Mi padre me dijo que ese hilo, que no se veía, no era otra cosa que mi Alma, mi Espíritu, mi Ego, eso que confería sentido único a mi diversidad material.
Enfrascado en mis pensamientos, casi no advierto que mi padre había tomado mi mano y con pericia extrajo un alicate con el que me cortó la uña del dedo índice de mi mano izquierda. El pedacito de uña arrancado cayó sin ruido a la vera del camino.
—Acabo de arrancar un pedazo de tu cuerpo, lo
separé deliberadamente para que entiendas lo que te digo. Vos eras esa uña y sin embargo, seguís siendo sin esa uña. Tus partes te componen pero no hacen tu Todo. ¿Entendiste?
—Más o menos, papá —respondí con una ingenua sinceridad. Papá sonrió.
—Tranquilo, hijo, yo tampoco estoy muy seguro de entenderlo. Comprender que tu cuerpo es una geografía donde diariamente se libran batallas de vida y muerte de las partes que me conforman, sin dejar de ser yo mismo en ningún momento, no es algo sencillo. Pero te dejo una tarea pendiente para más adelante: El Alma es lo que le da sentido de continuidad a tu cuerpo. Pensalo, aunque después tengamos que sufrir bastante para explicar lo que es el Alma.
Iba a contestarle, pero él hizo un ademán brusco y prosiguió diciendo:
“Pero si crees que las células son el aspecto más infinitesimal de tu corporeidad, te equivocas. Solo hay que continuar dividiendo y subdividiendo y entonces llegas al Átomo, nada más y nada menos que el común denominador de la Materia y el Universo.”
Al fin algo que entendía, las matemáticas sirvieron para que comprendiera mejor el concepto. Si el Átomo era el común denominador de la Materia, esto significaba entonces que toda la Materia estaba compuesta de átomos. No sin orgullo expliqué mi teoría y mi padre movió afirmativamente su cabeza, de amplia frente y nula cabellera.
—¡Muy bien, hijo! —gritó eufórico.
Yo miré hacia ambos costados por temor a la gente que continuaba tomando sus cafés, el Escriba escuchaba impasible y mi padre desbordado de entusiasmo continuaba haciendo golpear con sus dos manos la mesa. Cuando se serenó, continuó:
“No voy a enredarte en temas más profundos porque también el Átomo se divide y los físicos han descubierto ya partículas subatómicas cuyo errático devenir presenta magníficos y nuevos acertijos sobre la realidad del Universo, pero, a los fines de nuestra charla de hoy, que se inició contemplando la hierba y las hormigas, lo que importa es que retengas la idea de que esa hierba, esas hormigas, todo tu cuerpo en crecimiento, el Sol y las Estrellas están todos compuestos por Átomos. En realidad el Universo todo no es otra cosa que átomos aglutinados de millones de maneras diversas.
Dicen los físicos que los átomos se comunican entre sí, y quizás eso explique la Paz o el Desasosiego que en nuestro ser producen las distintas geografías. Se trataría de materia comunicándose con materia, amigable conversación atómica.”
Era evidente que mi padre estaba fascinado con el curso de sus pensamientos. Saberse Uno con lo Diverso, le producía un extraña satisfacción. Era una especie de exultante excitación de saberse parte de un Misterio Superior.
—Ahora bien —exclamó sin dejarse interrumpir. Ya hablaba más consigo mismo que con el infante que tenía de su mano—. Si tenés presente que en algún instante previo al nacimiento del Universo hubo Nada, y si acordás con la física de que toda la Materia está compuesta por Átomos, pues es lógico pensar que la Materia nació al conjuro de la explosión de la Primera Semilla del Átomo.
Se calló y pareció deleitarse recreando en su mente el sonido de sus propias palabras. Conversaba con su hijo, pero en realidad estaba en amena charla consigo mismo, y por ende, con el universo entero del que formaba parte en su raíz esencial.
—Y lo maravilloso es que la Nada fue quebrada cuando Alguien o Algo introdujo en su seno la Primera Semilla del Átomo y la hizo Explosión Originaria. Aún más extraordinario es pensar que tu miserable e insignificante Yo estaba ya contenido en esa primaria colisión. Para que existieras fue menester que de una forma u otra tu Ser futuro estuviera comprendido en el Génesis Inicial. De una forma u otra podemos decir que, vos y yo, ya estábamos contemplados en el Plan de Dios cuando decidió inconsultamente aniquilar la Nada.
Suspiró con fuerzas. Y yo recordé que ese día que me explicaba la filosofía y aspectos, para él, transcendentes de la vida, ese día, él me levantó en sus brazos y como quien pone punto final a las cosas preguntó: “¿Qué habrá de comer en casa esta noche?”.
Silenciosamente, el Escriba volvió a colocar los papeles sobre la mesa. Nos miramos con una sonrisa cómplice y nos quedamos degustando en silencio el Misterio de ese Primer Átomo cuya multiplicación explica todo lo que existe.
EL PEREGRINO Y EL ESCRIBA
La Aparición del Otro
Pasaron varios minutos sin que intercambiáramos palabra alguna. La tardanza de mis compañeros me obligó a salir de mi mutismo y dije:
—Escriba: ¿pensabas que mi peregrinar era una andanza solitaria, un accionar de ermitaño o una epopeya del Individuo? Debo informarte que estás equivocado. Nacer y morir son hechos individuales, absolutamente intransferibles, y en esas instancias los terceros son solo testigos imposibilitados de coprotagonizar. Pero el peregrinaje es una epopeya comunitaria y universal. El hombre no camina solo, es el Universo mismo el que respira, expandiendo sus dimensiones y pugnando hacia adelante. La Materia toda no deja de andar ni un instante, menos aún en aquellos momentos en que disimula su vorágine bajo el disfraz de una calma aparente. Y cada especie camina esforzándose en sobrevivir como género ya que el individuo tiene certeza de su mortalidad. De entre las especies que pueblan el Universo, el Hombre merece ser destacado. No se conforma con andar. Aspiraciones de semidiós lo impulsan a crear y destruir asolando a su paso todo lo creado. El Hombre pasa y deja para bien o para mal su huella imborrable.
Bebo un sorbo de agua y prosigo sin pausas mi perorata que el Escriba está condenado a escuchar sin quejas.
“Creo haberte comentado que el hombre es una especie indefensa al nacer, condenado a inanición y muerte precoz de no mediar el auxilio de sus congéneres cercanos. A la fuerza se transforma en un ser gregario. Gregario es sinónimo de Rebaño, el hombre poca cosa es sin su rebaño, su grey, su andar comunitario. Sólo, apenas podría mover alguna roca pesada que le obstruye su camino. La asociación cooperativa de la especie le ha permitido dinamitar montañas, levantar edificios y domesticar su entorno como ningún otro animal conocido haya podido lograrlo.
Esta vocación imperativa que nos hace andar juntos, a pesar de odios y diferencias, ha sido el impulso esencial que garantizó nuestra supervivencia y nos obligó a establecer un forzoso código de relacionamiento con nuestros semejantes que sufrió drásticas modificaciones a lo largo de nuestra historia. Nos relacionamos desde siempre, pero las formas y los modos cambian y seguirán cambiando a toda velocidad...”
Mi padre no volvió a aparecer, o más bien lo hizo en la lectura de estos papeles, documentos que un día serán polvo de los caminos.
Entonces, le dije al Escriba, antes que suceda eso aprovechemos al menos a leerlos:
LA APARICIÓN DEL OTRO
Un mediodía de abril mi padre y yo retornábamos juntos a casa, él de su trabajo, yo de mi escuela. El día era espléndido y el camino a casa propicio para el diálogo, ni muy corto como para abortarlo de raíz ni muy largo como para hacerlo insoportable. Yo tenía once años y habíamos adquirido la costumbre de aprovechar esos trayectos para desarrollar el hábito de la conversación paterno-filial. A la sazón estaba yo narrándole las peripecias de mi escuela. Éramos cuarenta niños en un aula de dimensiones regulares y recibíamos algo llamado “Educación”, que consistía en dotarnos de herramientas culturales que se suponía habrían de prepararnos para la lucha por nuestro sustento. Le pregunté