Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788468544885
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y sé que, para mí, va a ser una situación un tanto incómoda –dijo Aquiles.

      –Y si... supongo que después de lo que pasó, va a resultar medio incómodo, al menos hasta que se rompa el hielo, o hasta que lo hablen –dijo Adrián y cambiando abruptamente de tema agregó– escuchame, creo que Inés iba a llamarla a Marina para proponerle si querían venirse hoy a casa; amasamos unas pizzas, se quedan a dormir y mañana disfrutamos del día juntos; si tienen ganas se quedan hasta el domingo, el pronóstico anuncia buen clima para todo el fin de semana.

      –Ah... podría ser; llego a casa, hablo con Marina y les avisamos –respondió Aquiles, no muy convencido sobre si tendría ganas de volver a salir para manejar hasta la casa de Adrián.

      –Ok, después hablamos –dijo Aquiles, cortando la llamada.

      Continuó manejando hacia su departamento, imaginando en cómo sería el momento en el que volviesen a verse con Alejandro.

      Más allá del saludo de cortesía y de que en la oficina nadie tenía la más mínima idea sobre lo que había sucedido entre ellos, estaba claro que deberían hablar sobre el tema. Eran dos personas adultas y claramente, no podrían continuar con el trato cotidiano como si nada hubiese pasado.

      Aquiles llegó a su departamento y al entrar vio que Marina estaba tirada sobre el sillón de living, con la TV encendida y hablando por teléfono. Rápidamente se dio cuenta de que del otro lado de la línea estaba Inés.

      Se acercó, le dio un beso y luego de dejar su maletín en el vestidor, fue a la cocina para picotear algo.

      –Era Inés –grito Marina, tras colgar la llamada.

      Aquiles agarró la copa de Malbec que acababa de servirse y caminó hacia el living.

      –Ah... hace un rato me llamó Adrián y me dijo que seguramente Inés te llamaría para invitarnos a pasar el fin de semana en casa de ellos –dijo Aquiles, mientras que se sentaba en el sillón, apoyando sus pies descalzos sobre la mesa ratona.

      –Sí, me preguntó si queríamos ir a amasar unas pizzas y quedarnos a pasar todo el fin de semana con ellos –dijo Inés.

      –¿Vos que tenés ganas de hacer? –preguntó Aquiles, acomodándose en el sillón y disfrutando del rico vino que estaba degustando.

      –La verdad es que me seduce la idea de pasar el fin de semana más cerca de la naturaleza, sin ruidos, mirando el agua y los árboles. Además, con ellos me siento como si estuviese en casa –respondió Marina, que agregó– ¿vos que querés hacer?

      –La verdad es que venía con la idea de quedarme tirado, disfrutando de un vinito y de no hacer nada de nada, pero si la propuesta es ir a amasar pizzas y compartir todo el fin de semana, me parece medio descortés no aceptar la invitación –dijo Aquiles.

      –De todas maneras, tenés la suficiente confianza con Adrián como para decirle que no tenés ganas de salir y que, en todo caso, vamos mañana –dijo Marina.

      –No, no, no hay problema, vamos. Está pronosticado buen clima para todo el fin de semana, así que podremos disfrutar de la pileta, de ir a remar y de algún partidito de tenis. Me doy una ducha para sacarme el día de encima y vamos; avisale a Inés que tipo ocho y media / nueve, estamos por ahí –dijo Aquiles.

      –OK –respondió Marina.

      Aquiles dejó la copa de vino sobre la mesa, se incorporó y fue directo al baño. Se quitó la chomba y observó su torso parado frente al espejo... Nada mal, se dijo así mismo, pensando en que iba en camino hacia sus cincuenta jóvenes años. Se quitó el pantalón y el bóxer e ingresó a la bañera para tomar una reconfortante ducha. Puso sobre la palma de su mano derecha unas gotas de jabón líquido corporal de Carolina Herrera, regalo que le había hecho Marina y que utilizaba solo en ocasiones especiales, o cuando tenía la certeza de que mantendría un encuentro sexual con su mujer.

      Comenzó a pasar las palmas de sus manos por sobre su torso, haciendo que el jabón tomara volumen y que comenzara a emanar el aroma tan particular y exquisito, que le resultaba sumamente excitante y hasta afrodisíaco. Descendió con sus manos hacia su pelvis y siguió camino hacia sus testículos. Agarró su miembro, que lentamente comenzó a reaccionar.

      El agua templada que acariciaba su cuerpo, sumado al sabor del Malbec que aún inundaba su boca y al aroma del jabón, lo hicieron entrar lentamente en un estado de placer orgásmico. Su miembro ya estaba completamente erecto; Aquiles lo tomó con una mano y comenzó a acariciarlo a un ritmo lento, mientras que, con la otra mano, continuaba el juego con sus testículos. Apretó firmemente su pene e inició el ritmo de subir y bajar, para alcanzar el premio anhelado y lograr una distención completa.

      Apoyó su espalda contra la fría pared y vio como la espuma del jabón era arrastrada por el agua y se deslizaba por sobre la extensión de sus musculosas piernas cubiertas de vellos.

      La imagen de su propio cuerpo masculino y viril, hizo que su excitación aumentara. Aceleró el ritmo de la mano que apretaba firmemente su miembro y por fin, sintió que un orgasmo invadía completamente su cuerpo, haciéndolo temblar de placer.

      Aún sin que la eyaculación llegara, Aquiles comenzaba a atravesar un trance orgásmico imposible de controlar. Sin buscarlo, estaba experimentando un orgasmo eterno y hasta desesperante; quería explotar en una eyaculación incontrolable e inmediata, pero no podía.

      Sintió que sus piernas se le aflojaban al no poder soportar ya tanto placer. Tuvo la necesidad de gritar como para desahogarse, pero debió contener el grito.

      Preso de un estado de desesperación, acercó a su ano los dedos enjabonados de su otra mano y comenzó a jugar, hasta que, por fin, percibió como su esperma comenzaba a circular por la uretra, hasta que, finalmente, un chorro blanco salió despedido de la punta de su glande, llegando al otro extremo de la bañera.

      Nuevamente tuvo que ahogar su grito para que Marina no lo escuchara. Sintió que sus piernas temblaban, justo en el momento en el que el resto de su carga salía dispara de su miembro.

      Agitado y sintiendo que sus venas estaban a punto de explotar, se arrodilló en el piso de la bañera para recuperarse. Mientras que el agua caía sobre su espalda, percibió que su cuerpo aun temblaba por los resabios del inmenso orgasmo que acababa de experimentar.

      Hacía mucho tiempo que no experimentaba un orgasmo semejante durante una sesión de autosatisfacción y no era frecuente que en ese contexto experimentase uno sin la presencia de eyaculación, cosa que si le sucedía frecuentemente cuando mantenía prolongadas sesiones de sexo con Marina.

      Su miembro comenzó a aflojarse. Aquiles hizo un par de movimientos más con su mano como para hacer salir las últimas gotas de semen que aún quedaban dentro de su uretra.

      Se incorporó y mientras que se recomponía, comenzó a lavar bien su glande y luego continuó con su cabeza.

      Cerró los grifos, agarró un toallón blanco, se secó, luego se lo ató en la cintura y salió del baño para dirigirse al vestidor.

      Al abrir la puerta, Marina pasaba hacia el cuarto y percibió el aroma del jabón que había utilizado Aquiles. Se le acercó, apoyó sus pechos contra el pecho desnudo de Aquiles y le dio un tremendo beso, al mismo tiempo en el que le agarraba el miembro con una mano.

      –Pará amor... si comenzamos ahora con esto, no vamos a llegar nunca a casa de los chicos –dijo Aquiles.

      –OK, pero esta noche no te salvas –dijo Marina, con un tono cargado de morbo y de lujuria.

      Aquiles había zafado de la situación. Si Marina hubiese insistido, a pocos minutos de haber eyaculado, probablemente su miembro no hubiese podido responder.

      Fue hacia el vestidor y eligió ropa bien cómoda. Agarró un bolso grande y puso dentro todo lo necesario como para cambiarse varias veces durante el fin de semana, considerando que se quedarían hasta el domingo y que, seguramente, harían deportes.

      Marina ya se había duchado, por lo que solo tenía que