A: Tengo que seguir evolucionando… son pruebas…
T: ¿Y cuál es la prueba esta vez?
A: Dios dirá… ¡Qué extraño, che!
T: ¿Hay algo más que quieras decir?
A: No, no se me ocurre nada más.
Apenas abrió los ojos, Ángel dijo:
—¡Qué bárbaro! Siento como si me hubiera sacado una mochila de basura.
¿Es necesario que diga algo sobre esta experiencia? Puedo asegurarles que fue tremendamente vívida y real. Ángel ni siquiera llegó a extenderse sobre la alfombra. Sentado sobre el piso, recostado contra el sofá, apenas cerró los ojos su cuerpo comenzó a sacudirse con convulsiones espasmódicas. Como si una energía violenta se hubiera apoderado de él. Tal vez la misma que le ocasionaba sus problemas de conducta. Tal vez fuese la bronca y la rabia no agotadas de su personaje anterior. Tomen nota de que en reiteradas ocasiones, a lo largo de la sesión, Ángel exclamaba sorprendido que estaba allá y aquí al mismo tiempo. Veía su cuerpo muerto y al mismo tiempo estaba aquí. Y esto es fundamental para el tema que estamos tratando. Ángel estaba vivenciando su muerte como Mialorco y al mismo tiempo tenía conciencia de ser Ángel. Él mismo se preguntaba azorado: “¿Por qué recuerdo mi nombre?”. ¡Por favor, registren este hecho! Porque ésta es la experiencia absoluta, que nos da la certeza interior de la continuidad de nuestra conciencia. La certidumbre de que nuestra esencia no se pierde. La seguridad de que seguimos siendo más allá del cuerpo. ¡No importa la muerte del cuerpo! La muerte es una ilusión. Mejor dicho, es el fin de la ilusión. Es volver a ser lo que se es. Repasen todo lo que va experimentando y descubriendo Ángel, paso a paso. ¡Ésta es su primera experiencia! Aquí no hay preconceptos de ninguna especie. Y Ángel nos dice: “No tengo forma, no tengo nombre, me miro y no me veo, no soy nada, soy energía, soy el dueño del universo”. Ni siquiera hay imágenes preconcebidas. La forma y el nombre pertenecen al mundo material. Ángel experimenta lo que decía Apolonio: el pasaje de la sustancia a la esencia. ¡Vive la experiencia de ser esencia! Y también comprueba lo que explican los maestros tibetanos. Allí, en el espacio, hay una oportunidad para liberarse de la necesidad de volver al cuerpo. Pero cuando aparece la imagen de los futuros padres, ya no hay posibilidad de evitar la entrada en la matriz. Y Ángel lo experimenta exactamente así, cuando dice resignado: “Se terminó la paz, ya estoy acá, en este mundo”.
Les propongo que se tomen un respiro y que mediten sobre esta experiencia, antes de seguir adelante.
***
Muerte por decapitación
Experiencia de Rubén, 40 años, contador.
Rubén: Veo luces, como si fueran antorchas.
Terapeuta: ¿Dónde te encuentras?
R: Estoy encerrado en una caverna. Hay mucha gente allí dentro. Me hablan, me piden que los ayude.
T: ¿Cómo eres allí?
R: Soy grande, canoso, con barba. Tengo puesta una túnica antigua, sandalias… nos van a matar.
T: ¿Quiénes los van a matar?
R: Los romanos. Por ser católicos nos van a matar.
T: Sigue.
R: Me voy yendo para arriba. Está desapareciendo la imagen.
T: Retrocede un poco. Cuento hasta tres y retrocede un poco antes de irte para arriba. Uno… dos… tres.
R: La gente llora. Estamos todos encadenados. Hay una antorcha encendida. Sé que me llamo José. Sé que soy el más viejo.
T: Eso es, sigue adelante.
R: Los tengo que ayudar. Pero, ¿cómo? Si estamos encerrados… Nos van a matar.
T: Sigue, ¿qué más?
R: Me siento en el piso. No puedo hacer nada. Me duele la sien…
T: Sigue.
R: Otra vez me voy para arriba. ¡Cómo me voy!
T: Retrocede un instante antes de irte para arriba.
R: Tengo miedo. Sé que me van a matar. No sé qué hacer.
T: ¿Qué sientes o piensas en esos momentos?
R: Desesperación. Las cadenas no me dejan mover. Siento gritos que me llaman. Me duele la cabeza.
T: Sigue, ¿qué más?
R: Van a abrir la puerta. Se abre… nos llevan… Nos van a cortar la cabeza. A mí primero. Estoy seguro, porque soy el más viejo.
T: Sigue, no importa lo que sea.
R: Los que nos llevan se ríen. Son soldados romanos.
T: Sigue.
R: Yo me caigo en el camino. Me pegan.
T: Sigue un poco más.
R: Me está esperando uno con un sable enorme. No es un hacha.
T: Sigue un poco más. Yo estoy acá, a tu lado.
R: Hay como cuerpos alrededor de la piedra.
T: Sigue.
R: Apoyé la cabeza.
T: Sigue.
R: Me van a matar... ¡Pffffffff!
T: ¿Qué pasó?
R: Me cortó la cabeza. Ahí me estoy yendo.
T: Sigue un poco más.
R: Veo muchas luces blancas. Miles de lamparitas. Me voy para arriba. (Igual que Salvador en el bombardeo.)
T: ¿Qué más?
R: No sé.
T: Muy bien. Ahora fíjate, ¿cuál fue el momento más difícil de esta experiencia?
R: Cuando me llevaban a cortarme la cabeza.
T: Y fíjate, en esos momentos, ¿qué estás experimentando?
R: No tengo fuerzas ni para levantarme.
T: Eso es, ¿qué más?
R: Desesperación, miedo, terror, pánico. Siento que no tengo solución.
T: Eso es. ¿Y qué estás pensando en esos momentos?
R: ¿Qué pasará después? ¿Qué va a pasar después?
T: Y ahora fíjate, ¿qué sientes en el momento en que te cortan la cabeza? Experimenta ese momento, ¿qué estás sintiendo?
R: Frío, mucho frío.
T: Ahora, continúa hasta desprenderte de ese cuerpo.
R: Estoy viendo mi cuerpo caído a un costado. Me voy.
T: Sigue, ¿qué más?
R: No veo nada más. No encuentro nada más.
Rubén nos muestra una constante que se repite en las muertes por decapitación, ya sea por hacha, espada o guillotina. No hay dolor. La sensación invariable es muy simple: frío. Lo mismo experimentó Ángel, cuando le clavaron la espada.
Lo terrible, lo traumático, es la espera previa. Allí están el pánico, la impotencia, la bronca, la rabia y la incertidumbre de lo que sucederá después. Rubén lo expresa claramente. ¿Qué pasará después? Mas en el momento del impacto, sólo sintió frío y, casi simultáneamente, se fue para arriba.
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