrenia práctica, podríamos ser “mundanos” los días laborables de la semana y hombres de Dios el domingo. Pero aquí hay que jugar a “todo o nada”. Se entiende que me estoy refiriendo a las actitudes vitales profundas, pues aparentemente el hombre de fe se dedica también a actividades del día a día, ¡ay!, pero sólo aparentemente: si lo es tal, sus coordenadas vitales, su impulso profundo y básico tiene que ser Dios, lo Absoluto. Todo lo tiene que contemplar sub specie aeternitatis.

      

       1.02. Dios y el mundo

      Alguien ha dicho que, independientemente de que Dios exista o no, lo que de verdad importa es que las cosas ocurren como si Él no existiera. Dejando aparte el caso de los milagros, me parece que es una afirmación correcta. Las cosas, los fenómenos mundanos, ocurren aparentemente sin tener que apelar a Dios. Desde el movimiento de los astros hasta los fenómenos de la física subatómica, todos los fenómenos actúan conforme a sus propias leyes, y nada más. Ya lo decía Laplace en su explicación de los movimientos de la Tierra: “Dios es una hipótesis que no necesito” (1)

      Los sucesos ocurren según sus propias pautas y no hay por qué implicar a Dios en el trajín de la naturaleza. La evolución de las especies se lleva a cabo según la teoría neodarwinista (o según la que en el futuro la sustituya, mejorándola) (2) Pero esto, no sólo ocurre en el ámbito de la naturaleza, sino también el cultural. Pensemos, por ejemplo, en el sistema para regular la circulación de vehículos en una gran ciudad. Éste, utilizando señales estáticas, móviles o luminosas, reguladas por ordenador, procura y consigue la mayor fluidez y seguridad en el tráfico; y mezclar a Dios en ello sería risible. Pues así en todo lo similar.

      Lo que ocurre es que por mor de un enorme quid pro quo cometido por Tomás de Aquino en su intelección del sentido de Dios en Aristóteles, se introdujo en la Teología un enorme desvío. Dios, para el estagirita, era un elemento más del entramado de su Física: el primer motor inmóvil; y Santo Tomás tomó este elemento físico y lo introdujo, como acabamos de decir, en la Teología. Este primer motor inmóvil aristotélico era algo así como un motor fuera borda del mundo cerrado y limitado. En virtud de tal error en la comprensión de Dios y el Mundo, la naturaleza y Dios se relacionaban ónticamente: Dios se expresaba en la naturaleza, y el hombre, contemplándola adecuadamente, podía ascender desde ella hacia Dios. Sobre este supuesto, el aquinate estableció sus famosas cinco vías para demostrar la existencia de Dios; pero reparemos en que las llamó “vías”, no “demostraciones” (3)

      Pero yo no creo que esto sea así. La naturaleza se rige por sus propias leyes, cuyo descubrimiento y estudio siempre nos mantienen dentro de ella y nunca nos llevarán a Dios.

      1.03. Mundo y religión: jesuitismo

      Una de las instituciones en que se da la confusión de los planos divino y humano es la Compañía de Jesús, fundada, como se sabe, por San Ignacio de Loyola. Los jesuitas, que antaño constituyeron el bastión más conservador de la Iglesia Católica, se han ido deslizando hacia posiciones básicamente humanistas. ¿Cómo se ha producido esto? A mi entender con una intención recta pero equivocada. Se pensó que para la procura de la salvación del hombre había que introducirse en sus afanes, ilusiones, oficios y actividades. De esta forma, las personas, viendo a la Iglesia como una institución que se preocupa de sus problemas reales, se acercarían, a su través, a Dios y lograrían la salvación eterna.

      En realidad se trata de una táctica combativa (4) que aspira a contrarrestar la incidencia del marxismo, en sus varias versiones políticas, en la sociedad de los últimos setenta años. Se dilucida, en definitiva, quién conquista el mundo y los hombres, si el socialismo para la revolución o la Iglesia para Dios. Pero se trata, a mi entender, de una táctica equivocada que lo único que ha logrado ha sido desvirtuar el mensaje del cristianismo y la naturaleza de la Iglesia. Y así, tenemos a muchos jesuitas, tantos que son los que dan la impronta pública de la Compañía de Jesús en el presente, que son sociólogos, psicólogos, orientalistas, astrónomos, bioquímicos, economistas y hasta animadores de la revolución político-social. Son de todo menos sacerdotes. Yo estoy de acuerdo en que la sociedad necesita todas esas profesiones y actividades, pero ellas las tienen que ejercer los cristianos de a pie, los laicos, o el hombre de la calle, si se quiere, pero no un cura. Los sacerdotes, como miembros cualificados de la Iglesia, no tienen otra misión que la de impartir los sacramentos y predicar la palabra de Dios. Y si un jesuita, en este caso, por la vivencia profunda de una situación social injusta, por ejemplo, quiere actuar en una labor de promoción social –cosa loable- abandone entonces su ministerio sagrado, cuelgue los hábitos (aunque ya no llevan ni hábitos ni distintivos clericales –sotana- ni siquiera alzacuellos. Sólo corbata) y que se haga asistente social o guerrillero, pero ya no como sacerdote. El cura, como su nombre indica, sólo debe buscar la “cura” (cuidado) de las almas para su salvación. Todo lo que sea ir más allá es sacar los pies del tiesto. Ocurre igual, mutatis mutandis, que cuando un religioso se enamora de una mujer. ¿Habrá algo más natural que esto? Pero en cuanto un cura no puede casarse con ella, según la disciplina actual de la Iglesia, secularícese en buena hora y funde una familia. Pero que no quiera ser sacerdote y tener mujer simultáneamente.

      En uno de los últimos números de la revista “Razón y Fe”, aparecen, entre otros, artículos firmados por jesuitas (S.J.), con los siguientes títulos: “La reunificación de Alemania”, “El problema de los incendios forestales” Y bien ¿qué tienen que ver estos asuntos, importantes en sí, con la fe o la moral católicas? Pues en esto es en lo que se ocupan algunos jesuitas.

      Esto que decimos de la Compañía de Jesús, en los tiempos actuales, no es sino, a mi entender, una confusión de planos y una falta de respeto a la autonomía del mundo. La cuestión de la reunificación de Alemania en su día y los incendios forestales siempre presentes, y otros temas similares, han de ser tratados, planteados, estudiados y resueltos con recursos puramente humanos, cual es la inteligencia en sus aplicaciones prácticas y tecnológicas, sin que el ámbito de la fe ni de lo religioso en general, tengan que decir aquí ni la más mínima palabra. Los problemas humanos hay que resolverlos con recursos humanos. Uno es el ámbito material, el de la naturaleza, que se rige por leyes físico-matemáticas, y por esta senda hay que tratarlo, y otro el mundo interior del hombre, su alma y su espíritu. Este es el lugar propio de la búsqueda, del encuentro, del amor a Dios, de la religión, como re-ligación, de lo divino. Pretender traspasar este ámbito, llevando a Dios como remedio de los problemas humano-materiales, naturales o sociales ha sido la gran tentación y el gran error histórico de la Iglesia Católica. Y todavía se persiste en él. No a Tomás de Aquino y sí a Agustín de Hipona: In interiore homine hábitat veritas.

      Ayer (11-2-1992) murió en Madrid el Padre Llanos, de la Compañía