Terapia de la posesión espiritual. José Luis Cabouli. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Luis Cabouli
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789507546808
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La saqué del medio. Está pagando lo que hizo; que se pudra ahí”.

      En su primera regresión Ramiro trabajó su obsesión por la seguridad. Esta obsesión se había originado en una vida anterior, al morir como piloto norteamericano en la guerra de Corea. Su avión se precipitó a tierra debido a una falla provocada por negligencia de sus mecánicos. Eso explicaba su desconfianza hacia los mecánicos y que se ocupara él mismo de las reparaciones de su automóvil. Allí se originó también su adicción a los sedantes. En esa regresión, Ramiro relató que antes de cada misión los pilotos eran inyectados con una sustancia para darles valor. Esa inyección les borraba la conciencia a los pilotos y éstos se sentían bien, tal como Ramiro lo experimentaba cuando tomaba sedantes.

      Ramiro faltó a la siguiente sesión y, cuando volvió, dijo que estaba más agresivo. Se me ocurrió entonces preguntarle si tenía obstáculos para concurrir a la consulta y me contestó que, efectivamente, tenía miles de obstáculos. Me animé un poco más y directamente le pregunté:

      —¿Creés que puede haber alguna fuerza extraña influyendo en tu vida?

      —Estoy seguro que sí —contestó sin dudar.

      —Si así fuera, voy a pedirte que permitas que esta fuerza pueda manifestarse a través de vos.

      Procedí entonces a guiarlo en una relajación física progresiva y, al término de ésta, le pregunté si sentía la presencia de algo o alguien. Contestó que sí y con los dedos señaló que había tres entidades. Le pedí entonces que permitiera manifestarse a una de ellas.

      Viernes 24 de noviembre de 1989

      Terapeuta: Ramiro, voy a pedirte que permanezcas con tu mente en forma pasiva y que permitas que este ser hable por medio de tus cuerdas vocales, a través de tus labios, utilizando tu voz. Quienquiera que sea, quiero decirle que es bienvenido. Adelante, ¿qué estás haciendo aquí?

      Ramiro: Este tipo es fuerte —hablando sin dilación y con un timbre de voz diferente al de Ramiro—. Tiene tendencia a destruir. Eso es lo que disfruto. Me encanta destruir.

      T: ¿Cómo te llamás?

      R: Lucifer —con tono intimidatorio—, ¿le gusta?

      T: Muy bien, Lucifer —sin inmutarme—. Yo no estoy aquí ni para censurarte ni para juzgarte. Estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. Podés contarme lo que vos desees.

      Lucifer: Este tipo me da mucho trabajo —con fastidio—, porque tiene una propensión a hacer el daño, pero también tiene una conciencia que no le deja confundirse. Sabe lo que está bien y sabe lo que le conviene. Algunas veces lo logré, pero... ¡me cuesta! Es un tipo listo este Ramiro; él sabe que las cosas vuelven, por eso no hace daño. Y estoy acá con él porque le gusta vengarse, le gusta la venganza.

      T: ¿Cuándo te uniste a él?

      L: Me incorporé a él cuando estaba en el vientre de su madre, a los tres meses y medio.

      T: ¿Te disgusta que Ramiro venga aquí?

      L: ¡Sííí! Me va a desalojar y no quiero. (Observen que la entidad sabe lo que se viene.)

      T: ¿Le ponés obstáculos para que no venga?

      L: ¡Sííí! Hago que choque con el auto para que no se ocupe de mí. Hago que su madre tenga problemas para que él se ocupe de ella y no de mí. Hago que tenga problemas con su novia para que se ocupe de los problemas de su pareja y no de mí. Le provoco problemas en su trabajo para que no se ocupe de mí.

      T: Muy bien, ahora yo te voy a proponer algo. Podés venir aquí, con Ramiro, cada vez que él venga y podrás hablar y decir todo lo que sientas.

      L: ¿ Y por qué?

      T: Bueno, porque yo deseo ayudarte.

      L: ¿A mí? —con desconfianza—. Vos querés ayudar a Ramiro.

      T: Y a vos también. ¿No te gustaría tener un amigo con quien hablar? Si permitís que Ramiro venga aquí, podrás hablar conmigo y decir todo lo que vos quieras decir.

      L: Yo no tengo amigos. Ramiro me quiere expulsar de su cuerpo y usted lo está ayudando a él —enfatizando las últimas palabras.

      T: Yo estoy ayudando a Ramiro a que pueda ver las cosas más claras y a que vos también puedas ver más claro.

      L: El ver más claro me va a dar más problemas. Conozco a Ramiro mejor que vos.

      T: ¿No te gustaría ver la Luz?

      L: ¿Qué luz?

      T: ¿Dónde vivís ahora?

      L: Vivo en él. Disfruto cuando fuma, disfruto cuando toma coca-cola, disfruto cuando eyacula, disfruto cuando toma baños de agua caliente, disfruto cuando toma grandes cantidades de sedantes, disfruto cuando se venga. (¿Qué les parece?)

      T: ¿Y dónde está tu cuerpo?

      L: ¡Ja! Los espíritus no tenemos cuerpo y vos lo sabés.

      T: Pero alguna vez tuviste un cuerpo. ¿No te gustaría volver a tener tu propio cuerpo en lugar de un cuerpo que no es tuyo?

      L: No recuerdo haber tenido otro cuerpo, pero sería mejor tener el cuerpo de un tipo malo y que lo pudiera manejar con más facilidad que a Ramiro.

      T: Bien; entonces te propongo hacer un ejercicio de memoria. Yo te voy a ayudar a que recuerdes el momento en que tenías tu propio cuerpo y a ver qué pasó con tu cuerpo.

      L: ¿Y para qué?

      T: Para que veas por vos mismo que alguna vez tuviste tu propio cuerpo y que podés volver a tenerlo.

      L: ¿Cuándo?

      T: Eso depende de vos. ¿Te parece que comencemos por el principio? ¿Cuál era el cuerpo que tenías antes de utilizar el de Ramiro?

      L: Era Federico, el abuelo de la madre de Ramiro. (Ya no es Lucifer. Eso era para intimidarme. Ahora se manifiesta la verdadera personalidad de la entidad.)

      T: Muy bien, Federico. Ahora andá a un momento importante de tu vida como Federico.

      Federico: ¡Esa cualquiera que se casó con mi hijo! —visiblemente enojado—. Mujer mala, ¡la odio! ¡La detesto! Es una maldita. Veo cómo manipula a mi hijo, cómo lo explota, cómo trata de separarnos. Le pide alhajas y él trabaja y trabaja para comprarle todo eso.

      T: ¿Cuándo ocurre todo eso?

      F: En agosto de mil novecientos veintiuno murió mi esposa. En mil novecientos dieciocho lo había hecho yo. Cuando murió mi esposa aulló el perro de la casa. Mi hijo quiso levantarse para ver a su madre, pero esa maldita no lo dejó y mi esposa murió sola.

      T: ¿Y qué sentiste en ese momento?

      F: ¡Juré hacerla bosta!, a Teresa, que era la esposa de mi hijo y que después mató a mi hijo.

      T: Teresa, ¿es la abuela de Ramiro?

      F: ¡Sí! Por eso estoy en Ramiro, para seguir mi tarea y, finalmente, lo logré. (Recuerden que Ramiro internó a la abuela en un geriátrico.)

      T: Ahora, Federico, avanzá al instante previo a tu muerte.

      F: ¡Aaah! Fue una agonía, una hemiplejía. Me orinaba encima, estaba escarado, sufría mucho y, lo que más me fastidiaba, era que esa hija de perra deseaba mi muerte y lo estaba logrando.

      T: ¿Cómo morís?

      F: Creo que me rendí. Ya no soportaba más estar así.

      T: ¿Qué decisión tomaste en el momento de morir?

      F: Me quedé en la casa. Me prendí con cuatro garras sobre la espalda de Teresa y, desde entonces, me quedé allí.

      T: Ahora, decíme una cosa. ¿No sabías que existe la Luz para los espíritus?