Sobre las ruinas de la ciudad rebelde. Carlos Barros. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Barros
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417731991
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que le esperaba una nueva sesión de latigazos, pero después de arrancar esa promesa de Isabel era lo que menos le importaba. Estaba ya mentalmente preparado para ello. Sin embargo no ocurrió nada de eso, su tío le condujo hasta un lugar lúgubre y oscuro que estaba en el sótano, las bodegas del monasterio.

      No se imaginaba qué era lo que pretendía llevándole allí, probablemente quisiera conducirlo hasta un lugar apartado para no despertar a la comunidad con sus gritos. Pero para su estupor, le arrastró por toda la bodega hasta el extremo más profundo y ante él apareció un viejo portón de madera que conducía a un cuartucho pequeño. Probablemente era el lugar más funesto que había visto en todo el monasterio. Fue entonces cuando Sebastián se empezó a asustar.

      —¿Qué es esto tío? ¿Para qué me has traído aquí? —le preguntó mirándole aterrado.

      —Me parece que es un buen sitio para meditar —le contestó él sin dar más explicaciones.

      No hacía falta, Sebastián supo de inmediato lo que iba a pasar y empezó a llorar y a patalear con todas sus fuerzas. Fue inútil, Alejandro le empujó hacia adentro y cerró la puerta con llave. En medio de su desesperación solo acertó a decir una frase.

      —¿Cuánto tiempo vas a encerrarme?

      —El que sea necesario —respondió el monje con firmeza.

      Escuchó sus pasos saliendo de la bodega antes de que reinara el silencio y la oscuridad total y empezó a palpar con sus pequeñas manos la estancia, tratando de asimilar la clase de sitio en la que estaba. El habitáculo era realmente muy pequeño, probablemente se aproximara más a un armario despensa que a un cuarto. Las paredes eran de tierra y roca, igual que el suelo, en el que había una pequeña manta arrugada. Se acurrucó en un rincón tapándose con ella y siguió llorando y gritando durante un buen rato hasta que se quedó sin voz y sin fuerzas y le venció el sueño.

      La sensación era terriblemente angustiosa, una experiencia de lo más cruel, pero aun así seguía confiando en que su tío volvería y le sacaría de allí. Sí, él en el fondo era incapaz de hacerle daño, podría haberse excedido más de la cuenta en su rebeldía, pero era su sobrino y la única familia que tenía. Transcurridas unas cuantas horas que se le hicieron eternas, Alejandro regresó para traerle algo de comida. Sebastián juzgó que era una buena señal, quizás un signo de que estaba empezando a ablandarse. Pero su rostro seguía igual de serio y visiblemente enfadado. Se dirigió a él con la misma mirada incendiada.

      —Voy a hacerte una pregunta Sebastián, y quiero que seas sincero conmigo, de tu respuesta depende que te deje salir hoy de este agujero.

      Sebastián le prestó toda su atención desde el oscuro rincón en el que se hallaba.

      —¿De dónde venías anoche?

      —Me había desvelado, tan solo quería dar un paseo al aire libre.

      —Muy bien, veo que no has meditado aún lo suficiente —le dijo Fray Alejandro contrariado.

      Y a continuación se dispuso a cerrar de nuevo la puerta dejándole allí solo otra vez.

      —No, no, tío, espera, déjame que te lo explique, esta vez te lo contaré, lo juro —suplicó Sebastián.

      La puerta volvió a abrirse un poco.

      —¿Ibas a ver a esa chica verdad? —le preguntó Alejandro.

      —Sí.

      —¿Para qué ibas a verla?

      —Ella… me pidió que le enseñara a rezar.

      —¡Mientes otra vez! —bramó su tío de nuevo—. Lo siento Sebastián, has agotado tu última oportunidad.

      La puerta volvió a cerrarse y esta vez, tras girar la llave, Fray Alejandro volvió a marcharse sin más. Sebastián quiso llorar y gritar otra vez, pero estaba exhausto y muy frustrado. Seguía pensando que tarde o temprano su tío le sacaría de allí, pero empezaba a preocuparle que no pudiera cumplir la promesa que le había hecho a Isabel. Había perdido totalmente la noción del tiempo, ¿cuánto habría pasado? La espera allí abajo se le hacía eterna, aunque tres días con sus largas noches daban para mucho, su tío no sería tan cruel como para tenerle encerrado tanto tiempo.

      Para su desesperación, le pareció que esta vez tardaba el doble que la anterior. Estaba hambriento, tenía sed, frío, y empezaban a dolerle los músculos de tener que estar tanto tiempo recluido en un espacio tan reducido. Pero finalmente apareció, le trajo una sopa caliente en una taza de barro y un plato de garbanzos. Esperó a que el niño comiera y bebiera todo lo que le había traído antes de volver a hacerle una pregunta.

      —¿Me vas a contar hoy la verdad?

      —Sí tío, lo juro —le prometió Sebastián.

      —Muy bien, pues empieza.

      —Salí del monasterio con la intención de fugarme, le propuse a Isabel la idea y ella aceptó.

      —¿Cómo dices?

      Alejandro resopló enormemente apesadumbrado.

      —¿Ibas a marcharte así sin más, sin obtener mi bendición? ¿Cómo puedes ser tan ingrato? —le preguntó con ira e indignación.

      —Porque no me equivocaba al pensar que no compartirías mi decisión —le respondió sencillamente Sebastián.

      —¿Que no la compartiría? —bramó el monje con gesto iracundo—. ¿Qué te ha dado esa pastorcilla? Ah, no me lo digas, ya lo sé, la tentación de la carne. Es muy fuerte, yo también soy hombre como tú, pero como ves no elijo el camino más fácil, el del pecado.

      Alejandro despotricaba sin cesar, hablando cada vez con más vehemencia, sin dejar a Sebastián opción posible de réplica.

      —Fray Antonio tenía razón, solo eres un puñetero crío insolente. Debería llevarte ante él para que volviera a azotarte, pero ya veo que no serviría de nada. Te dejaré más tiempo aquí a solas para que reflexiones.

      —¡Noooo! —gritó Sebastián con renovada fuerza y desesperación—. ¡Déjame salir por favor! Me pediste que te dijera la verdad. ¡No me hagas esto por favor, no me hagas esto! —imploraba.

      —Dentro de unos años me agradecerás que ahora esté haciendo esto por ti, ya lo verás —le dijo mientras cerraba de nuevo la puerta tras de sí.

      Fue todo lo que pronunció antes de volver a marcharse de nuevo. Pero Sebastián empezaba a estar cansado de que todo el mundo le dijera lo que tenía que hacer. Y desgraciadamente, lejos de lo que pensaba su tío, le costaba mucho encontrar consuelo en un sitio como aquel antro en el que le había encerrado. En lo único en que podía pensar era en que las cosas no podían estar yendo peor para su propósito. El tiempo seguía pasando y él seguía allí sin poder hacer nada, su tío sabía ya cuáles eran sus intenciones y por supuesto haría lo que fuera para impedirlo. ¿Tan difícil era de entender que él no había nacido para vivir encerrado en esos muros? A pesar de todo, aún no se daba por vencido. “Quizás aún haya tiempo, mi tío me dejará salir y al final lo lograré”, se decía una y otra vez.

      Pero los tiempos de espera se le hacían cada vez más y más lentos. Cada poco tenía la sensación de oír pasos o voces que se acercaban, y se exaltaba pensando que era Fray Alejandro que estaba ya de vuelta. Pero eran solo imaginaciones suyas provocadas por la ansiedad de permanecer tanto tiempo allí encerrado. Finalmente, cuando el sueño empezaba a vencerle ya otra vez, se vio de pronto sorprendido por el sonido de la puerta abriéndose de nuevo. Volvió a ver el rostro de su tío alumbrado por la luz de una vela, extendió su mano hacia el muchacho y, para su sorpresa, vio que le ofrecía una botella de vino.

      —Bebe —le ordenó.

      Sebastián no daba crédito a lo que estaba viendo, en un principio pensó que se trataba de un sueño o una alucinación, alguna mala pasada de su imaginación fruto de pasar tantas horas allí metido. Sin embargo era todo real, Alejandro seguía manteniendo el mismo