S: Y con Rubén. Mi papá ya no está, mirá vos. Dijo mi mamá que ya se fue. Lástima, me perdí de verlo.
T: Ya lo vas a volver a encontrar. ¿Estás listo para partir?
S: Sí.
T: Que Dios te bendiga y que encuentres toda la paz, el amor y la luz del Padre Creador.
S: A vos también. Gracias.
T: Chau.
***
Como podrán comprobar, dentro de las almas perdidas familiares los abuelos son mayoría. Tal como lo habíamos anticipado, aquí fue Raquel quien le pidió a su abuelo que se quedara con ella.
Me parece muy valiosa la descripción que Samuel hace del momento de su propia muerte. Sorprende la sencillez con la que se produce la salida del cuerpo como consecuencia de lo que parece haber sido un infarto y la inmediata imposibilidad de volver a aquél. Considero importante este punto porque el testimonio de las almas perdidas puede ayudarnos a terminar con el temor a la muerte. Es interesante también con qué detalle Samuel describe los pormenores de los sucesos inmediatos a su muerte; la preparación y el lavado de su cuerpo y la colocación de la mortaja. Es bueno tener en cuenta estos detalles porque no debemos olvidar que, aunque el cuerpo esté muerto, el alma del difunto todavía puede estar allí observando cómo se desarrollan los acontecimientos.
El otro aspecto a resaltar aquí es cómo Samuel describe la desorientación de los primeros momentos luego de su muerte, cuando se da cuenta de que él puede ver y escuchar a todos, pero nadie lo ve ni lo escucha ni lo siente, a pesar de sus esfuerzos. Esta situación es la que sorprende, desorienta y shockea a la mayoría de las almas perdidas: no entender lo que está sucediendo. Observen también de qué manera pueden afectarnos las creencias en el momento de la muerte. La sorpresa de Samuel cuando se da cuenta de que lo habían venido a buscar, pero como él creía que eso no era para judíos, entonces no quiso irse, sobre todo porque había un cura. Esta es una clara evidencia de que la Luz no hace diferencias.
Finalmente, Samuel nos advierte de la presencia de otros seres dentro del aura de Raquel y de qué manera ella misma facilitaba con su permisividad que la invadieran otras almas.
***
Laura, la mamá de Raquel, se manifestó un par de semanas más tarde. Samuel dijo que no se podía hacer nada con Laura, ¿recuerdan? No fue fácil convencer a Laura para que regresara a la Luz. La mamá de Raquel tuvo varias internaciones psiquiátricas y se suicidó después de que muriera Pablo, el hermano de Raquel. Después de que yo diera la clase sobre almas perdidas, Raquel reveló que sentía que su mamá estaba con ella y que también hablaba con ella. No sólo eso; Raquel conservaba una camiseta de su mamá. De vez en cuando, Raquel se ponía la camiseta de su mamá al tiempo que decía: Laura, vamos a pasear.
—El otro día —agregó Raquel—, cuando vos hablabas de todo esto (almas perdidas), escuché que ella me decía: Y vos te callás la boca y no decís que estoy acá.
El trabajo con la mamá de Raquel ocurrió inesperadamente mientras estábamos en clase y no quedó registrado. Durante la sesión, Laura dijo:
—Pablo quería que me fuera con él y yo me quería ir con él. Entonces me pegué el tiro, pero a Pablo no lo vi nunca más.
¿Cuántos suicidios pueden ocurrir de esta manera? No fue esta la única vez que asistí a algo así. Fue bastante trabajoso convencer a Laura para que regresara a la Luz; la verdad es que se resistía a hacerlo. Finalmente se fue luego de recitar el Shemá* Fue muy dramático el regreso de Raquel a su consciencia habitual.
—Tengo una sensación de vacío —dijo Raquel luego de la partida del alma de su mamá—. Se me hicieron claras tantas cosas... Me di cuenta de que me la cargué a mi mamá cuando la estaban velando; ahí se me pegó. Ella salió por el agujero del tiro y se me pegó. Ahora siento que ella ya no está.
De improviso, Raquel rompió a llorar desconsoladamente y, al preguntarle por qué lloraba, me contestó:
—Es que ahora sí se murió mi mamá.
Como corolario del trabajo con su abuelo, Raquel contó que ella sentía atracción por las mujeres. Después de que se fue su abuelo desapareció la angustia y la atracción por las mujeres, lo cual sugiere que esta atracción que Raquel sentía no era genuinamente de ella sino que eran las apetencias de su abuelo. Volveremos a encontrarnos con Raquel en el capítulo siguiente.
Un abuelo machista
Salvador (36) me consultó inicialmente por una gran tristeza que comenzó con la muerte de su madre, acaecida diez meses antes de la primera entrevista. “La tristeza me voltea —decía Salvador—. Estoy ido de mi cabeza. No quisiera vivir más”. Sentía que era el hijo, el padre y el esposo de su madre al mismo tiempo. Experimentaba además un gran odio hacia su padre. “Quisiera vengarme de lo que le hizo a mi madre. Quiero hacer justicia” —concluyó Salvador.
Trabajamos mucho con todo este material durante cuatro o cinco meses con la TVP, con una frecuencia al principio semanal y luego quincenal. Una tarde, Salvador entró al consultorio muy contrariado. “Estoy cargado de agresividad —me dijo—, le quiero pegar a mi señora. No tolero ni el chirrido de los frenos del auto. Le pego a la pared, no me puedo controlar. Es como si dentro de mí hubiera algo que va a estallar. Me tengo que tomar dos o tres Valium para que me dope. Es algo más fuerte que yo”.
Ya habíamos trabajado con almas perdidas con Salvador, así que no era extraño que todavía quedara alguna entidad. De modo que le pregunté:
— Esta agresividad que sentís, Salvador, ¿es algo tuyo o es algo prestado?
— No, yo creo que tengo otro espíritu. Para mí es como que ahora que se fueron los otros, éste se está agrandando. Es como que ahora tiene más campo de acción, tiene más control.
— Y si supieras, ¿quién creés que podría ser?
—Es el espíritu de mi abuelo —sin hesitar—, el padre de mi mamá. Era un loco, le pegaba a la esposa. Esto que siento ahora comenzó después de que escuché en la radio que un muchacho le pegó tres tiros a la novia porque ésta lo dejó debido a que él le pegaba.
Con esta aseveración di por sentado que el abuelo de Salvador estaba allí, de modo que sin más trámites comencé a trabajar con él.
Lunes 4 de octubre de 1993
Terapeuta: Bueno, ¿tenés ganas de hablar un poquito?
Abuelo: ¡No! —con voz seca y cortante.
T: Y... ¿cuánto hace que no tenés la oportunidad de hablar así con alguien que te escuche?
A: ¡Treinta y cuatro años! —con voz estentórea.
T: Entonces, podrías aprovechar esta oportunidad.
A: ¡Dejame tranquilo! —enojado—. Acá, con este chico, yo estoy bien. Es mi nieto, dejame tranquilo.
T: Decime una cosa, ¿vos te das cuenta de que estás perturbando la vida de tu nieto?
A: ¡Dejame tranquilo! Yo estoy con él y no lo voy a dejar dormir. Estoy dentro de la cabeza de él, estoy dentro de sus pensamientos, estoy dentro de todo. ¡Dejame tranquilo!
T: Bueno, yo te voy a dejar tranquilo, pero dejame que te haga una pregunta, ¿sos feliz así?
A: ¡No me interesa! —remarcando con énfasis cada sílaba.
T: Pero, che, ¡qué carácter! No parece que fueras abuelo de Salvador...
A: ¡Dejame