Dios espera que tratemos de crecer con empeño, bajo su mirad de amor. Quien más que Dios sabe esperar esos cambios que vamos logrando poco a poco con su ayuda. Si nuestra mirada se centra en la opinión de la sociedad, nuestra mente se masifica y pierde la capacidad de reflexionar. Por eso, podemos obsesionarnos y ponernos muy ansiosos.
También debemos manifestar la posibilidad de que nuestras ansias de perfección no sean más que una forma de lograr la aprobación. Podemos, tal vez, haber quedado como programados para pensar de este modo desde el principio de nuestra vida. Quizás el mensaje nos lo introyectaron unos padres exigentes que nos programaron para ser perfeccionistas mediante su propio ejemplo. No es desacertado considerar que esa inclinación hacia el perfeccionismo nos la inculcaran quienes querían beneficiarse de nuestros esfuerzos de modo indirecto. Si somos personas “inducidas”, alguien ha depositado en nosotros unas expectativas que sólo pueden tornarse dolorosas. Todas estas frustraciones son anhelos no logrados. Esto ocasiona una crisis en la “voluntad de sentido”. Por tanto, se produce una frustración existencial en la que nuestros afanes decaen y la voluntad queda afectada hasta que el Espíritu mociona nuestro entendimiento y nos repone.
Al llevar este tema a un plano espiritual, constitutivo del ser humano, observamos que mucha gente se niega a reconocer que existe un “espíritu de perfeccionismo”, sustentado por el indeseable. Estas son personas que no aceptan sus errores o descuidos personales o ajenos. No nos aceptamos con naturalidad. La no “no aceptación” reduce nuestra alegría de vivir y la de quienes nos rodean. ¡Qué importante es aceptar nuestro grado de perfeccionismo!
Una vez que admitimos que el perfeccionismo es un comportamiento obsesivo – compulsivo, estamos afirmando implícitamente que, por sí mismo, es una forma de imperfección, una realidad con la que no podemos vivir. Y es obvio que un auténtico perfeccionista no puede admitir que tiene expectativas o esperanzas no realistas, porque ello lo desenmascarará.
Esta raíz de la ansiedad, llamada perfeccionismo, es humanamente insana. El punto nodal patológico se sitúa en que la persona sana es libre; el perfeccionista no lo es, dado que lo dirige una compulsión.
Caracteriológicamente, los perfeccionistas creen que su valor se mide por los resultados. Por tanto, es lógico que los errores les resten valor personal. Y no han de esperarse otras emociones, excepto el pánico, el cual está sustentado por actitudes temerosas estereotipadas, por el sentimiento de prisa y el de preocupación constantes. Además, temen el enojo y el castigo ajenos, de modo que renuncian al respeto de los demás, y su confusión emocional les provoca soledad, tristeza y depresión.
Ya que a los perfeccionistas les gusta agradar, se hacen promesas exageradas, sostienen proyectos a largo plazo, casi inalcanzables. No les gusta pedir ayuda porque serían una concesión: significa admitir su insuficiencia.
Creen que serán aceptados por los demás en función de sus logros. Consideran que han tenido éxito si les va bien, no simplemente siendo ellos mismo. Los resultaos y la responsabilidad son siempre más importantes que los sentimientos y las necesidades. Y el castigo por el fracaso consiste en la pérdida del amor ajeno y de la propia autoestima.
Al no permitirse el fallo, se tornan ansiosos y nerviosos antes de actual. No piensan en los demás como posibles apoyos, sino que se limitan a verlos como observadores.
¿Cómo podemos aceptar pacíficamente nuestra condición humana? Integrando nuestros errores, así serán transformados. Somos propensos a los cálculos equivocados. Pensemos en los cerebros que diseñaron una cápsula espacial que estalla en el espacio, nuestros mejores trenes descarrilan, etc.
Tratar de condición humana es tratar de labilidad. Ahora bien, tengamos en cuenta que el fracaso nunca es absoluto y definitivo, sino tan sólo una experiencia propia del aprendizaje.
En el sentido que vamos abordando el tema, coincidimos en que la Confesión es buena para el alma, y eso incluye aceptar nuestra propia insensatez y fragilidad. Como enseña un viejo proverbio: “Si aprendemos a reírnos de nosotros mismos, nunca cesaremos de divertirnos”.
En contraposición con el perfeccionismo, el crecimiento ve la vida como un proceso durante el cual los talentos se van desarrollando gradualmente, y esto disminuye notablemente la ansiedad. La esencia del crecimiento es el tiempo y la práctica.
Un buen camino para elegir el crecimiento es proponerse disfrutar en lugar de alcanzar la perfección. Los resultaos son sorprendentes. Todo dependerá de la propuesta que nos hagamos. Por ejemplo, si nos proponemos disfrutar de un retiro espiritual, lo lograremos porque Dios siempre es deleite… Lo mismo podríamos decir de un trabajo, una actividad, una cena, etc.
Por otro lado, todo lo que tenga olor a perfeccionismo, resultará estresante y desmoralizador. El resultado final será, probablemente, el desánimo, como asentimos previamente. Y el desaliento siempre quiere abandonar y echar todo por la borda.
Con la finalidad de sanar los núcleos sanadores, animémonos a no pasar por alto algunos antídotos contra el perfeccionismo.
1. Ante cualquier hábito obsesivo – compulsivo, resulta útil estar distraído y no pensar en él. Convencernos de que nosotros somos nuestros propios dueños y no esclavos de las obsesiones, es muy sanador.
2. Desensibilicémonos de los fracasos de la imperfección. No hablar de nuestras imperfecciones. Y si las comparto con alguien, demos permiso una sola vez y hagámonos el propósito de no volver a hablar sobre ellas. Sin duda alguna, los demás se sentirán mejor con nosotros cuando se dan cuenta de que somos frágiles, puesto que no lo ocultamos.
Muchas personas ansiosas no están conscientes de que sus dificultades potencian su ansiedad. A veces, la ansiedad está tan enmascarada que pasa desapercibida ante los ojos de nuestros amigos y seres queridos. Es difícil identificarla porque se presenta de varias maneras.
Sin embargo, cualquiera que sea su forma, en la raíz misma de la ansiedad, hay una sensación de que algo no anda bien. Es una forma condicionada de mirar la vida, que está a la expectativa de que ocurra lo peor y trata de evitar precisamente eso tan temido.
Nos preguntamos, nos respondemos:
1. Calificar del 1 al 10 nuestro grado de perfeccionismo.
2. Haciendo dos listas, enumeremos en una las ventajas del perfeccionismo, y en la otra las desventajas.
3. Desde un monólogo interior y autoconsciente:
3.1. ¿En función de qué te valoras personalmente?
3.2. ¿Experimentas algunas veces las emociones y los síntomas físicos de un perfeccionista?
3.3. ¿Eres consciente de que tienes una fijación contigo mismo, con tus éxitos, tus errores, tu singularidad?
3.4. ¿Qué perderías si fracasaras en un asunto importante?
3.5. ¿Qué es lo peor que te pudiera ocurrir si algo te saliera mal?
4. ¿En qué ocasiones se dio un crecimiento gradual en tu vida? Anota algunos acontecimientos de manera satisfactoria como ser: ejecutar un instrumento musical, conocer más la Palabra de Dios, adquirir una formación trans-disciplinaria, aprender a cocinar o repostería, nadar con soltura, etc.
“No se inquieten por la vida pensando
qué van a comer, ni por el cuerpo
pensando con qué se va a vestir…”.
Lucas 12, 22
6ª Predicación: “Ansiedad y preocupación”
“Miren los lirios del campo…?”.
Lucas 12, 27
Frente a ciertas tendencias que nos asechan en la vida, tal es el caso del “perfeccionismo”, la ansiedad nos invade y el desánimo nos acobarda. Indudablemente, el perfeccionismo es humanamente insano, cuánto más si se transfiere a nuestro vínculo con Cristo, el Señor. Sin embargo,