Terapia de la posesión espiritual. José Luis Cabouli. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Luis Cabouli
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789507546808
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¡Ah, sí! Pero yo, ¡ni loco me quiero morir!

      T: Sí, ya sé, pero fijate bien, cuando estás ahí en el rincón de la habitación, debe de haber una luz suave que te viene a buscar. Contame, ¿quién te está esperando allí para ayudarte?

      A: Sí, mi mamá, pero yo no quiero saber nada.

      T: ¿Y qué pasa que no querés saber nada con tu mamá?

      A: Ya te dije, me quiero seguir quedando acá.

      T: Bueno, pero ya te quedaste treinta y cuatro años más...

      A: ¡No! Yo me quiero quedar acá.

      T: ¿Y qué te dice tu mamá?

      A: Que me tengo que ir, pero que si me quiero quedar que haga lo que yo quiera.

      T: Sí, pero mirá todas las dificultades que le provoca a tu nieto el hecho de que vos estés dentro de sus pensamientos: los problemas que tiene con sus hijos, esta agresividad que no puede controlar y que le dan ganas de pegarle a su mujer. ¿Cómo te sentirías si alguien hiciera con vos lo mismo que vos estás haciendo con tu nieto? Durante treinta y cuatro años has estado perturbando la vida de Salvador. ¿No te parece que ya es hora de que Salvador viva por sí mismo y tenga una vida plena y feliz? ¿No te parece que ya es hora de que vos entres en la Luz y que comiences una nueva vida?

      A: Acá estoy fenómeno, pegado arriba de mi nieto. Estoy viviendo acá. ¡Estoy fenomenal! (Observen que dice pegado, adherido, y no dentro del cuerpo de su nieto.)

      T: Sí, pero fijate todos los conflictos que esto ocasiona en la vida de Salvador...

      A: ¡Ni se da cuenta! (Tal cual.)

      T: Bueno, yo ya te expliqué todo lo que está pasando y cómo es la evolución del espíritu.

      A: ¿Quién me garantiza todo eso?

      T: Dios te lo garantiza. En el instante en que vos entres en la Luz, se terminarán para siempre todos tus sufrimientos porque eso pertenece al cuerpo. No quiero presionarte, simplemente te propongo hacer una prueba para que te asomes al reino de la luz y puedas decidir por vos mismo.

      A: ¿Ahora la Luz?

      T: Sí. A vos te corresponde estar en la Luz. A Dios no le interesa lo que hayas creído o pensado mientras estabas en la Tierra. Lo que Dios espera de sus hijos es que vuelvan a Él. Fijáte bien.

      A: ¿Adónde tengo que mirar?

      T: Mirá hacia el espacio que llegará una pequeña lucecita que poco a poco se irá haciendo cada vez más brillante. Esa luz te señalará un camino y, por ese camino, van a descender los ángeles guardianes que te protegerán.

      A: ¿Estás seguro de que no me van a hacer sufrir como estos hijos de puta de acá, no? (Este es el temor presente en la mayoría de las almas perdidas.)

      T: Jamás, al contrario, te cuidarán, te atenderán y sanarán todo ese sufrimiento que has padecido. Allí hay seres de luz que se ocupan de los seres sufrientes como vos y, en cuanto entres en la Luz, verás cómo estos seres te cuidarán con un amor que nunca antes has tenido. Tené confianza, hacé la prueba.

      A: ¡Ajá! ¿Y si después yo quiero volver de nuevo al cuerpo de mi nieto? ¿Cómo hago? ¿Puedo volver de vuelta para atrás o no? (Alma perdida, sí; tonto, no.)

      T: Eso depende de vos. Yo voy a pedir por vos. “Humildemente, Señor, te pido en este día que envíes a tus ángeles protectores para que vengan a buscar al abuelo de Salvador. Hazle llegar tu infinita luz para que pueda ver tu camino. Que tu amor se derrame sobre...”

      A: Mirá que yo primero me mato antes de meterme ahí, ¿eh?

      T: Tranquilo, no te podés matar si ya estás muerto.

      A: Sí, pero si me hacen sufrir de vuelta prefiero volver y matarme, ¿eh?

      T: Nooo, nada que ver.

      A: ¿Cómo que no? Le digo a mi nieto que se mate y listo. (¿Qué les parece?)

      T: Pero no, ¿cómo vas a hacer eso?

      A: Sí, sí. Le digo a mi nieto que se mate y listo. Si se muere él, me muero yo. ¿Te das cuenta, viejo?

      T: Ése es un gran error porque si tu nieto se muere vos vas a seguir igual.

      A: ¿Por qué?

      T: Porque vas a seguir en la misma situación, con el agravante de haber destruido una familia y tendrás que responder por eso.

      A: Yo lo conduzco a él para que se mate y listo. (¿Cuántos suicidios sucederán de esta manera?)

      T: ¿Pero a vos te parece bien eso? Fijate bien lo que estás diciendo. ¿Cómo podés decir esto? El tiene su mujer, sus hijos...

      A: ¡Qué carajo me importa de la mujer y de los hijos!

      T: No, no podés estar pensando eso. ¿Y el dolor que vas a causar en esa familia?

      A: ¿Quién lo siente?

      T: Claro, vos no lo sentís, pero esa madre y esos hijos que quedan abandonados y solos... No es justo.

      A: Las mujeres siempre tienen que estar a disposición del hombre. A la mujer que se retoba le enchufás un palo en la cabeza. Así era en mi época, eran los machos los que mandaban. ¿Entendés? En la casa, el que mandaba era el macho. ¡Qué tanta vuelta ni tanta vuelta! ¿Me entendés o no me entendés? (Ahí está la causa de la agresividad que experimentaba Salvador con su esposa.)

      T: Te entiendo perfectamente. (Ahora hay que dejarlo hablar, no importa lo que diga.)

      A: Hombres eran los de antes, no los de ahora. Antes se peleaba con las manos, con la espada, con lo que venga.

      T: Eso es.

      A: ¡Cagón de mierda! ¡Son unos cagones de mierda, los hombres! Se dejan dominar por las mujeres. No tienen huevos, tanta vuelta que dan.

      T: Tenés razón. Bueno, yo te voy a ayudar y vos decidirás. Quiero que veas con tus propios ojos y verás que en el mundo de la Luz se terminan todos los sufrimientos. Permití que te conduzcan y asomate a la puerta, al reino de Dios. Comprobalo por vos mismo.

      A: ¿Hay algún escalón acá o no hay nada? (¿Vieron? Hay que esperar el cambio de humor.)

      T: No, acá no hay escalones, es un camino de luz.

      A: ¿Vos estás seguro de que no hay ninguna escalera, no?

      T: ¿Querés una escalera?

      A: Sí, porque estoy muy bajo.

      T: Dios te hará ver una escalera de luz y podrás ascender lentamente. Ellos saben que vos estás muy bajo y te enviarán a los ángeles protectores para que te ayuden.

      A: ¿De dónde me agarro?

      T: Fijate que hay un pasamanos de luz. Agarráte de ahí.

      A: Sí, siento frío, che.

      T: Bueno, yo te voy a cubrir ahora con una manta y tranquilo, que yo estoy acá, a tu lado. Todo va a salir bien y vos y yo vamos a ser grandes amigos. (Esto es lo que no hay que decir, porque el alma perdida se puede pegar al terapeuta.)

      A: En cuanto me hagan sufrir me vuelvo de vuelta. ¡Qué frío que hace!

      T: Quedate tranquilo que no habrá nada de eso. Andá despacito. Fijate si no viene alguien para ayudarte. Yo le pedí a Dios que te mande un angelito protector.

      A: Había un cordero.

      T: Bueno, agarrate del cordero, él te va a guiar.

      A: Sí. Escucho un zumbido...

      T: Eso es, seguí lentamente. Pronto vas a ver la puerta.

      A: Sí, estoy acá en un peldaño,