En el reino mítico, en el que mucha gente está y del que provenimos todos, emergen los nacionalismos, las religiones, las ideologías, etc, como escribe el filósofo Edgar Morin: “Nuestro cerebro crea mitos que se apoderan de nuestro cerebro”. Lo normal es que naciéramos en un ambiente propenso a la religión ya sea por su presencia o por su ausencia. Uno se hace o le hacen católico, musulmán, judío, etc, y trata de llevarlo lo mejor que puede. En unos casos impregna tanto en su mente y su corazón la religión que con verdadera devoción y fe la defiende, respeta y ama. Muchas de estas personas religiosas entran en el reino racional sin tener muy presente el aspecto mítico de la religión. La razón les advierte de la irracionalidad de la religión, del lastre que significaría intentar evolucionar con esa pesada carga. Pero la religión suele ir adherida a la infancia, a buenos recuerdos, al descanso de dejar tus preocupaciones y pesares en manos de otro, dios, de las compañías solidarias, de los ambientes festivos y de recogimiento. Mucho que perder como para abandonarlo. Así que llegan a ser grandes médicos, abogados, ingenieros, ministros, actúan de forma racional, son grandes profesionales, pero existe un tema que no debe ser tocado porque pertenece a su esencia más íntima, primitiva e inconsciente, su religión. No quieren pensar en ello pues temen sentirse vacíos y perdidos. El demonio les acecha por doquier y deben estar alerta. Suelen ir juntos y apoyarse unos a otros, su grupo está formado y qué bien se sienten en él. Si intentas hacerles ver que se puede vivir en el mundo racional sin la religión mítica, se sentirán ofendidísimos y si insistes te atacarán y te despreciarán por ello.
Cuando uno es joven, la mal llamada izquierda, la religión socialista, te vende a esas edades justo lo que necesitas y tú lo coges sin pensarlo. “Nosotros queríamos embaucarle. Pero usted deseaba ser embaucado” le dijeron en la China de Mao al historiador Jonathan Mirsky cuando se desenamoró del comunismo chino. Te dicen que en la religión socialista (ellos desconocen que es otra religión) está la libertad, la cultura, el amor libre, los buenos principios, los líderes carismáticos. Eugéne Ionesco describió este cambio en los nuevos adictos: “Es como si hubiese asistido a transformaciones. He visto a gentes metamorfearse. He comprobado, he seguido el proceso de la mutación, veía cómo hermanos, amigos, se convertían progresivamente en extraños. He sentido cómo germinaban en ellos una nueva alma; cómo una nueva personalidad sustituía a su personalidad… Mira toda esa gente en las calles, ya no tienen cerebro; en su lugar está el lodo de la propaganda; otra propaganda llenará su cabeza con otro lodo”.
Si dios no existe, todo está permitido, escribió Dostoyevski, qué mejor mensaje para jóvenes deseosos de aventura, el problema es que ese dios existe, lo transformaron a su conveniencia para que ejerciera como tal. Con ello formas grupos que necesitas para relacionarte y divertirte. Los recuerdos que tienes al paso de los años te hacen presente estas cualidades, perteneces a algo importante, trascendente, que merece la pena luchar por ello, las anteojeras ideológicas te impiden ver más allá. El arma principal para llegar a ti es el lenguaje que se comporta como un virus que parasita los cerebros de las personas y que reescribe conexiones cerebrales que anulan el pensamiento crítico, por eso los religiosos son expertos en el uso del lenguaje y lo utilizan para sus fines.
Al igual que con las demás religiones, los socialistas pueden llegar a ser grandes profesionales en el reino de la razón, pero ellos saben que su religión mítica es lo más importante, a ella se deben en cuerpo y alma. Si intentas hacerles ver los errores de sus planteamientos no los aceptarán, te tildarán de fascista o derechista, es decir, su demonio, al que hay que vigilar y si es posible destruir. Como escribió Antonio Machado: “Toda visión requiere distancia, no hay manera de ver las cosas sin salirse de ellas.” El problema es que los religiosos están dentro y no quieren ni saben salir, arremetiendo contra los que desde fuera intentan poner una luz en la oscuridad.
Muchos socialistas se ufanan de no ser religiosos, el opio del pueblo no va con ellos. Es difícil hacer ver a los socialistas que ellos son igual de religiosos que los cristianos, musulmanes o judíos. La nueva religión, llamada de otras formas religión ética o política, credo laico, fe civil, la nueva fe, etc, les proporciona gran paz y bienestar, es la utopía, hacia donde se dirigen, su norte, el sentido de sus vidas. Alcanzarlo es su meta y harán todo lo que esté en su mano para lograrlo, ya sea por medio del continuo lavado de cerebro de las masas o incluso por la violencia si esto no sirve. Esta búsqueda produce en ellos, especialmente en los líderes, una satisfacción enorme, sienten que su vida tiene sentido, ellos están en posesión de la verdad y quieren hacer partícipes de ella al resto de los seres humanos, aunque ellos no quieran, está en juego su utopía, su dios, y su satisfacción personal, su salvación eterna. El proselitismo no lo pueden evitar. Si para los socialistas la religión es el opio del pueblo para el filósofo Raymond Aron el socialismo es el opio de los intelectuales. La filósofa Simone Weil ya notó el parecido entre la religión y el socialismo: “El marxismo es toda una religión, en el más impuro sentido de la palabra. Tiene en común con todas las formas inferiores de la vida religiosa el hecho de haber sido continuamente utilizado, según la expresión exacta de Marx, como un opio del pueblo”.
La vida es maravillosa en la búsqueda de la utopía socialista, buscan la igualdad entre los hombres, el ser más honrados y buenos; se debe cuidar la naturaleza y los animales, pues su utopía está en la tierra, no en el cielo; la paz es necesaria a toda costa para poder desarrollar ese buenísimo que tanta satisfacción les produce a sus conciencias y la guerra sólo les parece bien cuando deben defender su visión de la vida, todo aquel que se desmande de ella, debe ser reconvertido o eliminado. Se sienten mejor en compañía, cuanto más sean mejor, están en el camino, no están equivocados, desconfían de las personas individuales, no son manejables, van por libre, y la libertad sólo es posible en compañía de todos. Forman sus camarillas, como hacen las religiones, donde organizan el proceso. Como el mensaje es único, aparecen las discrepancias y celos, formándose grupos que alejan la utopía apareciendo otras herejías que deben ser eliminadas, las peleas entre las distintas sectas religiosas en los socialistas son furibundas. Para manejar a las masas necesitan un fuerte control de las mismas pues si no estaría en grave riesgo la unidad religiosa o ética. El hombre pierde su libertad por una misión superior, la utopía.
Escribe José María Marco: “Muchas veces me he preguntado por qué tardé tanto en salir del universo de la izquierda en el que estuve instalado durante mucho tiempo. La respuesta es, probablemente, porque aquel universo me ofrecía todas las claves necesarias para vivir, excluyendo – es decir, censurando - al mismo tiempo todo lo que entrara en contradicción con aquella visión del mundo. Dejar de ser de izquierdas no quiere decir, desde esta perspectiva, hacerse de derechas. Quiere decir dejar de comulgar con una secta que ordena la vida a la gente, le dice lo que debe y lo que no debe pensar, incluso lo que debe ver y escuchar. Es el mundo perfecto, aunque provoque la ruina institucional y económica del país donde se asienta… La salida de la secta es larga y requiere esfuerzo por parte de quien decide romper con ella, habrá que mostrarse paciente con quienes siguen encandilados.”
La sociedad occidental está basada en otra religión, la cristiana. Esta es el foco de sus iras, hay que destruirla, si es posible, poco a poco, sin que apenas se note. A las nuevas generaciones hay que educarlas en su mensaje, no en el otro, a los mayores hay que despreciarlos, pues la mayoría son irrecuperables. Hay que apoyar a los movimientos minoritarios que han sido apartados por el viejo orden para que se sientan cómodos