El conocimiento, por tanto, solo es útil, económicamente hablando, si es bien gestionado, algo que muchos sabios en ciencia no saben hacer, porque al conocimiento de la química o de la alquimia hay que añadirle el conocimiento de las patentes, de la bolsa de valores y del uso y la distribución del dinero.
Thomas Alva Edison no fue un gran inventor, como sí lo fue Tesla, pero sabía de patentes y de economía, así que patentó muchos inventos y descubrimientos que no eran suyos, y logró una gran fortuna.
Thomas Alva Edison, conspirador de patentes
Tesla fue un genio de las ciencias, y Edison un genio, aunque algo tramposo, de las finanzas.
La moral no suele ser buena compañera de los que buscan enriquecerse, porque la moral y el karma son para la buena gente que cumple y obedece, la que desconoce tanto los secretos de la ciencia como de los entresijos oscuros de las finanzas.
Los que estudian electrónica o ingeniería industrial saben que Tesla sí conservó algunas patentes, y cobró por ellas, pero no lo suficiente como para vivir en la abundancia, algo que tampoco le interesaba, porque lo que movía a Tesla era crear e investigar, y no tener posesiones materiales.
Tesla se llevó muchos de sus “secretos” a la tumba, y no porque quisiera guardarlos, sino porque el tiempo social que le tocó vivir no estaba preparado para conocerlos y desarrollarlos.
Sí, hay conocimientos y secretos que no son útiles en una época o sociedad determinada, por más que se den gratis en las escuelas y las academias.
Por ejemplo, saber que el cuadrado del primero, más el doble producto del primero por el segundo, más el cuadrado del segundo, es la solución de cualquier binomio al cuadrado, no le sirve a la sociedad absolutamente para nada, no se cobra por saberlo, no se sabe dónde ni cómo aplicarlo para sacarle un rendimiento. Los maestros de matemáticas no suelen ganar mucho por saberlo e intentar enseñarlo a sus alumnos, que lo olvidan en cuanto se acaba el semestre.
El poder del conocimiento en nuestras sociedades actuales, por tanto, solo tiene un sentido comercial y económico cuando se puede vender, ya sea el oro por su escasez y por algunas utilidades en la industria, como una bobina de corriente alterna muy necesaria para todo tipo de motores e ingenios que requieran de energía eléctrica o electromagnética; pero si no lo tiene, puede dar cierta fama y reconocimiento, pero no utilidades económicas.
Desde el año 675 antes de nuestra era, que las monedas acuñadas, el dinero, acompañan al poder y compran todo tipo de voluntades, ya sean científicas, políticas, artísticas o culturales, con lo que saber y conocer no es suficiente para ejercer un poder en el mundo en el que vivimos.
Conspirar para guardar o para desvelar un secreto ha sido una práctica común en el mundo entero, con espías de todo tipo que iban de un pueblo a otro para robar ideas tecnológicas y técnicas de construcción, minería, elaboración de armamento, fórmulas magistrales, y, en fin, conocimientos de todo tipo que pudieran ser útiles, productivos o de simple gloria y fama que maravillaran a los pueblos y los llenaran de orgullo y vanidad, aunque muy pocos se enteraran cómo funcionaba dicho secreto descubierto.
Los filósofos querían desentrañar los secretos de la Naturaleza, pero a los gobiernos y a los religiosos solo les importaba que esos secretos fueran útiles, que dieran dinero y poder, jerarquía y control, ya que de no hacerlo así eran censurados, escondidos y hasta prohibidos y pecaminosos.
Con el conocimiento y sus secretos en manos del Estado y de la Iglesia, se conspiraba contra los sabios, los filósofos y hasta contra el pueblo lego, que podía tener o caer en la tentación de la rebelión al adquirir ciertos conocimientos.
Maestros e ignorantes
La educación nunca ha sido prioridad de los gobiernos, y hasta hace apenas un par de siglos ni siquiera había escuelas más que las dominicales, el 86% de la humanidad era analfabeta, y los estudios empezaban en el bachillerato a los 16 o a los 18 años de edad, para pasar a la Universidad y decidirse entre la Filosofía, que abarcaba prácticamente todos los campos del conocimiento humano, la Jurisprudencia o la Teología, con la Iglesia como garante y censora de la educación.
De esta manera se hacía una “selección natural” y muy pocos eran los hombres que estudiaban, porque las mujeres no tuvieron acceso a los estudios superiores hasta el final del siglo XIX, en los países más adelantados, y hasta pasada la primera Guerra Mundial en muchos otros, o hasta finales del siglo XX en los países musulmanes.
Durante toda la Edad Media no hubo más escuelas que las de los monasterios y los conventos, donde se enseñaba la palabra de Dios, Buda, Confucio o Lao-Tse, pero poco más. Leer y escribir no era necesario ni para muchos monjes y monjas, que se aprendían de memoria los versos del Corán o de la Biblia, y que copiaban textos dibujando las letras, pero sin saber qué significaba cada letra.
Hasta que San Jerónimo se atrevió a traducir la Biblia Vulgata, los textos sagrados estaban en latín, traducidos a la lengua romana del hebrero, del arameo y del copto, o griego antiguo, porque el conocer el “verdadero” contenido de la Biblia estaba prohibido. Muchas misas se siguieron dando en un incomprensible latín hasta bien entrado el siglo XX, para proteger los secretos, de una liturgia mágico-religiosa, no aptos para el público ignorante constituido por los fieles.
La enseñanza en 1844, Giuseppe Costantini
La ignorancia no era un defecto, sino una virtud de ingenuidad infantil que protegía a los seres humanos de la soberbia que nace del conocimiento y la sabiduría.
La palabra de los dioses, así como los secretos de la Naturaleza y los conocimientos científicos de los sabios y los filósofos, debían mantenerse fuera del alcance de los legos como misterios insondables y como dogmas divinos, porque el saberlos podía otorgar poder a la masa, y eso, para las élites, no era nada bueno.
Pero las élites poco a poco aprendieron que las masas suelen ser sus cómplices en el camino de la ignorancia, y que el conocimiento no siempre le da poder al ignorante, sino que bien dosificado y diversificado, puede convertirse en una buena herramienta de control social y de colonización del pensamiento.
La industria necesitaba tanto esclavos que no supieran nada de nada, como aprendices, oficiales y expertos que sí tuvieran ciertos conocimientos.
En el campo no hacía falta que aprendieran nada, pero en las urbes industrializadas sí era necesario contar con cierta mano de obra calificada, contadores, reparadores de máquinas, ingenieros, administradores, gestores, transportistas, vendedores y hasta mandos intermedios, o capataces, de todas clases: hacían falta escuelas con maestros que educaran a las clases bajas y a los obreros, pero con criterios morales y represivos que no ofendieran a las autoridades ni pusieran en duda la “palabra de los dioses”; todo un reto de conspiración y manipulación de las élites hacia el pueblo del siglo XVIII, que no se ha solucionado del todo hasta nuestros días.
La premisa de la enseñanza parece decir que si el alumno no fuera ignorante, el maestro estaría a su mismo nivel, y poco o nada podría enseñarle, con lo que, más que administrar la sabiduría, habría que administrar la ignorancia.
¿Las élites conspiran contra la población?
Guardan secretos para su propio beneficio, como en el caso de la educación, la tecnología y la ciencia.
Lo hacen en secreto y están dispuestas a censurar, destruir, desacreditar, e incluso eliminar a quienes descubran sus secretos o sus planes.
La traición y el espionaje están a la orden del día.
Crean