Sé que este compilado de predicaciones favorecerá a quienes profundicen a la Luz del Espíritu los contenidos de este libro.
Agradezco al Padre, en la persona de Jesucristo por la edición de mi Segundo Libro. También al Pueblo de Dios (sacerdotes, religiosas y laicos) que tanto entusiasmo mostró y muestra ante la posibilidad que la Divina Providencia suscita al poder editar predicaciones que con distintos matices contribuyen a superar y/o a sanar, en el sentido de ordenar situaciones, conflictos, desafíos que nos toca vivir socio cultural-política, económica y éticamente en nuestros días.
A la Virgen expreso mi gratitud sincera ya que desde agosto de 1987 me acompaña y guía en este Itinerario permanente del Anuncio de la Palabra y la doctrina de la Iglesia.
“Felices somos porque lo que agrada al Señor se nos ha manifestado” (Baruc).
Claudio Rizzo
1ª Predicación: “Ansiedad I”
“¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete,
puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?”
Mateo 6, 27
Las personas experimentamos diferentes tipos de ansiedad que nos afectan de distintas maneras. Algunos difieren por la forma en que reaccionan frente a la preocupación. Sin embargo, lo que hace posible ubicar qué tipo de ansiedad es la que se hace presente en tal o cual etapa de nuestra vida, es el conjunto de temores, angustias y aprensiones. Es por ello que en un estado ansioso experimentamos una preocupación por el futuro; la angustia que se presenta a raíz de los problemas que damos por sentado se nos presentarán en el futuro.
Las aprensiones o apegos, incluso a personas, no nos favorecen porque inconscientemente pueden ir sustentando una inseguridad personal, la cual no está avalada por Jesús. El Señor desea nuestro crecimiento. Y para crecer, necesitamos desligarnos de todo lo que coacciones nuestra libertad interior. El Espíritu de Dios nos propone ese “proceso de desprendimiento” para entrar en nuestras vidas. El resto es una maduración de la unión entre el “yo” y “El”.
Debemos advertir que la seducción del apego es que brinda una sensación de seguridad mediante el aislamiento con respecto al mundo externo.
La entrega no se logra mientras no nos rindamos por completo al Señor. Para lograrlo, debemos renunciar a todo lo que nos prive de amor y sustentar todo lo que provenga del amor. Considero muy atinado traer a colación aquellas palabras de San Juan de la Cruz: “Olvido de lo criado, memoria del Criador, atención a lo interior y estarse amando al Amado”.
El amor no impone exigencias. El amor sobrenatural se expande más allá de los límites humanos. El Apego cercena la libertad interior. Avizoremos que el “ego no se deja derrotar fácilmente en su interés por todo lo que no sea amor… Tampoco desatendamos la posibilidad de pensar que, a veces, el “ego” es compartido.
Por eso, el apego es una forma de dependencia basado en el “ego”. El amor al cual Jesucristo nos llama es “no – apego” y sí dependencia absoluta de él, tal como observamos en Mt 6, 25-34. Curemos el aislamiento… Recuperemos el impuso intravincular, esto es, escuchemos, aprendamos de los que saben más que nosotros, cultivemos la docilidad, renunciemos a la autosuficiencia, dispongamos nuestra mente para actuar como Cristo.
La perturbación que engendra la ansiedad se diferencia de otras neurosis porque somos incapaces de precisar la incertidumbre y aprensión. No hay origen objetivo. Esta aprensión se conoce como ansiedad flotante. Mientras quien padece de fobia fija su ansiedad en un objeto específico, quien padece de neurosis de ansiedad está ansioso en toda circunstancia.
Algunas personas padecen períodos de preocupación y angustia intensas. Estas ocasiones van acompañadas de una diversidad de síntomas físicos como dificultad en la respiración, sudor excesivo, dolores de cabeza, mareos, temblores, palpitaciones del corazón, nerviosidad y falta de sueño. Los ataques de ansiedad pueden volverse muy graves y a veces se requieren medicamentos para aliviar los síntomas físicos. La persona puede incluso llegar a temer una gran catástrofe que piensa que va a ocurrir. Algunos optan por la prescripción de sedantes a fin de que el ataque no siga su curso.
La persona ansiosa padece de sensaciones de aprensión y tensión en circunstancias en que una persona bien equilibrada experimenta poca ansiedad o ninguna. Al decir verdad, ¡cuán pocos son “los equilibrados”! El equilibrio se obtiene a base de renuncias (abnegación).
Los Padres de Oriente distinguían tres grados de renuncia:
1. Corporal: abandono de todo lo que se posee.
2. Psíquica: despojarse de las pasiones (afectos desordenados); los que están fuera de un proyecto de amor bendecido.
3. Espiritual: la eliminación de las opiniones propias (docilidad), un no a la autosuficiencia.
La renuncia es un proceso encauzado hacia la conversión en el que todo nuestro ser “alma, cuerpo, capacidad de trascendencia” comienza a ser transformado por Dios y por nuestro sí a su Evangelio. Toda renuncia es un despojo, una mortificación. Col 3, 9 y ss. nos dice: “… ustedes se despojaron del hombre viejo y sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su creador”. Tomemos ahora la perícopa completa de Col 3, 5-11.
Este “desvestirse” es para “vestirse”. Esta es la moral teleológica, que tiende a un fin. Y ¿con qué nos vestimos? Con las armas del cristiano, con los sentimientos de Jesús y con una nueva vida. Podríamos sintetizar el concepto en morir para vivir.
No obstante, el “convertido” tampoco está exento de momentos de ansiedad. En este caso, la ansiedad suele manifestarse inesperadamente. A pesar de ello, dado el proceso de integración y transformación del convertido, la misma convivencia con Dios Uno y Trino, le permite darse cuenta y realizar los esfuerzos necesarios (ascesis) para desalojas la ansiedad que lo sorprendió. La ascesis abarca una conducta perseverante y cierto sentido común evangélico. Esto es aceptar una gimnasia interior que no conoce reposo y trata de no ceder por cualquier motivo. Siempre tengamos presente que la ascesis no es un “angelismo” (negación), ni “masoquismo” (castigo). Lo que yace a la base de toda ascesis cristiana es el Amor de Cristo y por Cristo.
Ascesis significa asumir una disciplina de vida. Así como nos lo enseñan los Padre de la espiritualidad, a la ascesis debemos comprenderla como “colaboración humana en la obra de Dios”. La ansiedad es una condición mental que acecha tras gran parte de nuestra actividad. Condiciona nuestra vida de relación de muchas maneras. A menudo nos restringe y pone límites a lo que Dios puede hacer en nosotros.
Por supuesto, no toda la gente se pone ansiosa en la misma medida y por las mismas razones. En algunos, la ansiedad puede ser leve y puede ignorarla. En otros, resulta tan intensa que prácticamente se paralizan emocionalmente y dejan de funcionar. Algunas personas ansiosas pueden parecer controladas y cabales, mientras que otras aparentan que no pueden ocultar su nerviosismo. Por eso, en todos los casos, pedir ayuda a quienes verdaderamente pueden ayudarnos con su inteligencia, con su consejo financiero, legal, cuánto más si es un hombre del Espíritu, etc. Esto es altamente saludable.
Acudiendo a la función homeostática del yo –capacidad de síntesis. Coincidamos que el primer tipo de ansiedad es aquel que parece “venir de la nada”. De pronto, la persona se ciega, el temor lo sobrecoge repentinamente y sin previo aviso. Es sólo el primer tipo, no se acaba aquí… es la ansiedad flotante.
Hay un segundo tipo de ansiedad. Tal vez, es más corriente que el primero; es aquel que se parece a una vaga sensación crónica de temor. Se da un leve toque de incomodidad en el plexo solar (centro neurovegetativo periférico). Muchos llegan a acostumbrarse a esta molestia y con el tiempo terminan ignorando los pensamientos e imágenes atemorizantes que acechan al borde de la conciencia.
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