1.5. LOS DISTINTOS CHILES
Una persona nacida en los años veinte tenía una esperanza de vida de menos de 30 años y aspiraba a tener, en promedio, alrededor de tres años de escolaridad. Tenía un 12% de probabilidad de no cumplir un año de vida. Si bien la realidad de esta persona dentro de Sudamérica era relativamente favorable (al menos por ingreso per cápita, ver Figura 1.1), sus posibilidades se encontraban limitadas al conjunto de opciones que se ofrecen en un país no desarrollado. El ingreso promedio anual de sus padres era de 2.500 dólares (el equivalente actual a $1.500.000, es decir, aproximadamente $125.000 al mes) y vivía en un panorama de mucha incertidumbre.7 Su futuro podría considerarse aún menos promisorio si era mujer, porque solo el veinte por ciento de ellas participaba en la fuerza laboral y ni siquiera tenían derecho a voto.8 Si hubiera nacido en los años treinta o cuarenta, la situación no habría cambiado en demasía: Chile era un país más dentro del conjunto de naciones sudamericanas subdesarrolladas, y tenía aún un largo camino por recorrer antes de cualquier pretensión de convertirse en una nación desarrollada. Si uno fuera a buscar un país que hoy tuviese los indicadores que tenía Chile entonces, encontraría que todos son países africanos.
Una persona nacida en los años cincuenta vivía en una realidad distinta: tenía una esperanza de vida de aproximadamente 50 años y sus padres contaban con un ingreso promedio anual de 4.000 dólares (cerca de $2.400.000, unos $200.000 al mes en la actualidad), casi el doble que treinta años atrás.9 Esta persona nació y creció en una sociedad con pretensiones de cambiar y evolucionar hacia un mejor estado de cosas. El voto de la mujer era ya una realidad y la participación de la sociedad en la vida política era cada vez más importante. ¿Qué país tiene indicadores hoy similares al del Chile de los 50? Países africanos o los centroamericanos más pobres.
En los años veinte también era más probable que una persona naciera en una zona rural, ya que más de la mitad de la población vivía en el campo, pero ya hacia los años cincuenta la mayoría habitaba en zonas urbanas, lo cual sugiere mucho acerca de los cambios en la estructura económica y social del país.
Finalmente consideremos el caso de un chileno nacido en los años ochenta y noventa. La realidad de esta persona es completamente distinta a las anteriormente relatadas. Esta persona es hijo o hija de padres con un ingreso promedio anual de 6.000 dólares y que hacia finales de los noventa se acercaba a los 10.000, más de cuatro veces el ingreso de una persona nacida ochenta años atrás (aproximadamente $6.000.000 al año, lo que al día de hoy equivaldría a $500.000 mensuales). También tienen una expectativa de vida mejor, ya que el promedio de la población vive más de 70 años. Sus padres lo criaron en un contexto de creciente bienestar económico y muy probablemente esperaban un futuro optimista. Esta persona comienza sus estudios y crece en un país con una economía cada vez más sólida y disfruta de los beneficios del libre comercio, como el contacto con avances tecnológicos y científicos y el acceso a productos de mayor calidad y menores precios. Con mucha seguridad podemos decir que esta persona probablemente nació en alguna zona urbana del país, con los consiguientes beneficios de acceder a una mayor cantidad de bienes y servicios y es casi un hecho que terminará la educación primaria y secundaria.
Nuevamente nos hacemos la pregunta de qué país tiene hoy los indicadores del Chile de los años 80-90, y la respuesta es que los sudamericanos más pobres. Como hemos visto, en cincuenta años, Chile pasó de ser África a ser Sudamérica.
¿Puede imaginar la diferencia para una familia de vivir con un ingreso cuatro veces mayor? Esto tiene directas implicancias en la salud y educación que reciben las personas. Por otro lado, la tasa de alfabetismo en Chile ha pasado de niveles de países no desarrollados a una tasa cercana al 100%, es decir, prácticamente la totalidad de la población sabe leer y escribir. La provisión de bienes públicos clave, como el acceso a agua potable y electricidad, también mejoró de manera sustancial en el siglo pasado.
Cuadro 1.3. Porcentaje de personas con educación secundaria
Cohorte: | 25-64 | 25-34 | 35-44 | 45-54 | 55-64 |
Alemania | 85 | 86 | 87 | 86 | 82 |
Australia | 70 | 82 | 73 | 66 | 55 |
Austria | 81 | 88 | 85 | 79 | 71 |
Canadá | 87 | 92 | 90 | 86 | 80 |
Chile | 68 | 85 | 74 | 65 | 39 |
Finlandia | 81 | 90 | 88 | 82 | 66 |
Francia | 70 | 83 | 77 | 64 | 55 |
Italia | 53 | 69 | 57 | 49 | 35 |
México | 34 | 40 | 36 | 30 | 19 |
Holanda | 73 | 82 | 77 | 71 | 62 |
Nueva Zelanda | 72 | 79 | 74 | 71 | 62 |
Noruega | 81 | 84 | 82 | 78 | 78 |
Portugal | 28 | 47 | 29 | 20 | 13 |
España | 51 | 65 | 57 | 45 | 29 |
Suecia | 85 | 91 | 90 | 84 | 75 |
Reino Unido | 70 | 77 | 70 | 67 | 63 |
Estados Unidos | 89 | 88 | 89 | 89 | 89 |
Promedio OCDE | 71 | 80 | 75 | 68 | 58 |
Fuente: Education at a Glance (2010, OECD), Capítulo A.
Una manera de ilustrar estos distintos Chiles es utilizando los datos publicados por la OCDE (2010). Si tomamos la población completa (entre 25 y 64 años específicamente), podemos ver que Chile está por debajo del promedio de la OCDE en cuanto al porcentaje de su población que tiene al menos educación secundaria: 68% versus 71%, lo cual muestra a primera vista un panorama negativo.10
Sin embargo, al desagregar este número por cohortes vemos una situación bastante más positiva: las cohortes más jóvenes (entre 25 y 34 años) tienen un porcentaje más alto de educación secundaria (85%) que el promedio de los países de la OCDE (80%) y mayor que países como Australia, Holanda, Noruega y el Reino Unido. La visión por cohortes exhibe un panorama distinto al que nos muestra un análisis de la población como un todo.
De hecho, al observar el cuadro 1.3 puede verse que Chile pasa de estar 19 puntos porcentuales por debajo de la media de la OCDE para la cohorte de 55 a 64 años, a estar 5 puntos por arriba del promedio en las generaciones entre 25 y 34 años: un cambio importante. Es decir, las cohortes más antiguas tienen un promedio peor que el de la OCDE, mientras que a las cohortes más nuevas les está yendo mejor en relación con este promedio. Nuevamente, los promedios para toda la población de alguna forma esconden que a las generaciones nuevas les está yendo mejor que a las antiguas.
El punto es sencillo: las distintas cohortes que nacieron en los últimos cien años lo hicieron en distintos Chiles. La evolución de muchas de estas variables nos ayuda a comprender el proceso del país hacia el desarrollo. Este libro se concentra en analizar la distribución del ingreso y la movilidad social en esos diferentes Chiles: en el de ayer, de hoy y en el de mañana. Es con este espíritu que los siguientes capítulos utilizan evidencia empírica para ilustrar el camino que ha seguido el país y el que, en función de dicho análisis, podemos estimar seguirá en el futuro.
A primera vista puede observarse el gran alcance de la perspectiva que nos permite el análisis de cohortes. Para confirmarlo, los invitamos a revisar los capítulos que vienen. Las conclusiones no solo son interesantes, sino que también en muchos casos rebaten visiones muy arraigadas.
1 La palabra cohorte corresponde a una unidad táctica del ejército romano. Hoy en día se usa como sinónimo de conjunto o serie.