Nos alienta el haber dado con este pueblo originario de la Patagonia, enmarcado en los límites geográficos de una isla, que nos da otra versión de por qué se organizó el patriarcado, cómo se constituyó, contra quién se llevó a cabo, a qué poder se propuso derrotar, a causa de qué motivos se llevó adelante, cuál fue el asesinato original, dado que sus mitos cuentan que lo hubo y que el mismo no fue precisamente contra el padre primigenio.
Es por ello necesario iluminar, observar la cultura selk´nam, pueblo originario que ha dejado numerosas y ricas pruebas de primera mano (Martín Gusinde participó y fotografió el Hain de 1923 -es decir se recogieron testimonios de personas que fueron partícipes de los hechos por haber vivido y ser miembros de esa comunidad patagónica-). Entre los notables procesos culturales nos interesa destacar el ritual mencionado anteriormente: El Hain, un mito, que cuenta que en los inicios de la cultura selk’nam no hubo parricidio, sino que la alianza entre varones se inició, se constituyó, como rebelión ante el poder de las mujeres. Dominar a las mujeres, hacerse del poder de las mismas (a las que los varones selk´man temieron hasta su lamentable final en manos de los blancos. Consecuencia de la entrada de los mismos a la Isla Grande, de sus armas de fuego y de las enfermedades que traían y para las que los selk´nam no tenían defensa inmunológica) fue un objetivo primordial para los varones selk´nam. El rito ensalza el triunfo de los varones y la consecuente derrota del matriarcado. Festeja y reafirma el pasaje del matriarcado al patriarcado.
Trataremos de llegar a explicar cómo fue y por qué se dio esa unión de los varones para realizar el asesinato masivo de mujeres. Hacemos notar ya esta diferencia que consideramos central: en el mito freudiano muchos -la alianza entre varones- acometen el parricidio contra un uno omnipotente y poderoso, en El Hain se relata de modo mitológico un femicidio como fundamento del patriarcado: todos los varones se unen para matar a todas las mujeres, excepto las niñas. Así el Hain se abre ante nuestros ojos para dar a luz otra explicación de la constitución del patriarcado. Antes de avanzar con el mito de iniciación masculina -El Hain- debemos conocer algunos aspectos de la vida de esta comunidad ya extinguida.
Los selk´nam
Los selk´nam desaparecieron en el siglo XX víctimas del genocidio que los blancos realizaron cuando llegaron a la Isla Grande, Tierra del Fuego, en busca de oro y para establecer estancias para la cría de ovejas. Antes de que ese arrasamiento ocurriera construyeron y nos legaron una rica herencia cultural, de ella nos interesa el ritual de iniciación de los varones denominado Hain, que cuenta el supuesto pasaje de la cultura matrilineal a la patrilineal que, dentro de la cosmogonía selk’- nam, fundamentaba el patriarcado.4
Pese a vivir en una isla los selk´nam no eran navegantes, no deja de ser apasionante imaginar esta vida en una isla de la que no se interesaron, o no necesitaron, en salir. Era evidente que la Isla Grande los proveía de todos los elementos para desarrollarse. Claro que la propia geografía de la isla les jugó en contra cuando los conquistadores blancos comenzaron a perseguirlos: no podían salir de la isla la que, de alguna manera, se convirtió en su cárcel. Colaboró, además, que el caballo no formase parte de su mundo. Era una tecnología de transporte que desconocían, se comprenderá que huir a pie de hombres con armas de fuego, de a caballo y que traían enfermedades nuevas era una tarea imposible y desesperante.
Parientes de los tehuelches del continente, no se sabe cómo arribaron a la Isla Grande -lo más probable es que existió algún pasaje natural que unía el continente con la isla Grande y que el mismo se derrumbó producto de alguna catástrofe natural dejando a los habitantes de la Isla Grande aislados del continente- es importante señalar que al estar imposibilitados de contactar con el continente no fueron afectados por las transformaciones que otros pueblos del continente tuvieron con el uso del caballo y la agricultura. Los selk´nam eran recolectores y cazadores que andaban de a pie: “La cultura de estos cazadores-recolectores ocupa un lugar de privilegio en el registro antropológico por razones de peso. Primero por tratarse de una cultura prístina, es decir, que surge (…) de una sola fuente desde los tiempos más remotos, la de la tradición cazadora-recolectora, fuente primaria de todas las culturas humanas (…) tuvieron muy poco contactos con los blancos hasta 1880, cuando se inició la colonización de su isla de modo que la memoria e incluso la experiencia de los que sobrevivieron se remontaban a una época en que la cultura estaba casi intacta”.5 Se comprenderá entonces el valor, a los efectos de nuestros intereses sobre la génesis del patriarcado, que le otorgamos a la herencia cultural de un grupo con más de 11.000 años de antigüedad, que vivió como en el paleolítico hasta finales del siglo XIX.
Vivían en familias que podían tener entre treinta y cuarenta integrantes, en territorios claramente delimitados denominados haruwen, donde cada individuo pertenecía a un linaje patrilineal y a un territorio.
Anne Chapman sostiene que eran poblaciones que no pasaban hambre: “el hábitat de los selk´nam, aunque situado en el extremo austral del hemisferio, no era una región marginal, pobre en recursos, sino más bien favorable para este género de vida pues había sustentado poblaciones durante más de diez mil años (…) no era pues un lugar de refugio que limitara la expresión cultural de sus habitantes”.6 Lo que refuerza el interés por la misma, en su largo proceso de asentamiento y desarrollo, en Tierra del Fuego, tuvieron la posibilidad de desplegar su rica cultura por milenios.
Colaboró con lo anterior que el terreno favorecía la subsistencia de los selk´nam y sus vecinos -los haush muy emparentados culturalmente con los selk´nam- dado que la variedad de flora y fauna ofrecía los recursos para satisfacer sus necesidades alimenticias, todas las observaciones y relatos establecen que las hambrunas no eran frecuentes entre ellos. Hay que recordar que eran parte de su variada dieta: el guanaco, el zorro, el lobo marino, la grasa y carne de ballena, roedores tucu tucu, aves y peces, más diversos vegetales. No sólo existía una provisión regular de alimentos sino que habían desarrollado un método de conservación que permitía la conservación de los mismos durante cuatro semanas. Estas reservas alimenticias quedaban guardadas en los lugares que dejaban, al volver ya había unas provisiones que permitían montar el campamento sin estar compelidos por el hambre.
Organización social
Gusinde señalaba que los “... miembros de cada familia, más exactamente: hombre, mujer e hijos, constituyen en el sostenimiento de la casa una cerrada comunidad de trabajo, que existe y labora con independencia de las demás. No hay diferencias de clases bajo el punto de vista del trabajo, ni bajo otras consideraciones, así como tampoco se encuentran sometidos los miembros de la tribu a una autoridad superior común”.7
La sociedad selk’nam no habría contado con jefes u órganos de autoridad como consejo de ancianos, etc. Pese a ello existía una jerarquía -chamanes, sabios y profetas- que ocupaban los hombres, como no podía ser de otra manera dentro de este férreo dominio patriarcal, pese a ello hubo algunas excepciones: existieron mujeres que fueron chamanes.
Trabajo
Existía una división sexual del trabajo. Las mujeres estaban al cuidado de los hijos, realizar cestos, curtir cueros, recolectar raíces y huevos, cazar roedores, pescar con lanzas en lagunas pequeñas y cargar con todos los elementos del campamento cuando se trasladaban de un lugar a otro.
La actividad central de los hombres era la caza, para la misma era necesario saber construir y manejar el arco y la flecha, conocer las costumbres de las presas, aprender a adiestrar perros, seguir huellas y preparar emboscadas, eran los que trozaban y repartían la carne lo que seguramente, cotidianamente, reforzaba la supremacía del varón. Distribuir el producto de la caza, cuánto le correspondía a cada uno de la comida que se servía tenía la marca indiscutida de la autoridad masculina.
Pero esta dominación patriarcal no estaba exenta de lazos solidarios que debían sostenerse y respetarse, Gusinde hace notar que: “La ayuda mutua espontánea libera a todos de la preocupación por el futuro y del esfuerzo