—Sybil Milton, ex historiadora adjunta,
U.S. Holocaust Memorial Museum
Primavera de 2000
RECONOCIMIENTOS
He procurado contar esta historia tan exactamente como mis recuerdos me lo han permitido. No obstante, quiero expresar mi agradecimiento a muchas personas que han colaborado en la actual presentación. Entre ellos se encuentran Germaine Villard, Francoise Milde, Adolphe Sperry y su nieta Virginie, y Esther Martínez, quienes llevaron a cabo toda la investigación histórica necesaria para confirmar los sucesos y lugares que yo recordaba. Asimismo intercambié notas con Rose Gassmann y Maria Koehl, testigos oculares que conservan muchos recuerdos vívidos de aquella época. La señora Bautenbacher del Wessenberg’sche Erziehunganstalt fur Mädels y el personal de los archivos de la ciudad de Constanza cooperaron en la obtención de los documentos relativos a mi reclusión. Andreas Müller, que ha escrito sobre las experiencias de mi esposo, también compartió conmigo interesante información de fondo sobre las actividades de las Juventudes Hitlerianas. Parte de la documentación y el material fotográfico se obtuvo de los archivos de la Sociedad Watch Tower de Selters (Alemania), Thun (Suiza) y Brooklyn (Nueva York). El Cercle Européen des Témoins de Jéhovah Anciens Déportés et Internés, organismo del cual soy miembro fundadora, también contribuyó material de sus archivos.
Debo reconocer asimismo que la encarecida solicitud de dos amigos maravillosos, Lloyd W. Barry y John E. Barr, me dio la motivación necesaria para escribir mi historia.
Agradezco también sinceramente la amable y valiosa colaboración de mis queridos amigos, Carolina González y Pedro Pagés, en la traducción y revisión de la edición española de este libro.
Por último, estoy especialmente agradecida a mi querido esposo Max por su apoyo excepcionalmente paciente y amoroso.
INTRODUCCIÓN
Toda Europa se preparaba para celebrar el cincuenta aniversario de la liberación del terror nazi. Una vez más, el mundo entero dirigiría su atención al período que la Historia ha denominado “el hoyo”, “el infierno”, “la era del terror” o “la noche”. Un pequeño grupo de supervivientes, testigos oculares identificados en los campos de concentración por un “triángulo púrpura”, también llevaban a cabo su propia conmemoración en Estrasburgo y París. Este grupo viajó por diversas ciudades francesas acompañando a una exposición que relataba su historia. Y entonces llovieron las preguntas: algunas sobre datos, pero otras sobre la vida, nuestra vida. Las indagaciones fueron sacando de la oscuridad poco a poco mis recuerdos. Sentí como si hubiese regresado a mi niñez. De nuevo era “la pequeña”, con todos sus recuerdos, sensaciones, alegrías y temores. Las preguntas iluminaron mis sueños y pesadillas, y me hicieron revivir aquel horror. Todo se volvió tan real, tan exacto, que pude recordar hasta el menor detalle de mi enfrentamiento al opresor “león” nazi.
Más y más amigos me decían:
—Escríbelo, pinta un cuadro, graba tus recuerdos. Narra lo que sucedió, ahora que todavía puedes.
Recuerdo con alegría la Alsacia de mi infancia: magníficos paisajes y habitantes de firmes convicciones. Una manzana de la discordia marcada por las cicatrices de dolorosos conflictos anteriores.
La pobreza de los hijos de los trabajadores, la injusticia y la intolerancia hicieron que una niña feliz y revoltosa se transformara en una joven meditabunda y precoz. Y tanto más al ser testigo de las disputas entre partisanos franceses y alemanes, así como del creciente miedo de los adultos a otra guerra.
Mis padres ya se habían dado cuenta del peligro inmediato que el régimen nazi suponía para nosotros. Cuando el ejército alemán ocupó Alsacia e inició el programa “Heim ins Reich” (“De vuelta al Reich”), este estado policial y su partido, la Gestapo y todos sus espías, nos parecieron como un león rabioso deseoso de atrapar a su presa. El león me lo arrebató todo, solo me quedaron los recuerdos. Fue una experiencia estremecedora.
Con todo, mi supervivencia demuestra que la adversidad no tiene por que dañar la conciencia de una niña si se le han inculcado elevados valores éticos. Mi deseo al contar la historia de mi familia es infundir en otras personas el ánimo y la esperanza necesarios para vencer a los “leones” que en el futuro puedan amenazar el espíritu humano en cualquier lugar.
Esta es mi historia.
PRIMERA PARTE
Junio de 1933–Verano de 1941
CAPÍTULO 1
Mi infancia entre la ciudad y el campo
JUNIO DE 1933
Antes de que la sombra de la Segunda Guerra Mundial se cerniese sobre nosotros, mis padres y yo nos mudamos a la ciudad. Procedíamos de Husseren Wesserling, un pueblo del valle de Thann, en los Vosgos, cercano a la granja de mis abuelos. Hasta entonces habíamos vivido en una maravillosa casa rodeada de setos de rosas y praderas. Residíamos en Alsacia Lorena, una región fronteriza entre Francia y Alemania, cuya soberanía ha sido objeto de largas luchas entre ambos países durante siglos.
Cuando tenía casi tres años, mi familia y yo nos mudamos con mi perrita Zita a la tercera planta de un edificio de apartamentos en el número 46 de la Rue de la Mer Rouge, en la ciudad de Mulhouse. Mi mundo era mi familia, y poco podía imaginarme el dolor, las penurias y el terror que estaban por venir.
El nombre de nuestra calle —Rue de la Mer Rouge— podría interpretarse como una señal del destino de mi familia: desesperación, separación, viajes, esperanza… Me pregunto si mis padres alguna vez habrían reparado en el nombre de la calle.
La estación de tren de Mulhouse-Dornach señalaba el comienzo de la Rue de la Mer Rouge, una larga calle que discurría entre jardines y campos, vecindarios de casas unifamiliares y edificios de apartamentos. El número 46 era un edificio de cuatro pisos con ocho viviendas, en el que la mayoría de los inquilinos trabajaban para la famosa fábrica de tejidos estampados Schaeffer&Co, de la que papá era asesor artístico.
En la ciudad no se me permitía acercarme demasiado a las ventanas ni salir sola a la calle, lo que suponía una gran tristeza para una niña criada en el campo… ¡hasta las flores del balcón estaban presas en sus macetas!
Para mi alegría, visitábamos a menudo la granja de mis abuelos. Hacíamos el viaje en tren y nos bajábamos en la parada de Oderen, donde había una capilla dedicada a la Virgen María. El sendero subía por la montaña, cruzaba un arroyo de agua fresca y tras escalar una ladera escarpada aparecía Bergenbach, zona de verdes praderas con diferentes especies de árboles frutales.
Y en medio de todas aquellas rocas, helechos y maleza se encontraba la casa de mis abuelos. Al entrar por la pequeña puerta, los ojos tenían que acostumbrarse a la tenue luz antes de poder vislumbrar en la esquina de la habitación la inmensa chimenea negra en la que se había instalado el hornillo que servía de cocina. La mezcla del humo con el aroma del heno y los cereales siempre será uno de mis olores favoritos. Fuera de la casa había una fuente de piedra cuyo borboteo ha sido para mi familia una relajante canción de cuna durante mucho tiempo.
Durante la década de 1890 mi abuela Marie dejó el hogar familiar. Posteriormente regresó a él viuda y con dos hijas: mi madre Emma y mi tía Eugenie. Con su segundo marido, Remy Staffelbach, mi abuela tuvo a mi tía Valentine y a mi tío Germain. Remy siempre se comportó conmigo como si fuera mi verdadero abuelo.
Mi abuela era una mujer muy hacendosa que cuidaba de todos los animales y del jardín mientras los hombres trabajaban.
El