Desde hacía siglos, esos diversos grupos culturales se movieron en este espacio, a partir de sus migraciones desde Asia durante la última gran glaciación, y evolucionaron de maneras distintas. Por supuesto que no vivieron en el Edén, sino que al igual que otras sociedades con similar nivel de desarrollo enfermaron y murieron.
Con base en las fuentes históricas hemos podido clasificar sus mayores padecimientos en dos tipos: uno de "patología natural", relacionados con los cambios ecológicos: sequías, inundaciones, granizadas, nevadas, hambrunas; y otro con los padecimientos que propiciaron la flora y fauna (zoonosis) y contagiaron al animal humano, directa o indirectamente: tifo, fiebre amarilla, paludismo, o destruyendo sus cultivos como la langosta, el chahuistle,10 etcétera. Las otras alteraciones fueron producidas por los propios humanos y se encuadraron dentro de lo que llamamos "patología social", como han sido: la guerra, la dominación y explotación de la producción y reproducción de unos grupos por otros, la esclavitud, el sacrificio humano y posiblemente otras patologías que desconocemos.
Ahora bien, los males estuvieron muy localizados dentro de sus nichos ecológicos, es decir, en sitios donde los animales (incluidos los humanos), plantas y climas son similares y compartieron casi siempre las mismas perturbaciones. Aquí entró en juego otro elemento importante que determinó la extensión, expansión y velocidad del contagio de cualquier mal: el tránsito marcado por el paso humano o de otros animales huéspedes o vectores con los cuales compartimos las enfermedades; en esos casos, cuando se contagió a otros humanos fuera de su comunidad, se debió a que anteriormente el portador o el vector transmisor se trasladó a otros lugares; entonces la enfermedad adquirió carácter de brote epidémico.11 Sabemos que un hombre enfermo difícilmente puede caminar grandes extensiones, lo cual redujo geográfica y culturalmente el contagio.
Sin embargo, estas culturas que tuvieron significados y formas de vida tan distintos de los nuestros, nos plantearon serios problemas de interpretación difíciles de resolver: para nuestra cultura occidental —cuantitativista, "moderna"—, ¿cómo saber cuántos individuos vivieron en el siglo XVI en ese territorio tan indefinido y complejo?; ésta es una pregunta casi imposible de contestar, porque sólo tenemos elementos cualitativos para responderla. No obstante, se ha intentado reconstruir o calcular por variados medios, usando métodos estadísticos apoyados en otras especialidades de la historia como la arqueología. De este modo se ha recurrido a distintas técnicas de extrapolación, utilizando como modelos los patrones de asentamiento para algunas zonas arqueológicas, calculando el número de habitantes por casa habitación, así como el espacio necesario para obtener la producción indispensable para satisfacer las necesidades de la población;12 otra técnica fue elaborada por brillantes investigadores alemanes y estadunidenses, quienes utilizaron documentos del siglo XVI, inmediatos a la Conquista, en los cuales se había registrado a los pueblos que tributaron a los mexicas (y que sirvieron a Hernán Cortés para distribuirlos en encomienda entre los conquistadores);13 los montos del tributo los tradujeron al número de tributarios asignados a esos pueblos y propusieron una cantidad mínima de individuos por familia para mantener la reproducción humana, siendo entre 3.5 y hasta 7.5 según sus cálculos; dichos números fueron multiplicados por los totales de tributarios y de ahí nos ofrecieron sus cifras de la población del centro de México, y luego pasaron al cálculo de los habitantes del continente.14
¿A qué se debió un refinamiento de búsqueda como éste? Su interés fundamental fue seguir estos conteos a lo largo del siglo XVI para probar la brutal despoblación provocada por la conquista castellana y permitir a los actuales demandantes de la numerología dar al suceso un tinte de cientificidad, ya que el concepto de población total, como lo dijimos, es un requerimiento del mundo moderno que nada tuvo que ver con las culturas nativas ni con las europeas de aquel momento; es decir, el conteo no sólo les fue inútil, sino que tampoco se tuvo el cuerpo burocrático suficiente para levantarlo; la diversidad de espacios y culturas lo hubiera impedido, por consiguiente, si queremos comprenderlo con nuestto acervo actual, tenemos que aceptar simplemente dichos cálculos.
Eso no significó que los grupos prehispánicos no hubieran contado a sus habitantes y servidores: por ejemplo, según sus fuentes, los mexicas necesitaron saber cuántos individuos compusieron un barrio para determinar la demanda alimenticia y de servicios, así como la mano de obra disponible para la producción y la guerra. Por su parte, a las comunidades tributarias o dominadas no se les cuantificó por el número de individuos que las componía, sino que el tributo se les impuso según la resistencia que hubieran opuesto al dominio de los mexicas, de ello se determinó lo que cada uno debió entregar en especie y en trabajo, por lo que sus cuentas respondieron a sus necesidades, las cuales tienen que coincidir con las nuestras.
Sabemos por los cronistas que uno de los sistemas utilizados para sus cuentas fue el veintenal, referido al ciclo lunar, aunque habían desarrollado sistemas de medidas muy avanzados.15 Sin embargo, no tenemos nada cercano para cuantificar la población total, por lo cual nuestros investigadores han tenido que recurrir a distintos métodos para llegar a esos números.
Para que sea más claro, a continuación presentamos los distintos cálculos de la población anteriores a la conquista castellana que han elaborado historiadores, arqueólogos y antropólogos, para que puedan entenderse las dificultades y variantes que ofrecen las fuentes, los autores y sus técnicas (cuadro 1).
Aunque las cifras nos parezcan caprichosas, han significado hipótesis, arduas investigaciones y, en algunos casos, años de preparación y trabajo interdisciplinario complejo. Para unos historiadores han significado su vida entera, para otros un dato explicativo, pero en todo caso nos han aportado estas cifras que no podemos dejar de lado.
Frente a estas diferencias resulta difícil entender la obsesión positivista de los humanos modernos de querer explicarlo todo por medio de la cuantificación, del número; lo que sí podemos asegurar es que muy poco pueden decimos acerca de las complejas y variadas sociedades nativas que se movieron, construyeron, desarrollaron, controlaron, dominaron y abandonaron mundos distintos del occidental y que en todos los casos fueron destruidos sin miramientos por los civilizados. No obstante, los estudios cualitativos que acompañan a esas cifras son serios intentos explicativos sobre la especie humana y su evolución. Por ejemplo, ¿cómo entender los primeros enfrentamientos de los individuos asiáticos y europeos que se desplegaron en este continente antes de la llegada de los castellanos?, ¿cuántos individuos pudieron haber participado en la construcción, abastecimiento, gobierno y vida cotidiana en Teotihuacan en sus distintas etapas, si llegó a haber una ocupación territorial de más de 22 kilómetros cuadrados? Son preguntas que se hacen los arqueólogos; el problema está en cómo poderlas contestar.
LA CONQUISTA Y SUS CONSECUENCIAS
El siglo XVI europeo se cristalizó en 1521, aunque se inició unos años antes en algunas partes del territorio que se llamó Nueva España y con la caída de México-Tenochtitlan; se caracterizó por la imposición de una nueva patología, ajena a los diversos estadios de desarrollo de sus habitantes originales. El mundo occidental los designó de manera uniforme con el locativo de indios (aunque no fueran habitantes de la India) y quedaron vinculados desde ese momento con pandemias, epidemias y endemias,16 facilitadas por el sistema económico y cuyos límites dependieron de la expansión