Cuando nos abrimos a nosotros mismos, a los otros (nuestros referentes) y a Dios, experimentamos esa sensación de alivio y alegría. Y nos brota un “Gracias” …
Hay personas que tienen “miedo al rechazo”. A la base del rechazo existe una inseguridad encubierta por pretextos u ocasiones para dedicar la atención a otra persona. En definitiva, es el “miedo a la responsabilidad”. Generalmente, las personas que poseen este tipo de miedos tienen tendencia perfeccionista, lo cual, lógicamente, engendra ansiedad. Las frases que puede manejar en su monólogo interior pueden ser las siguientes: “Si me acerco demasiado a otro, me voy a sentir obligado a estar al lado de esa persona en sus momentos de necesidad”. “Casi siempre pienso que me paso, que me implico más de lo debido. Y no quiero excederme en mis promesas”. “Siento una gran aversión a mostrar mis zonas débiles, las partes áridas, dañadas y doloridas que hay en mi”; “no quiero que la gente sepa lo fragmentado que estoy...”.
Nos preguntamos y nos respondemos:
1. ¿Qué ocurriría si comenzáramos a desprendernos de las capas de simulación y expusiéramos a la luz todo lo oculto?
2. ¿Qué sucedería si contáramos a los demás lo que sentimos siendo nosotros mismos?, ¿los comprenderían?
3. Los cristianos entramos en la nueva naturaleza: ¿Cómo te gustaría ser?
4. ¿Hoy, te afecta que se rían o se burlen o te rechacen por este nuevo modo de vida cristiana?
5. ¿Te acarrearía la sinceridad algún tipo de castigo?
6. Hacemos un listado de las posibles situaciones que nos ponen ansiosos:
Temores:
El desacuerdo, la desaprobación o la censura de otra persona.
No ser amado.
Una evaluación u opinión sobre mí.
Enfermedades físicas.
Algún desempeño en público.
La muerte.
Pérdida de control o la búsqueda del momento oportuno.
Los cambios, lo desconocido.
Hechos que pueden producir pánico repentino:
Quedar encerrado en un ascensor.
Tener que hablar con extraños.
Miras hacia abajo desde un balcón.
Usar un baño público.
Estar solo en una habitación a oscuras.
Ver ciertos insectos o animales.
Viajar en avión o en barco.
Situaciones en las que podemos sentir temor:
El fracaso.
La intimidad.
Abrirse y expresarse a otros.
Cambios, en cualquier terreno: trabajo, vivienda, amigos, rutina.
La reducción de gastos.
La relación sexual.
Los gérmenes de cualquier índole.
El juicio de Dios.
Todo esto es sólo una lista de elementos con los que nos tenemos que contrastar para darnos cuenta de lo común que puede ser la ansiedad en nuestras vidas.
“Cuanto más secretos, más enfermos.
Y cuánto más libres demos
y más gratuitamente recibamos,
tanto más sanos”.
3ª Predicación: “Ansiedad III”
“No pretendas lo que te sobrepasa…
Hijo, no te ocupes con demasiados asuntos,
porque así no terminarás bien;
por más que corras no alcanzarás”.
Eclesiástico 3, 21; 11, 10
Cuando hay ansiedad, hay desorden..., el cual proviene de los proyectos que no son elaborados con sensatez, desde la capacidad de evaluarlos hasta ponerlos en oración y aguardar la respuesta de Dios. Más de una vez, somos sorprendidos por nuestro entusiasmo o por nuestra tendencia distímica. Y tal vez, lo que estamos elaborando es producto de nuestra tendencia fantasiosa o caprichos personales que derivan de la inmadurez que aún persiste en nosotros.
Para muchas personas el nerviosismo, la hiperactividad (“activismo”), suscita en ellos el deseo de hacer por un hacer. Es como si vivieran escapándose de algo… En realidad, las personas que padecen este tipo de ansiedad rehúsan la calma y no valoran la paz. Probablemente entienden la paz como aburrimiento o monotonía. Y no advierten que no hay nada más aburrido o dificultoso que la prisa constante, ya que ésta roba el presente real y tensa hacia un futuro irreal que sólo existe en la imaginación.
El hombre apresurado busca continuamente cosas cuando lo que falta es un encuentro con él mismo. Por eso, sanemos la deficiencia donde está, es decir, a nivel emocional. Nos puede ser útil leer al profeta Isaías, capítulo 30, 15: “Porque así habla el Señor, el Santo de Israel. En la conversión y en la calma está la salvación de ustedes; en la serenidad y en la confianza está su fuerza”.
La verdadera paz es una agradable calma que nos mantiene fuertes y saludables para poder disfrutar con intensidad de todo lo que Dios nos ofrece en la vida, en todo orden. Dios es ese abismo de paz que engendra vida, riqueza y hermosura. Dios es dynamis, es decir, movimiento. Por eso, cuando poseemos a Dios, el alma jamás está aburrida. El alma se cansa cuando transita por una noche oscura. De lo contrario, es mocionada por el mismo Espíritu.
No olvidemos que la actividad más intensa es la del corazón. El corazón que posee a Dios, aunque sea parcialmente, no se adormece. Frente a la vida, sea cual fuere su situación, experimenta que el poder de Dios no conoce fracaso y sabe que Dios no está ajeno a nada de lo que le pasa”.
Siempre tengamos en cuenta que la ansiedad nos convierte en personas superficiales porque nos mueve a pasar rápidamente de una cosa a la otra, sin llegar a la profundidad de nada. No soporta la quietud interior, sino que provoca la desestabilización psico – espiritual. En vez, si nuestra opción se dirige hacia la búsqueda de Dios, no nos haremos esclavos de los planes de la ansiedad. Aprendemos a “dejar para después” lo que puede esperar. Así, en la existencia, reina un orden lleno de vida.
A veces, la gente confunde la ansiedad en sus vidas con enojo o depresión, cuando en realidad lo que tiene es ansiedad. Siempre tenemos oportunidad de recordad la enseñanza de San Ireneo de Lyon (s. II): “Lo que no es asumido, no es redimido”. Justamente, muchas personas no detectan su ansiedad porque no la reconocen, dado que no entiende bien de qué se trata o nadie se lo explicó. Por tanto, entres esas personas, podemos estar cualquiera de nosotros. Valga entonces la posibilidad de (re) descubrir que la ansiedad es el temor a que podamos ser heridos, sufrir, tener pérdidas, incomodidades, peligros, inconvenientes u otras situaciones que no consideremos “buenas”.
Los investigadores en estrés aducen cuatro reacciones físicas ante una amenaza, la cual es enmarcada dentro de lo que podemos llamar “el síndrome de luchar o huir”. Nos puede ayudar a entender la naturaleza de la ansiedad.
> Cuando el cerebro percibe un peligro, envía una señal eléctrica a una glándula llamada hipotálamo, que actúa como una llave que conecta la mente con el funcionamiento corporal. Esta glándula