Sociedad Pantalla. Esteban Ierardo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Esteban Ierardo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789507546426
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dentro de la libertad de la ficción.

      El Primer Ministro, Michael Callow (Rory Kinnear), intenta bloquear la difusión de la noticia. Si nadie sabe del secuestro, si este permanece secreto, entonces, dejaría de existir. Lo que no se convierte en noticia nunca ocurrió. Pero el video del secuestro ya fue subido a YouTube mediante una IP encriptada. El video es bloqueado en las redes por el gobierno, pero recién luego de 9 minutos, por lo que se esparce entre 50.000 usuarios y se convierte en suceso en Twitter. El secuestrador conoce la lógica irreversible de lo digital… El video, con la imagen clara e indiscutible de la princesa secuestrada, permanece escaso tiempo en internet, pero lo suficiente como para que se inicie el proceso de descarga y viralización. Una vez que algo aparece en las redes su existencia es un innegable. Lo que emerge en la web es inocultable, imborrable. La situación pone de manifiesto la irreversibilidad de lo digital. Aunque se bloquee un contenido, luego de hecho público este se propagará inevitablemente, como antes se decía, de boca en boca; es decir, ahora, de tweet en tweet.

      La propagación irreversible remite a alguna forma de lo fatal. Fatal es lo inmodificable. Para los antiguos, lo fatal por excelencia es el destino. El fatum. El fatum estoico es la creencia en un mundo sometido a un orden divino inmodificable, irreversible. No hay libertad humana para alterar o revertir sus decretos. El fatalismo premoderno ante el destino se reformula hoy en la ultramodernidad tecnológica como fatalismo digital. Antes, los hombres no podían escapar de un destino prefijado; ahora nadie escapa de sus huellas digitales (que se diseminan entre los metadatos o datos masivos de los Big data32); nadie escapa de la propagación de un hecho impactante que lo involucre, aunque este se manifieste solo unos instantes en la web. La fuga es imposible. Por eso, el Primer Ministro no se liberará de la exigencia del secuestrador que lo hundirá en la ignominia; por lo que deberá someterse al orden superior de los hechos fácticos (secuestro de la princesa) y de los entramados digitales (la subida del video que anuncia ese rapto, y su diseminación irreversible e imborrable). Nada podrá evitar la doble fatalidad que se abate sobre el Primer Ministro: la propagación incontrolable de la exigencia del secuestrador en las redes y la aberrante deshonra de copular con una cerda. Evidencia de la debilidad del individuo digitalizado contemporáneo: nadie puede protegerse de la información que se multiplica y prolifera en las redes.

      Ante la noticia viralizada del secuestro, los aparatos de seguridad del Estado incursionan en terreno desconocido. Se debe responder a una crisis totalmente inédita. Esto impide recurrir a protocolos de reacción ya conocidos y probados. La liberación de una víctima de un secuestro por la cópula de un Primer Ministro con una cerda, ¿tiene precedentes, acaso? Entonces, hay que actuar mediante nuevas respuestas: lo que entiende el detective inventado por Edgar Allan Poe, Auguste Dupin, en Los crímenes de la calle Morgue, el relato creador del género policial33. La asesora del Primer Ministro, Alex (Lindsay Duncan) concibe que una dificultad inédita demanda una respuesta de idéntica naturaleza. La única forma de la salvar a Callow de la humillación es que la exigencia de copular con una cerda sea cumplida por otro, por un actor porno, en un montaje televisivo. Estrategia fallida como la acción del MI5 para asaltar una casa en la que supuestamente permanecía secuestrada la princesa. Fracaso del aparato de seguridad y de las fuerzas especiales, para frenar lo fatal. Caída de la capacidad defensiva del Estado no solo ante el individuo que se escabulle en la web, sino también caída ante el poder mismo de las redes de instalar una noticia, un evento, sin paso atrás, con la fatalidad de la diseminación irreversible.

      La crisis de alcance nacional y trascendencia global propuesta por la ficción no será introducida por las vías convencionales esperables, por el terrorismo de Al Qaeda o del IRA. El secuestro y la crisis que genera no vienen de actores conocidos del ataque al orden. Procede de un sujeto desconocido. El secuestro no es revelado por un comunicado de alguna organización terrorista, paramilitar o ilegal, sino por un video en YouTube. El agresor es un individuo, no un colectivo antigubernamental; el individuo que se fortalece, se escabulle y manipula a su favor las redes; el individuo acorazado por vallas informáticas, que va más allá de sí, que tiene un alcance masivo, colectivo, gracias a las redes interconectadas. El individuo dentro de la interconexión cibernética no es ya el individuo clásico, sujeto a los límites del cuerpo y su presencia física. Aquí tenemos el sujeto que se funde con las fuerzas de las redes, se propaga por ellas. La subjetividad se extiende por brazos digitales que llegan a todas partes. La red, internet, Facebook aparecen como factores de desestabilización y matrices de nuevas subjetividades: un nuevo poder al alcance del individuo cibernético para irritar, o pellizcar, a los poderes constituidos34.

      Una vez que el video del secuestro se hace público, la avidez de noticias por la opinión pública sitúa a los medios como otro actor fundamental. Los medios de comunicación emergen como un poder dentro del poder, buscan la caza y manipulación de la información para mantener entretenida a su audiencia. Toda vale para conseguir la primicia. El secuestro mismo, como todos los hechos de repercusión pública, es convertido por los medios en una suerte de narración novelesca, en la que participan otros personajes secundarios: consultas al hombre común, pero también a filósofos, sociólogos, psicólogos. La información aparece como narración y efecto escénico, no como rigor de datos precisos verificados. La novela periodística de lo cotidiano.

      El secuestro de una princesa por un individuo, al principio anónimo, inicia una cadena de efectos que doblega al gobierno, exacerba la obsesión vampírica del periodismo por la última noticia y sitúa al público como gran espectador. Y luego del fracaso del intento de simulación y de rescate, la exigencia del secuestrador se abate como mandato bíblico temible sobre el Primer Ministro acorralado. Lo fatal es quizá el gran protagonista; lo inexorable de la humillación de la que no escapa un político, un Primer Ministro: lo irremediable de copular con una cerda para salvar a una princesa. Lo fatal que muestra también la inferioridad de la política, siempre, ante otro poder más “poderoso”, la realeza, en este caso. Al fin de cuentas, un hombre entrevistado lo dice con suficiente claridad: “Podemos tener otro Primer Ministro, pero no podemos vivir sin una princesa”.

      Todos los eventos que se encadenan desde el secuestro de la princesa (la crisis política, la lucha massmediática por la noticia, y, como veremos, también la posición del público) se unifican en torno a la centralidad de la imagen. Lo fatal y la imagen. Lo fatal que cae sobre algunos como decreto irreversible del destino; y la imagen que les da existencia a todos. El secuestro se anuncia con una imagen de video; la liberación exige una escena de cópula con una cerda en un set televisivo; el periodismo compone su propio relato visual sobre lo acontecido. Todo provoca imágenes de distinta significación; todos existen en algún lugar de la circulación del registro visual de la sociedad. En el caso del Primer Ministro, su sometimiento a la imagen se vincula a su propia figura política; a su cuidado, mediante el consejo de sus asesores, por no dañar su prestigio; mediante el seguimiento de encuestas, sondeos de opinión para determinar el mejor camino para mantener sana su “marca”. Pero luego de la llegada a una cadena televisiva de un dedo supuestamente arrancado a la princesa, la opinión pública se tuerce. Ya no protege al Primer Ministro; este deberá sacrificarse. No hay escapatoria. Deberá salvar a la secuestrada para preservar su carrera; es decir: la imagen de su “marca” política. Su esposa Jane, también expresa este estar bajo el dominio de la mirada de los otros, o de la propia. Nunca comprende el sufrimiento de su esposo. Se enoja con él por aceptar el “acto indecente” y lacerante exigido por el secuestrador. Lo que lamenta es la destrucción de su idea de honorabilidad, por tener que compartir con su esposo la degradación. Nuevamente la imagen: egoísmo de la imagen del político, de la esposa del político, del discurso visual massmediático (interesado en producir la “mejor excitación” en la pantalla); interés de la reina por la fachada honorable de la Corona. Todos, bajo el poder imperial de las imágenes.

      Pero la imagen suprema es la del espectáculo televisivo global. El público embelesado en su pasión voyeurística ante el espectáculo de la humillación del hombre del poder. Las risas ante la situación grotesca del Primer Ministro cuando este se apresta a penetrar a una cerda sedada. La hilaridad inicial se convierte, después, en cierta