Llenas de Gracia. Johnnette Benkovic. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Johnnette Benkovic
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9781936159628
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transformadora para la persona”.9

      Lo que esta cita nos enseña es que las infusiones divinas de gracia otorgadas a través de la contemplación pueden variar en calidad, intensidad y duración. La infusión de contemplación puede ser delicada o fuerte, sutil o intensa. Puede durar por unos segundos fugaces o puede elevarnos a las alturas por una hora, un día, una semana. A lo largo de una vida, todos los grados de variación pueden ser experimentados. Es siempre el Señor el que decide qué es lo que se necesita, cómo es necesitado, y hasta qué punto es necesitado.

      Independientemente de las fluctuaciones en experiencia, la contemplación tiende hacia el progreso, transportándonos a una experiencia cada vez más profunda de oración. Eventualmente, puede conducirnos a una unión mística—una “unión secreta” con Dios que ocurre en el mismo centro de nuestra alma.

      Un buen número de santos nos han descrito sus propias experiencias poderosas de unión mística con Dios. Consideremos estas palabras de Santa Teresa de Liseux, mejor conocida como la “Pequeña Flor”. Ella nos relata su propia experiencia de contemplación y de matrimonio espiritual en su autobiografía, Historia de un Alma:

      Pocos días después de mi oblación al Amor Misericordioso de Dios, había comenzado en el coro el Camino de la Cruz, cuando súbitamente me sentí herida por un dardo de fuego tan ardiente que pensé que me moría. No sé como describir este rapto; no existe ninguna comparación que pueda hacer a uno comprender la intensidad de esa flama. Un poder invisible pareció arrojarme por completo al fuego… ¡Pero, oh! ¡Qué fuego! ¡Qué dulzura!

      Cuando su Madre Superiora le preguntó si era la primera vez en su vida que experimentaba este rapto, ella respondió:

      Madre, yo he experimentado éxtasis de amor varias veces; especialmente, una de las veces durante mí noviciado, cuando permanecí una semana entera verdaderamente muy lejos de este mundo; para mí, parecía como si hubieran arrojado un velo encima de todas las cosas de la tierra. Pero no fui consumida por una llama real, fui capaz de sostener esas delicias sin creer que su intensidad causara que mis cadenas terrenales se partieran en dos, mientras que en el día del cual le hablo, un minuto más, un segundo más, y mi alma hubiera abandonado su prisión… ¡Ay!—¡y ya me encontré en la tierra, y la aridez inmediatamente retorno a mi corazón!10

      El Llamado a la Contemplación

      Todas nosotras hemos sido llamadas a experimentar la contemplación. Louis Bouyer, en su obra Introduction to Spirituality (Introducción a la Espiritualidad), nos dice,

      [la contemplación] está, en realidad, presente en estado germinal en los actos más elementales de la fe cristiana. Y podríamos decir que esta semilla se desarrolla hasta el grado en el que la fe nos conforma a ella misma mediante la obediencia… Desde una meditación cada vez más orientada hacia el misterio de Cristo, cada vez más absorta en Él, dado que toda la vida de aquél que medita aspira a conformarse con Él en fe, nace la contemplación, se podría decir, en cierto sentido, de forma bastante natural—sin que por ello deje de ser, por todo ello, gracia pura, ya que en realidad no es otra cosa que la gracia haciéndose sentir.11

      Thomas Dubay, S.M., nos dice que hay algunos rasgos que son comunes a todas las infusiones divinas de la contemplación. Entre ellas están:

      •una experiencia de la presencia de Dios, ya sea en un estado de atención amorosa o de árido anhelo;

      •la infusión divina de la contemplación llegándonos de forma absoluta, a través de la acción de Dios en nosotras;

      •fluctuaciones en la intensidad de nuestra interacción con Dios, así como una diversidad de formas en las que Dios hace que Su presencia se haga saber o se haga sentir;

      •una profundización de nuestro conocimiento y comprensión de Dios, y un discernimiento más agudo de los misterios divinos, y;

      •un crecimiento en virtud y santidad.12

      Es necesario, en este punto, proveer una nota de cautela. Nunca debemos aspirar a buscar la consolación de Dios; nuestra búsqueda es por el Dios de la consolación. Si descubrimos que nuestra búsqueda se ha tornado en un deseo por el fenómeno místico, por la experiencia espiritual o por el éxtasis, de seguro nos deslizaremos en un misticismo falso que pone en peligro nuestra alma y nos retrocede en el camino hacia la santidad. Toda verdadera contemplación infundida es puro don. No existe método o técnica que pueda forzar la mano de Dios a otorgárnosla. Pensar que eso es posible es falta de humildad y pernicioso.

      El verdadero místico sólo desea estar unido a Dios, la Fuente de toda vida. Franz M. Moschner, en su texto clásico Christian Prayer (Oración Cristiana), escribe estas palabras de aviso:

      En nuestra jornada interior nunca debemos buscar descubrimientos, nunca por pura curiosidad estar en la espera de fenómenos, sensaciones o encuentros. Si hiciéramos esto, de inmediato sería disruptivo y falsificaríamos nuestra actitud hacia Dios, y por ello produciríamos en nosotros efectos que son directamente opuestos a lo que la contemplación desea alcanzar. Con firmeza categórica debemos suprimir todo anhelo de revelaciones, de verdades individuales, y mucho menos de revelaciones personales. El no hacerlo nos llevaría, en este punto, a exponernos a seducciones diabólicas.13

      Santa Teresa de Jesús (de Ávila) nos dice que el único anhelo que debemos aspirar que nos acompañe durante la oración es el amor. Utilizando como analogía las diferentes habitaciones de un castillo como representando las diferentes etapas de la oración mística, ella nos dice: “Si es que progresas mucho en este camino y asciendes hasta las Mansiones de tus anhelos, lo importante es no pensar mucho, sino amar mucho”.14

      LOS EFECTOS DE LA ORACION

      Los encuentros con Dios cambian nuestra vida. Debido a que la oración nos hace entrar en una relación íntima con Dios, la oración es transformativa. Y sus efectos pueden ser vistos de inmediato.

      Tómese, por ejemplo, el encuentro entre Jesús y el endemoniado de Gerasa, descrito en el octavo capítulo del Evangelio según San Lucas. Jesús había estado navegando en bote hacia el otro lado del Mar de Galilea. Cuando Él y sus discípulos desembarcaron en las costas de Gerasa, fueron recibidos por un hombre del pueblo que estaba poseído por demonios. El hombre, desnudo, se acercó a Jesús, y dando chillidos de dolor se desplomó al suelo y dijo en voz alta: “¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te suplico que no me atormentes”. Los demonios se habían apoderado del hombre en repetidas ocasiones en el pasado, lo que había incitado a otros a que lo atasen con cadenas y grillos. Pero el hombre lograba romper sus ataduras, y los demonios lo impulsaban a lugares solitarios. De hecho, había hecho de los sepulcros su hogar.

      Mientras Jesús extirpaba los demonios, Él les pedía que se identificaran. “Legión”, fue la respuesta que recibió, indicando que los espíritus eran muchos. Debido a que le pidieron a Jesús que no les mandara de regreso al abismo, Él les ordenó adentrarse dentro de una gran piara de cerdos que estaba pastando en un cerro cercano. Los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos, que en ese instante huyeron en tropel y se precipitaron a un lago, donde se ahogaron.

      Cuando los que cuidaban de los cerdos vieron lo ocurrido, huyeron corriendo hacia el pueblo para contar lo sucedido. Gentes de toda la campiña se acercaron para ver por sí mismos lo ocurrido. Al llegar al lugar de la escena, apenas podían reconocer al hombre que anteriormente estaba loco, sentado a los pies del Señor, vestido y en su sano juicio.

      Al poco tiempo, la gente del pueblo le pidió a Jesús que se alejara de ellos. No sólo estaban sobrecogidos de temor por la cura en sí, sino que además les preocupaba que otras curaciones pudieran costarles más de lo que ya habían perdido con la piara que se había ahogado. El hombre que había sido exorcizado de los demonios, sin embargo, comprendía el gran favor que había recibido de la mano del Señor. Le pidió a Jesús que le permitiera quedarse con Él, pero Jesús lo despidió diciéndole estas palabras: “Vuelve a tu casa y cuenta las grandes cosas que Dios ha hecho