Speaking Like An Immigrant. Mariana Romo-Carmona. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mariana Romo-Carmona
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Контркультура
Год издания: 0
isbn: 9781607461777
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ventanilla al camino.

      Todavía tengo la impresión de estar en aquel camino, zumbando a través del desierto, hora tras hora, recordando lo que había hecho durante el día, especialmente mi amiguita de la piscina que me había pedido que volviera. Yo había dicho que sí, pero no sabía su nombre ni ella el mío. Todos estaban quietos en el camión. EI milico joven se sentía mal por haberse tragado la bencina, así es que se había tendido a lo largo de un asiento. El muchacho estaba mirando a su madre que estaba al lado de la mía. Fui hablar con ella y la señora tosió un poco. Mi madre le tomó la mano y ella se calmó. Su hijo nos contó que hacía días que trataban de ir al hospital, pero no había nadie que los llevara. No había autos en Peine porque queda tan lejos de la ciudad. Había pasado un camión militar la semana anterior, pero les habían dicho que no podían transportar a civiles. La señora asintió lentamente. También había pasado un jeep hace dos días, pero los tipos que manejaban dijeron que estaban haciendo campaña política y no podían desviarse. Hacía ya cuatro días que la señora no podía respirar bien.

      Ya estaba oscuro y hacía frío. EI milico se animó y se puso a tararear un bolero y preguntó si yo sabía algún tango, porque a él le dio náusea con lo de la bencina y se tuvo que tender de nuevo. Yo no sabía tangos, entonces traté de cantar una canción popular que a mi me gustaba, pero no sonaba bien con el ruido del camión y todo. Cantando “Niña en tus trenzas de noche”, me puse a pensar en las letras de las canciones, en los minerales del desierto, y tantas cosas que ni me di cuenta cuando el camión partió por otro camino lleno de hoyos y más estrecho. Ibamos camino a San Pedro de Atacama porque la señora se había agravado y teníamos que llegar a la clínica donde seguramente habría un doctor, o por lo menos, la medicina que necesitaba.

      Antes de llegar a San Pedro hay que pasar por entre dos montañas de pura sal. De ahí se saca la sal de roca con dinamita, en vez de excavaciones como en Chuquicamata en las minas de cobre. Después de las montañas hay un páramo de dunas de arena que llaman “EI Valle de la Luna”. Durante el día, todo se ve normal, como el resto del desierto. Pero esta noche, cuando vi las montañas de sal, había una luz blanquizca, o tal vez era la neblina, pero todo había cambiado de tal manera que realmente podía ser un valle de la luna. Me quedé pensando en el cambio sorprendente de la pampa. Acaso era la atmósfera de sal que producía los fantasmas, porque siempre se contaban historias de las ánimas de la gente que se pierden en la pampa yvagan eternamente por esos lugares. En el camino, se ven las animitas, pequeños altares con una virgen y una inscripción para conmemorar a los viajeros perdidos.

      En cuanto entramos en San Pedro nos dirigimos derecho a la clínica. Ya era casi medianoche y el frío calaba hasta los huesos. Mamá y el holandés entraron corriendo a hablar con las enfermeras y a buscar al doctor, pero no había doctor esa noche y no había manera de encontrar uno. Por el pasillo de baldosas trajeron una camilla para la señora y la llevaron a una pieza de emergencia para darle oxígeno. Al muchacho no le hablaron, aunque se trataba de su madre. Nos quedamos esperando en el pasillo mientras llamaban a Calama para que estuvieran listos para atender a la señora en el hospital. EI milico me dijo en voz bajita que el doctor estaba en la ciudad, y le pregunté, por qué no tenían un doctor del pueblo para que estuviera siempre en la clínica? Eso mismo, me dijo él. Como no me podía quedar tranquila, esperando, recuerdo que me dirigí afuera, a la entrada de la clínica donde soplaba el viento helado. Allí había un monumento del escudo de Chile con el cóndor y el huemul. Me paré frente al monumento en la oscuridad unos minutos, buscando una plegaria.

      Ya casi amanece. Todo está quieto y no quiero cerrar los ojos. En la mañana mamá me dirá con voz grave que la señora falleció anoche. Yo voy a querer hacerle muchas preguntas, pero no voy a poder porque me da mucha pena.

      Mirando por la ventanilla de atrás, yo veía cómo el camión ganaba distancia minuto a minuto. Susurrando las palabras rogaba a la virgen que salvara a la señora, que acortara el camino, que hiciera respirar a la señora que estaba en brazos de mamá y dormía a ratitos. Pero no rezaba a la virgen de los jesuitas, sino a una virgen que yo había inventado, una virgen viva y morena que salía de la piscina linda de Toconao, una virgen llena de luz que se desparramaba por todo el desierto. En el camino se veían sombras negras que parecían dobleses de género, y cada vez que pasábamos por uno, rogaba con toda mi alma que la Virgen usara el doblés para acortar el camino. Apenas moviendo los labios, repetía, “que se acorte, que se acorte” como una fórmula mágica, tratando de encontrar toda la fe que tenía hasta que realmente se acababa la distancia y ya se veían las luces de Calama. En el asiento de atrás, mamá también decía, “Fuerza, señora, ya vamos llegando;”se agrandaban las luces, y de vez en cuando una casa chiquita, y un camión, y un bus, y otra casa y otra y yo feliz rezando secretamente hasta que llegamos al hospital y salieron unos enfermeros con una camilla a buscar a la señora. Yo me despedí, hasta luego señora, que se sienta mejor, y todos seguimos detrás de la camilla y tuvimos que esperar de nuevo en el pasillo.

      Allí nos quedamos, el holandés, el milico, y yo, mirando las baldosas amarillas hasta que vimos pasar a un doctor y una enfermera y después nada más por largo rato. Finalmente salieron, mamá le dijo al muchacho que había que ponerse en contacto con su tía en cuanto llegáramos a nuestra casa, y que su madre estaría mejor en la mañana. El muchacho dio las gracias y nos subimos al camión denuevo. Entonces, ella le dijo bajito al holandés que todavía no la habían atendido, que le preguntaron a la señora a qué partido pertenecía, y mi madre se enojó mucho.

      Ahora ya deben ser más de las cuatro de mañana y hace mucho tiempo que sonó el teléfono con la llamada del hospital. Todo está quieto y cada vez que cierro los ojos veo el camino en sombras que se acorta y se acorta pero, ay, ya la señora se ha muerto sin decir casi una palabra a nadie.

      Milico: cualquier hombre en las fuerzas armadas. Aquí, un conscripto joven

      “Niña en tus trenzas de noche”: una tonada folklórica de Clara Solovera

      Puna: condición causada por la altitud

      El Loa, que tiene forma de “u’, es el único río que baja de los Andes y desaparece en el desierto sin llegar al mar.

      (1982)

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