Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468544885
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de naturaleza y de tranquilidad.

      Capítulo 5

      Truenos, sexo y sol

      Ingresaron al cuarto y mientras que Aquiles fue al baño, Marina se ocupó de despejar la cama de algunas cosas que habían dejado apoyadas sobre ella.

      Corrió las cortinas para poder disfrutar de la vista. Le resultaba sumamente acogedor el estar protegida dentro de una linda casa, viendo como la lluvia caía sobre el césped.

      Aquiles regresó del baño y comenzó a desvestirse para meterse directamente en la cama. Con la única intención de dormir plácidamente, apagó la luz de su velador.

      –No pienses que te me vas a escapar –dijo Marina, mientras que caminaba hacia el baño y apagaba la luz general de la habitación.

      A pesar de la hora y de que habían comido abundantemente, Marina mantenía su morbo encendido. El rechazo por parte de Aquiles para tener sexo justo después de ducharse, cuando salía del baño de su departamento y a minutos de haberse clavado una magistral paja, la había dejado caliente, e iría en busca de satisfacer sus deseos.

      Apagó la luz del baño, e ingresó a la habitación completamente desnuda. Su silueta era iluminada solo por la luz que ingresaba desde el exterior a través de la ventana y por los relámpagos que iluminaban el cielo.

      Se acercó a la cama y se sentó directamente sobre Aquiles, apoyando su vulva sobre el miembro semi erecto de su marido. Aquiles levanto la almohada, dejándola apoyada sobre el respaldo de la cama y reclinó su espalda sobre ella.

      Marina acercó su boca a la de su marido y comenzó a besarlo morbosamente, lamiéndole la lengua y mordisqueándole los labios, mientras que Aquiles, tomaba con ambas manos los glúteos de su mujer, apretándolos firmemente.

      Marina se alejó unos centímetros y agarrando con ambas manos sus pechos, los acercó a la boca de Aquiles para que se los exprimiera. Aquiles amaba meter en su boca ambos pezones simultáneamente y Marina amaba que lo hiciera; le provocaba un placer inconmensurable y ahora, el placer estaba potenciado por su estado de preñez.

      Marina comenzó a descender con su boca, recorriendo el pecho poblado de pelos de Aquiles y continuó hasta abrazar con sus labios el miembro completamente erecto, dando inicio a una sesión de felatio magistral.

      Aquiles dejó caer todo el peso de su torso sobre la almohada, cerró los ojos, se relajó y se entregó por completo, permitiendo que Marina diera rienda suelta a sus más bajos instintos.

      Disfrutaba enormemente mamándole la pija a su hombre, aunque necesitaba ser penetrada por su semental y que la elevara al cielo.

      Volvió a subir con su boca, lamiendo todo a su paso, hasta ubicar el miembro de Aquiles al lado de su vulva, que se encontraba completamente humedecida. Buscó la posición adecuada e introdujo hasta el último milímetro dentro de su vagina.

      Comenzó a cabalgar en un ritmo cada vez más frenético, llegando al punto del descontrol. Aquiles llegó a temer por la integridad de su miembro, que entraba y salía como pistón.

      Marina llegó a su primer orgasmo y lo hizo saber, gimiendo libremente. Tomó nuevamente sus pechos con ambas manos y los llevó hacia su boca, sacando la lengua para lamer sus pezones.

      Continuó con su cabalgata, sin darle tregua al miembro de su marido, que permanecía de espaldas, agarrando con ambas manos las caderas de Marina y con la cara visiblemente colorada.

      Marina alcanzó un segundo orgasmo, sintiendo una mezcla de placer y simultáneamente, de desesperación.

      Aquiles, que mantenía sus ojos cerrados, no pudo evitar el imaginar que, en el piso de arriba, Andrés e Inés seguramente también estaban en medio de una faena sexual. Esa imagen, mezclada con los orgasmos de Marina y con el tiempo que llevaba bombeándola, hicieron que se viniera.

      Marina se tiró a su lado y quedó inmóvil, respirando agitada. Aquiles se incorporó y fue al baño para higienizarse; regresó a la cama y Marina siguió sus pasos. Estarían allí hasta el domingo y no era la idea dejar todas las sabanas manchadas con fluidos. La lluvia había amainado, aunque continuaba cayendo de manera pareja.

      Aquiles sintió sed y se dio cuenta de que no tenía su inseparable botella de agua que dejaba siempre al lado de su cama, por lo que se levantó nuevamente para ir hacia la cocina.

      Al acercarse, notó que la luz estaba encendida, por lo que caminó despacio para poder espiar. Tenía puesto solo un bóxer y moriría de vergüenza si llegaba a cruzarse con Inés.

      Vio que era Adrián, que estando también en cuero, descalzo y vistiendo solo un bóxer, abría el freezer para agarrar el pote de helado, por lo que continúo caminando normalmente.

      –¿Desvelado? –preguntó Adrián al verlo aparecer.

      –No, no desvelado... más bien, muerto de sed –respondió Aquiles, que agregó– siempre tengo una botella de agua al lado de la cama, pero hoy me olvidé de pedirte una para llevármela.

      –Sí, yo también suelo tener agua al lado de la cama. Bajé tentado a comer un poco más de helado –dijo, alcanzándole el pote a Aquiles para que se sirviera.

      –No, no, gracias... solo quiero una botella con agua –dijo Aquiles.

      –Claro, además de la costumbre, debes estar deshidratado por el ejercicio... –dijo Adrián, mientras que abría la puerta de la heladera y le alcanzaba a Aquiles una botella de plástico cargada con agua helada.

      Aquiles lo miró e hizo un gesto como de no comprender bien a que venía ese comentario sobre el ejercicio.

      –Antes de bajar para comer helado, Inés me pidió que les alcanzara más toallas, porque no estaba segura si les había dejado suficientes; me acerqué a la puerta para golpear y escuché los gemidos de Marina... Obvio que no quise interrumpir y, es más, casi llamo al 911, porque no sabía si eran de gozo o si la estabas matando –dijo Adrián riendo.

      –Huyy boludo... no le llegues a decir nada porque se va a morir de vergüenza –dijo Aquiles.

      –No, olvídate, no digo nada; a mí también me daría vergüenza decir algo así –dijo Adrián.

      –Veo que vos también anduviste haciendo chanchadas, a no ser que tengas el cuerito flojo –dijo Aquiles sonriendo y mirando el bóxer de Adrián, que tenía una aureola mojada a la altura de sus genitales.

      Adrián bajó la vista y al ver la aureola comenzó a reír.

      –Ja... si, se ve que son las gotas de semen que quedaron en el camino y que fueron saliendo –dijo Adrián, sin vergüenza alguna.

      –La verdad es que, mientras garchaba, se me cruzó por la mente que ustedes deberían estar haciendo lo mismo y para serte sincero, me generó mucho morbo –dijo Aquiles.

      –¡Mira vos! –dijo Adrián, que agregó– yo los escuché y la verdad es que los gemidos me generaron alto morbo.

      Aquiles notó que el miembro de Adrián comenzaba a reaccionar, mientras que seguía comiendo helado como si nada sucediera.

      –Bueno amigo, me voy a la cama, en unas horas nos vemos –dijo Aquiles.

      –Pará que te traigo del lavadero las toallas –dijo Adrián.

      –No, dejá, no es necesario; nosotros trajimos. Cualquier cosa, si llegásemos a necesitar les pedimos, no te hagas problema– dijo Aquiles, que se dio vuelta y comenzó a caminar hacia su habitación, pensando en la extraña conversación que acababa de mantener con su amigo.

      Si bien solían hablar en el grupo sobre cuestiones relacionadas con sus intimidades, nunca le había sucedido de estar manteniendo relaciones sexuales bajo el mismo techo y encima, cruzarse en la cocina y hablar sobre el tema.

      Entró al cuarto, se acercó a la cama y notó que Marina ya estaba profundamente dormida. Siempre