Así nacen los códigos de conducta, las normas sociales y las leyes, tanto punitivas como diplomáticas, para dirimir los conflictos internos del grupo.
Un solo Alfa y sus más allegados Beta, para dominar, guiar y controlar a muchos Beta débiles y a unos cuantos Gamma molestos y rebeldes.
Si alguien se portaba mal y trasgredía las leyes y las normas, normalmente era linchado por la multitud hasta la muerte, y, si el Gamma sobrevivía, era exiliado y abandonado lejos del grupo al que originalmente pertenecía.
No había cárceles ni más pena que la muerte o el exilio para los que no cumplían con el orden social, pero esto no fue suficiente, porque en tiempos de sequía o hambruna, muchos Beta débiles se convertían en Gamma, y trasgredían las normas con tal de sobrevivir, o por miedo y por cobardía de enfrentar un conflicto.
El perro cuando tiene miedo, ni aunque le des de palos sale de su escondite; y cuando tiene hambre se vuelve taimado y fiero hasta con su más amado dueño, con lo que el código legal y normativo, como el de Hammurabi, tenía sus limitaciones para controlar a las poblaciones en tiempos de crisis, y también después de los tiempos de crisis cuando las poblaciones se habían dado cuenta que mentir y robar era más fácil que sembrar o que combatir, con lo que muchos Beta débiles se convertían en Gamma conflicto tras conflicto y sequía tras sequía.
Los Alfa y su séquito Beta fuerte, siempre tuvieron privilegios y comida en tiempos de guerra o de sequía, pero ante las revueltas populares y el crecimiento de población Gamma, se vieron en la “necesidad” de blindar dichos privilegios, con el obstáculo que ni los códigos ni la represión eran suficientes para legitimar dicho blindaje.
Los Alfa ya no eran grandes héroes y guerreros, sino nietos o bisnietos de los que sí lo fueron, y sus huestes ya no eran una barrera de protección, sino advenedizos más o menos astutos que no querían perder sus privilegios, y entonces, unos dos o tres mil años antes de que apareciera la escritura y diera comienzo la Historia, a alguien se le ocurre la maravillosa idea de legitimar el poder con los dioses.
Un Alfa ya no tenía que ser un valiente general, con ser elegido por alguna divinidad era más que suficiente, con la inestimable anuencia y beneplácito de la población Beta débil y Gamma cada vez más creciente, que carecía de toda instrucción y era del todo supersticiosa y creyente, capaz de linchar a los que pusieran en duda la palabra de los dioses.
Cuando por fin apareció la escritura, casi todos los Alfa de medio mundo estaban considerados estirpe divina, monarcas y reyes elegidos de los dioses, muchos de ellos semidioses, con lo que ya no necesitaban de otras cualidades especiales que los legitimaran como Alfa, e incluso podían tener todos los defectos, vicios y pecados (prohibidos para el resto), ser crueles, asesinos, malvados, prepotentes, ladrones, traicioneros y del todo pervertidos y degenerados, incapaces de guiar a nadie ni a nada, pero dueños y señores de vidas y haciendas por la gracia de los dioses.
Los parásitos
Con la legitimidad de los dioses, de pronto los Alfa se vieron rodeados de jueces, generales, sacerdotes, sabios, expertos, artistas, bufones, maestros y cortesanos, gente Beta débil y fuerte que sabía rendir pleitesía al elegido, mientras sacaban todo tipo de provecho a su posición y manipulaban y explotaban al pueblo, que en su mayoría era Gamma, pero resabiado, que fingía cumplir las normas y las órdenes para no ser castigado.
Tú haces como que me pagas o como que me pegas, y yo hago como que trabajo y obedezco.
Pocos amos con cientos de súbditos y miles de esclavos, puestos y dispuestos a los caprichos de los parásitos improductivos cortesanos: jueces, generales, sacerdotes, sabios, expertos, artistas, bufones y maestros, que sin ningún esfuerzo real vivían como reyes sin importarles si el pueblo sobrevivía o se moría de hambre.
Cualquier parecido con las formas de gobierno actuales no es pura coincidencia.
Un Alfa podía se alto, fuerte, carismático y bien parecido, o bajo, débil, gris y desagradable, o incluso enfermo física y mentalmente, no importaba, porque los dioses lo habían elegido y su corte parasitaria se encargaba de someter y de dirigir al pueblo, un pueblo productivo, funcional, bueno y obediente en muchos aspectos, pero zafio y taimado en otros tantos.
Así quedaron establecidas las pirámides socioeconómicas y políticas hace seis mil años, por lo menos, y así siguen funcionando hasta nuestros días, porque hasta la bendita democracia es un sistema mesiánico lleno de promesas vacuas e ilusiones redentoras, que los pueblos legitiman con su voto.
Los emergentes
Pero no todo quedó en palacio, porque a medida que las civilizaciones construían grandes monumentos y se afianzaban sobre la divina protección y complicidad de las grandes religiones, fueron apareciendo entre los Beta débiles los comerciantes y los filósofos, que en un principio fueron tan útiles y funcionales como el resto, pero que no tardaron en tener poder y riqueza, los comerciantes, y voz e influencia los filósofos.
Tras la primera Revolución Industrial del 1750, hubo quien pensó que los obreros eran una clase social emergente, como los comerciantes y los filósofos, pero, por gracia o por desgracia, nunca emergió del todo y pasó a formar parte de las clases bajas, que en el mejor de los casos alcanzaron posiciones de Beta débil, y en el peor y el más común de los casos son una nueva especie de Gamma, clase baja o muy baja, lumpen, una curiosa mezcla entre esclavos con aspiraciones y marginales desechables, siempre próximos a la delincuencia en todos y cada uno de los estratos de la sociedad y de la población.
Comerciantes y filósofos sí emergieron, unos con el poder del intercambio, y otros con el poder del conocimiento.
La primera Mano Negra
Las primeras sectas o grupos maquiavélicos que operan desde la sombra en secreto y con propósitos de enriquecerse, tener poder y ampararse o incluso destruir a un Alfa, rey, líder o gobernante, nacen en las cortes, con guerras intestinas, traiciones y delincuencia de guante blanco, o de sangre y envenenamiento, donde el conspirador suele morir a manos de otros conspiradores.
Calígula, conspirador que murió a
manos de sus conspiradores
En los reinos de la antigüedad un simple traductor o mensajero podía cambiar el sino de la historia, es decir, podía conspirar contra su señor, o a favor de otro señor, modificando el mensaje, no entregándolo, entregándolo al enemigo, o falseando las palabras de uno para provocar la ira o la desconfianza del otro, y provocar un conflicto bélico.
Luego fueron los consejeros, los más cercanos al Alfa o al monarca, los que le hablaban al oído y lo empujaban a la guerra, la rendición, el odio, los celos, la venganza y la traición. No hay peor ni más dolorosa deslealtad o infidelidad que la que te hace un ser cercano y querido, alguien en quien confías, tu propio hermano, tu madre, tu padre, tu hijo, tu mejor amigo, tu socio entrañable, el amor de tu vida, tu esposa o tu pareja.
Que los enemigos conspiren contra ti es parte del juego, y se acepta y se compite para ver quién gana la partida. Pero cuando el conspirador es la persona más estimada y querida, es toda una tragedia de lo más dolorosa y dramática.
Conspirar, poder poner a unos contra otros por una simple palabra fuera de lugar, por un mal consejo intencionado, llenan al conspirador de codicia, de vanidad y de soberbia y orgullo, tanto y de tal manera, que a menudo la conspiración termina matando al propio conspirador, sin que este se duela de su muerte ni de su castigo, porque ha logrado su objetivo al conspirar, y eso le satisface más que cualquier otra cosa en el mundo.
La Mano Negra Andaluza
Mano Negra y conspiraciones y conspiradores los hay desde las primeras civilizaciones de la humanidad, pero la primera con ese nombre fue la Mano Negra Andaluza,