Durmió tan profundamente que cuando sonó el despertador no podía creer que hubiese estado en la cama casi diez horas, le parecieron cinco minutos. Se duchó, puso la cafetera al fuego y luego fue a coger las fotos del laboratorio. Mientras dessayunaba lo que era su costumbre, un taza pequeña de café con leche y unas galletas, echó una ojeada a las fotos. Ayer por la noche creyó que había algo extraño en ellas y ahora quería comprobar qué era lo que tenía de particular aquella moneda encontrada cerca de la Plaza de las Bárbaras. Pasó una a una las fotos pero, aunque la sensación persistía, no conseguía localizar el fallo. Es verdad que estaba asombrado por la fecha que aparecía en la moneda, 1776, pues pensaba que todavía no habían hecho monedas los americanos en esa fecha, pero podía estar equivocado, no era un experto en monedas. Además creía que, para poder llevar a cabo una labor tan perfecta, los americanos deberían haber tenido una tecnología muy buena en aquellos tiempos y de eso tampoco sabía nada. A ver qué le podía decir Uxía de todo esto. A lo mejor ella podía informarle sobre quien le podría ayudar.
A las diez y media salió de su casa con las fotos en una carpeta y la moneda todavía en su cartera. A las once menos veinte estaba subiendo las escaleras de la biblioteca de la calle Durán Loriga. En el vestíbulo había una exposición de fotografías que ya había visto hacía unos días, fue hacia la puerta de la biblioteca, en la planta baja. Uxía estaba ordenando unos libros, Ariel no deseaba interrumpir su trabajo así que se fue un rato a la zona donde se encontraban los periódicos del día y estuvo echándoles un vistazo a la vez que, de vez en cuando, observaba las idas y venidas de Uxía por la biblioteca. Todavía pasaron quince minutos antes de que volviese al mostrador de la entrada, entonces Ariel dejó el periódico con el que estaba matando el tiempo mientras la muchacha trabajaba y fue hacia ella.
– ¡Qué sorpresa, Ariel! No te esperaba hasta mañana –dijo Uxía a modo de saludo mientras escribía en la ficha de un libro.
–Es mañana cuando no puedo venir, tendré mucho trabajo y el jefe no quiere que falte. ¿Tienes ahora un momento o estás demasiado ocupada como para atenderme? Si quieres puedo volver más tarde.
–Pues la verdad es que tengo una mañana bastante atareada –mintió Uxía que todavía no había acabado de ver todos los artículos de las revistas de historia sobre la Guerra de la Independencia y deseaba aprovechar la mañana para poder conseguir más información –pero si no tienes ningún compromiso, puedes venir a recogerme a las dos y podríamos hablar mientras comemos. ¿Te parece bien?
–Perfecto. Hasta luego.
–Hasta luego –respondió ella.
¡La madre que la crió! ¿Por qué le diría semejante tontería el domingo? Ahora iba a tener que apurar si deseaba no quedar como una idiota delante de Ariel, afortunadamente en la biblioteca tenía la colección completa de las revistas de historia y todos los artículos estaban informatizados. Por lo menos no le costaría un mundo encontrar dónde estaba la información sobre la Independencia de Estados Unidos. Ya había memorizado dos de ellos y todavía le quedaban otros tres, por suerte su memoria fotográfica, que le resultó tan útil para aprobar las oposiciones a bibliotecaria, la iba a sacar del apuro en menos de dos horas, si no venía nadie, mientras tanto, a dar la tabarra con peticiones extrañas. Por suerte no había mucha gente hoy en la sala e iba a poder estar bastante tranquila.
A las dos Ariel pasó por la biblioteca a buscar a Uxía que, por suerte, tuvo poco trabajo y pudo leer los artículos que le faltaban sobre la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Cuando Ariel había estado antes en la biblioteca este no se había dado cuenta, pero Uxía llevaba puesta una minifalda de cuero negra y unas botas rojas que le quedaban muy bien. Fueron a comer a un bar que había cerca de allí, el Río Miño, donde ponían buenas tapas y raciones. Mientras estuvieron comiendo casi no hablaron, a no ser de las cosas normales, de cómo les iba a cada uno de ellos en su trabajo. Ariel le dijo que en ese momento no tenía novia, que la última lo había dejado hacía unos dos meses, y Uxía, para corresponderle, le dijo que desde hacía un año ella tampoco salía con nadie. Hablaron de cine y de libros y ya cuando por fin estaban tomando el postre, un flan con nata él y un trozo de tarta de manzana ella, y los cafés, Uxía le dijo:
– ¿Tú qué sabes sobre el tema?
–Poca cosa, lo que te dije: que ocurrió en 1776 y que la comenzó cuando los colonos se disfrazaron de indios y echaron el té al mar.
–La cosa es un poco más complicada y comenzó mucho antes de esa fecha; el 4 de julio de 1776, que es la fecha que conocemos aquí en España, se refiere al día en que el segundo Congreso Continental aprobó la Declaración de Independencia. Pero los americanos ya llevaban un año guerreando con Gran Bretaña. Al declarar la independencia la lucha pasó a ser una guerra entre dos países y no la contienda de una colonia que se rebela contra su madre patria. Esto provocó que otros países, como España o Francia, viesen posible una alianza con la nueva nación para combatir a Gran Bretaña.
En la América colonial los derechos de los ciudadanos se ponían en documentos escritos, es decir, los americanos codificaban sus derechos en documentos fundamentales. Por ejemplo, el Body of Liberties, de Massachussets, de 1641, salvaguardaba los derechos de los hombres libres, y también de las mujeres, niños, forasteros, sirvientes, incluyendo los forzados y esclavos, y hasta lo animales. Los documentos coloniales protegían los derechos y servían como imanes para atraer colonos a los lugares donde sus derechos estaban codificados. Además, los colonos americanos crearon sus propias instituciones de gobierno. Tanto la emisión de papel moneda como de impuestos e incluso los salarios de los funcionarios eran competencia de las asambleas. Esto daba a los americanos cierto grado de autoridad sobre sus funcionarios y salvaguardaba la libertad frente a la usurpación gubernamental o judicial. En 1763 la Corona inicia una recaudación de ingresos en las colonias para sufragar los gastos de defensa y administración y el Parlamento aprueba nuevos impuestos para las colonias, moderniza y refuerza el sistema de Aduanas; el gobierno inglés decide estacionar varios regimientos en Boston y Nueva York. Rápidamente los americanos protestan por estas medidas, las consideran inconstitucionales. En 1765 Benjamín Franklin piensa que los soldados enviados a América pueden provocar una rebelión debido a su comportamiento insolente. El 5 de mayo de 1770 tiene lugar la conocida como La matanza de Boston, en la que una patrulla de soldados británicos disparó contra una turba armada con palos enfrente de la Aduana de Boston.
Este hecho sumado a la política imperial británica con la Proclamacion Line (1763) que prohibía el establecimientos de las colonias más allá de los montes Apalaches, y una serie de leyes sobre impuestos (Impuestos de Grenville, 1764; Sugar Act, 1764; Currency Act, 1764; Stamp Act, 1765; Quartering Act, 1765; Declaratoy Act, 1766; Impuestos Towsend, 1767; Tea Act, 1779) y las conocidas como Leyes Intolerables de 1774, que castigaban a Massachussets por las acciones de un grupo de radicales que habían tirado un cargamento de té al mar en el puerto de Boston, fueron realmente la simiente que hizo posible la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776.
Ese es realmente el comienzo de todo. Puedo seguir contándote más cosas, sobre cómo fue evolucionando la historia y las distintas batallas que tuvieron lugar entre americanos e ingleses antes de la firma de la paz definitiva el 3 de septiembre de 1783.
–Has dicho algo sobre la emisión de papel moneda. ¿Sabes si mientras estuvieron en guerra los americanos acuñaron moneda? –dijo Ariel.
–Imagino que acuñarían, si podían emitir papel moneda deberían haber podido hacer monedas de metal. ¿Te interesa mucho?
–Un poco. Verás. Hace un par de días encontré una moneda con la efigie de George Washington y la fecha que tenía grabada era la de 1776. Mira, esta es la moneda –respondió Ariel mientras sacaba de la carpeta que había traído con él la fotografía ampliada de la misma.
–Parece muy nueva. Es como si la hubiesen acuñado ahora mismo.
– ¿Verdad? Lo mismo pensé. ¿Cómo podría investigar acerca de monedas de esa época?
– ¿Por qué no vas a la Asociación Filatélica? A lo mejor allí te podrían