El porqué del presente. Jorge Illa Boris. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jorge Illa Boris
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786123182571
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a salvar a los pueblos de sus desgracias”, y representaba el poder y el Estado. En Italia se le conoció como duce y en Alemania como führer; en ambos casos, la etimología significaba “gran líder”.

      2 Nacionalismo radical. Sustentado en la “gloria de los ancestros”, como los romanos para los italianos. También en el darwinismo social fue empleado como elemento discursivo para poder justificar la supremacía racial y política sobre cualquier otro grupo humano. Entonces, se puede inferir que el nacionalismo generado no se basaba en la razón (al contrario de sus más connotados filósofos), sino en fanatismo del pasado y fenotipo idealizante, aunado a la fe ciega de sus seguidores hacia el máximo líder (culto a la personalidad).

      3 El Estado estaba primero, incluso sobre los derechos y libertades de los individuos que lo conformaban. Por ello se rechazaron la democracia, el liberalismo, la separación de poderes, el parlamentarismo y cualquier forma de oposición al Estado.

      4 Los militares son vistos como imagen de orden, disciplina y la fuerza de la nación. Así, la violencia ejercida por ellos se considera legítima, y la guerra como un instrumento de progreso para enfrentar y civilizar a otros pueblos.

      2.3 Ascenso de los principales Estados fascistas

      Como dijimos líneas antes, hubo naciones que perdieron o no recibieron algún beneficio luego de terminado el conflicto. Tal fue el caso de Italia, que, a pesar de cambiarse al bando de los aliados, no recibió grandes beneficios; por el contrario, ingresó a una serie de conflictos sociales, económicos y políticos que la envolvieron en el caos y el desgobierno. Algunas de las claves para desencadenar este proceso fueron las siguientes: primero, el movimiento obrero italiano ocupó la mayoría de las fábricas en el norte del país, causando diversas paralizaciones y huelgas. Por otro lado, en la zona rural los campesinos se organizaron para tomar las tierras de los grandes propietarios, lo que hacía pensar a los terratenientes que se estaba formando una revolución muy similar a la bolchevique en Rusia, generando con ello el pánico en la burguesía local, quienes reclamaron una rápida intervención del Estado.

      En el aspecto político, el país tampoco pasaba su mejor momento. La monarquía constitucional gobernante no conseguía estabilidad debido a la fragmentación política y, por consiguiente, los periodos de mando eran cortos. Entre 1919 y 1922 llegaron al poder hasta cinco gobiernos distintos que no lograron solucionar rápidamente los numerosos problemas que aquejaban al país (Aróstegui et al., 2015, p. 150). A todo lo ya descrito se suman los movimientos nacionalistas llenos de resentimiento por los territorios perdidos durante la guerra y la posguerra, quienes reclamaban al Estado un conjunto de acciones rápidas para recupéralos. Entre esos movimientos destaca el Partido Nacional Fascista, creado en 1921 por Benito Mussolini (un ex militante socialista) y que, bajo ideas ultranacionalistas, empezó a combatir a los comunistas. Tal acción le ayudó a sumar el apoyo de la burguesía del centro y norte itálico, militares e incluso obreros. Con el transcurrir de semanas y meses, el fascismo se convirtió en un movimiento fuerte con personalidad propia. Según Aróstegui et al. para 1922 el número de camaradas afiliados pudo llegar a 7 000 000 (2015, p. 151) y se les identificaba por usar camisas negras y el saludo alzando el brazo derecho al estilo romano; además, se les asociaba con un discurso férreo y proclive a la defensa de la nación, la propiedad privada, y un proyecto expansionista para ampliar los dominios del Estado italiano.

      La primera demostración de poder del Partido Fascista fue durante la huelga de trabajadores de 1922. En ese contexto, los fascistas amenazaron al Gobierno a que, si no era capaz de detener el conflicto, ellos se organizarían en cuadrillas para impedirlo. La advertencia se cumplió, logrando evitar el avance de los huelguistas y que los servicios de correos, trenes y autobuses funcionasen con total normalidad. Sin embargo, en otras regiones del país (principalmente en el norte), las movilizaciones de obreros y trabajadores continuaron aplicando sus medidas de fuerza, lo que provocó en octubre de aquel año un nuevo comunicado de los fascistas al Estado: esta vez anunciaron que, si no lograban [el gobierno] acabar con los conflictos sociales, ellos tomarían el poder caminando hacia la capital. Este suceso sería conocido a partir de aquella fecha como la marcha sobre Roma. Fue entonces que miles de los llamados camisas negras llegaron hasta el centro del país y empezaron a tomar los principales edificios de gobierno. El primer ministro, Luigi Facta, intentó desalojarlos proclamando un Estado de excepción el 28 de octubre, pero el rey Víctor Manuel III se negó a firmar el decreto, por lo que Facta renunció; en su lugar, el rey puso a Benito Mussolini.

      Fue así como el fascismo empezó a tomar el poder político en Italia, fuerza que no hubieran conseguido sin respaldo del monarca y los militares, lo que terminó de concretarse durante 1924 cuando es asesinado el diputado socialista Giacomo Matteotti, político que denunció a las camisas negras por los sistemáticos asesinatos y el fraude electoral que le dio la victoria al Partido Fascista. Frente a esos hechos, Mussolini decidió tomar el control total del país, convirtiéndose en un dictador a partir de 1925.

      Una vez con el poder, Mussolini (llamado Il Duce por sus partidarios) emprendió una serie de reformas que lo hicieron cada vez más poderoso, como la de 1926 (Ley Rocco), que prohibía la legalidad de partidos políticos y sindicatos que no fuesen vinculados al órgano partidario fascista. En 1928 limitó las funciones del Parlamento, supeditándolo a su órgano partidario: el Gran Consejo Fascista. Tan solo un año después (1929), restableció las relaciones con la Iglesia católica a través del Pacto de Letrán, la cual le daba al Vaticano soberanía e independencia a cambio de apoyar al régimen fascista. Bajo la excusa nacionalista se logró militarizar el país y se inició un proceso de expansión territorial que empezó a calentar los motores para una guerra de dimensiones mundiales y de catástrofes nunca antes vistas.

      Gráfico N° 5. Benito Mussolini en un caballo (1929)

      Fuente: Archivos Federales Alemanes, para commons.wikipedia.org

      En el mismo periodo y tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, el Imperio alemán se convirtió en la República Democrática de Weimar (1918), siendo obligada a firmar las duras condiciones del Tratado de Versalles. Este evento la sumió en una profunda crisis económica de la que pareció no tener salida. Por esa razón se produjeron diversos conflictos entre los grupos políticos, principalmente comunistas y nacionalistas radicales que no estaban conformes con el sistema republicano. Así, uno de los movimientos golpistas de mayor trascendencia fue el organizado en Múnich por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), que luego fue llamado simplemente Partido Nazi, teniendo como líderes a Rudolf Hess y a Adolf Hitler, quienes fueron atrapados y juzgados cuando el Putsch de Múnich (golpe de Estado) fracasó. El joven Hitler fue condenado a seis meses de prisión, tiempo que usó para escribir su principal obra ideológica, Mein Kampf (Mi lucha). Concluida la reclusión, su liderazgo en el partido creció y solo desde allí fue llamado Führer (el gran líder), formó milicias propias conocidas como Sturmabteilung o “sección de asalto” (llamadas SA) y la tristemente célebre Schutzstaffel o “escuadrones de protección” (SS para los cinéfilos), y siguió aumentando sus seguidores con un discurso ultranacionalista hasta 1929, año de la gran crisis estadounidense que arrastró al resto del mundo capitalista, justo cuando Alemania estaba en proceso de recuperación. Ello generó un duro golpe a su economía, haciendo crecer el malestar en la población y aumentando el número de afiliados y simpatizantes al Partido Nazi, lo que ocasionó una mayor división en el país respecto de los sectores socialdemócratas, centristas y monárquico-nacionalistas.

      Gráfico N° 6. Hitler saluda a los nazis marchando en Weimar (1930)

      Fuente: Archivos Federales Alemanes, para commons.wikipedia.org

      En las elecciones parlamentarias germanas de noviembre de 1932 (la tercera en ese año), los resultados dieron al Partido Nazi unos 196 diputados, mientras que otro grupo radical en obtener una importante votación fue el Partido Comunista, con 100 elegidos. La publicación de esas cifras generó mayor polarización, lo que causó preocupación entre los militares y conservadores, que prefirieron establecer un acuerdo con Hitler para su nombramiento