La Moneda De Washington. Maria Acosta. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Maria Acosta
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Зарубежные детективы
Год издания: 0
isbn: 9788835401063
Скачать книгу
ni pesaba tanto, pero intentar sacarlo de aquel local lleno de muebles era un poco complicado y se necesitaban dos personas para hacerlo del modo adecuado. Una de las ideas que se le habían ocurrido a Teresa fue la de hacer una puerta de comunicación de la tienda con el garaje para no tener que dar tantas vueltas cuando deseasen cargar la furgoneta y fue por ella por donde lo hicieron.

      Tenía que reconocer que su hermana, a pesar de sus rarezas, era una gran organizadora; la furgoneta que había comprado no sólo tenía las puertas corredizas si no que le había añadido una plataforma móvil en la puerta de atrás, de esas que se utilizan en los camiones, para poder subir y bajar los muebles pesados más fácilmente. El interior, que Ricardo todavía no había visto, estaba acolchado y lleno de correas para poder llevar los artículos más frágiles con total seguridad. Después de asegurar el mueble en el interior de la furgoneta Ricardo se puso de nuevo al volante y salió del garaje mientras su hermana volvía a la tienda para continuar con la restauración del libro.

      ¡Si supiese su hermano a lo que se dedicaba realmente! La tienda de antigüedades iba bien pero no tanto como Ricardo imaginaba, lo que le hacía ganar dinero a Tersa era su otra actividad: la falsificación de manuscritos y libros antiguos. Evidentemente este tipo de trabajo no lo hacía a la vista de todos, aunque sí en el mismo lugar. Al garaje se entraba por la plaza de las Bárbaras, por una puerta de madera arreglada para poder ser abierta con un aparato electrónico desde el coche, justo enfrente de esta puerta se encontraba otra corrediza que comunicaba con la tienda y a la derecha de la puerta de entrada había una ventana enrejada; lo que no sabía Ricardo era la puerta que había al fondo del garaje, disimulada con un panel de falsa piedra que se parecía a las piedras de la que estaba hecha la casa, y que escondía el taller de falsificación de Teresa. Aunque también tenía una ventana enrejada desde allí no se podía ver el interior pues estaba tapada con una gruesa tabla de madera, suficientemente envejecida para que cualquiera que la mirase pensase que era un bajo abandonado.

      Desde el taller de la tienda tenía acceso a esta habitación secreta por medio de una librería que giraba sobre sí misma cuando Teresa pulsaba en uno de los adornos con forma de flor que decoraban la parte de arriba del mueble. No trabajaba en esta habitación a no ser que estuviese cerrada la tienda, los fines de semana, las noches y las vacaciones; no podía arriesgarse a que alguien, por pura casualidad, descubriese su secreto.

      En estos momentos lo que estaba haciendo era por encargo de un profesor de la Universidad de A Coruña, le pagaría una bonita suma por él y además era totalmente legal. Estaba intentando arreglar los restos de humedad de las páginas del libro, algo que tenía difícil arreglo pero que no era imposible de conseguir. Necesitaba tiempo, paciencia y concentración para llevar a cabo esta tarea, al profesor no le importaba cuánto tardase, sino que el trabajo estuviese bien hecho y, había que reconocerlo, Teresa era la mejor restauradora de libros de Coruña.

      Al principio, cuando estaba en Madrid y se vio metida en la historia de Las Sombras, estaba estudiando restauración artística de muebles; allí conoció a Sofía Castro Souto, que se convirtió en su mejor amiga y en compañera de aventuras. Pero después de lo que habían vivido, no sabía porqué, dejó la restauración de muebles para dedicarse a la de los libros. Poco a poco se fue distanciando de Sofía y cuando terminó de estudiar volvió a Coruña, donde hizo un curso de encuadernación artística, dedicándose, en los últimos quince años, a trabajar tanto en ese campo como en la restauración de libros, o en la falsificación de los mismos. Vivía en el mismo edificio, justo en el piso encima de la tienda. De hecho era la unión de dos viviendas completamente distintas en su origen. Se accedía al edificio por una puerta justo a la izquierda de la entrada de la tienda de antigüedades, al abrir el portal había una escalera y a la derecha de esta otra puerta que daba a un largo pasillo exterior que rodeaba todo el edificio e iba a parar a una puerta enrejada a la Plaza de las Bárbaras.

      El edificio constaba de dos pisos y el bajo, y todo él pertenecía a Teresa que lo había comprado al poco de volver a Coruña, cuando la zona vieja de la ciudad estaba tan desprestigiada que los dueños de las casas vendían, a veces por cuatro cuartos, las viviendas que habían sido de sus familias durante generaciones. Con ayuda de la familia, que dio la entrada para la compra de la casa, y de sus trabajos como restauradora, fue poco a poco arreglando todo a su gusto. En realidad la vivienda tenía dos entradas: la de la tienda de antigüedades y otra según se pasaba la puerta enrejada de la Plaza de las Bárbaras, mediante una escalera de piedra que llegaba justo hasta el pasillo de la segunda vivienda y que ahora no tenía uso pues en cuanto Teresa tiró el tabique de separación de las dos viviendas decidió condenar la puerta con cascotes. Todas las ventanas estaba enrejadas, tanto las que pertenecían a la tienda como las de la casa y no había manera de entrar en ella a no ser por la puerta principal. Casi era un castillo en medio de la tranquilidad de la plaza.

      Su dormitorio tenía una vista magnífica de la plaza, ya que hacía esquina y tenía dos ventanas desde las que podía observar tanto el crucero como el convento; en el suelo había una trampilla escondida debajo de una alfombra persa, calentita y suave, que había comprado en unas rebajas hacía tiempo. Por esa trampilla podía acceder fácilmente a su taller secreto, ya que estaba justo debajo. Al salir de la habitación el pasillo se bifurcaba: a la izquierda hacia las dos habitaciones a las que todavía no les había encontrado una utilidad, a la derecha hacia la cocina, una habitación enorme que estaba comunicada con el comedor por medio de una puerta corrediza. Enfrente de la cocina un dormitorio y, a continuación de este, otro más. Pasada la cocina y el comedor estaba el baño: con bañera de hidromasaje y, en la parte contraria, un poco más allá la entrada a la biblioteca. Esta última estancia estaba comunicada por un lado con el salón, por medio de un arco en la misma línea que la puerta de entrada a esta habitación, y justo enfrente de este arco había otro que comunicaba con el pasillo de la vivienda añadida. Un pequeño laberinto que permitía a Teresa ir desde la puerta de entrada a su habitación sin tener que pasar cerca de la cocina di de las habitaciones del pasillo. El segundo piso, aunque arreglado y con la misma estructura que el primero, estaba vacío de muebles y Teresa no sabía qué iba a hacer con él.

      Puede que fuese mucha casa para ella, pero Teresa sentía que necesitaba espacio, que no podía volver a vivir en un sito pequeño. Lo más extraño de todo era que vivía sola y no deseaba que nadie viviese con ella. Era una especie de ermitaña. Eso no significaba que no se relacionase con la gente. De vez en cuando salía y volvía a casa con algún hombre o mujer que había conocido en un pub del centro de la ciudad, pero no le gustaba tener gente extraña en casa, que revolviesen en sus cosas y que intentasen controlarla.

      Teresa dejó de trabajar en el libro, miró el reloj y se dio cuenta de que ya habían pasado cuarenta minutos desde que se había ido Ricardo y que todavía no sabía nada de él. ¿Tan difícil era dejar un maldito escritorio? Estaba a punto de llamarlo cuando le pareció escuchar que la puerta del garaje se abría. A los cinco minutos Ricardo estaba entrando por la puerta de la tienda, visiblemente nervioso.

      – ¿Se puede saber dónde te habías metido? –preguntó Teresa.

      –No lo vas a creer.

      – ¿No le ocurriría algo al mueble? ¿No habrás tenido un accidente con el vehículo nuevo? –continuó diciendo mientras se levantaba de la silla y cogía una cazadora vaquera que tenía justo en el respaldo.

      –Nada de eso. Pero también pienso que no es nada bueno lo que he visto.

      –¡Déjate de mandangas y dime ya lo que te pasa! –gritó ella empezando a perder los nervios.

      –Vi a Klauss-Hassan.

      – ¿Cómo dices?

      –Digo que vi a Klauss-Hassan. Está en una tienda de artesanía que hay cerca de la casa donde me mandaste.

      – ¿Estás seguro? –siguió preguntando la hermana mientras comenzaba a salir de su taller –Pude que te hayas confundido.

      –Ya sé que pasaron unos cuantos años pero te juro que era él. ¿Qué vamos a hacer?

      – ¿A qué te refieres? A lo mejor no es él. Puede que sea alguien que se le parece mucho –respondió Teresa intentando tranquilizar a su hermano