El rostro de Lobías se volvió una sombra. Dejó de ordeñar a la vaca y miró a los ralicias.
—Entonces diría que es tan peligroso como lanzarse por un acantilado. Sólo un demente se adentraría en ella.
—No somos unos dementes, pero es lo que pretendemos —repuso Nu.
—Acabo de decir que es como lanzarse del abismo de Elar en la isla de Férula. O peor aún. ¿Acaso no temen morir?
Lobías tomó el cuenco con la leche recién ordeñada, se levantó y lo dejó sobre un barril junto a la puerta.
—No será peligroso si se hace de la forma correcta —dijo Lóriga.
—¿Y qué manera es ésa? —quiso saber Lobías. Lóriga se acercó hasta la leche y la olisqueó.
—Huele bien —dijo la mujer.
—Es dulce y cremosa —admitió Lobías—. La mejor de todo Eldin Menor. ¿Quiere probar un poco?
—Sí. Sin duda que sí.
—Ahora mismo —dijo Lobías y se acercó hasta la pared, a una repisa donde se hallaban dos vasos de madera. Mientras lo hacía, volvió a preguntar cuál era la forma correcta de lanzarse por un abismo.
—No lo sé —dijo Nu—. No sé nada de abismos. Pero sí sé cómo encontrar un camino en la oscuridad de la niebla.
3
Lobías notó que había una luz encendida en la casa de su tío. A esa hora, su tía estaría prendiendo el fuego de la cocina. Pronto silbarían las teteras y el olor del pan recién horneado llegaría hasta el establo. Lobías no solía desayunar con ellos, salvo en alguna rara ocasión, la última de las cuales había sucedido casi un año atrás. Que su propio tío no fuera más considerado con él era algo que lo había amargado durante mucho tiempo, aunque era cierto que en los últimos meses trataba de zafarse de esa amargura.
—¿Y cómo encontrar un camino en la oscuridad de la niebla?
—De la manera que dicen los viejos libros —dijo Lóriga—. De donde venimos se cuentan muchas historias, y la mayoría de ellas provienen de libros muy antiguos, más antiguos que la ciudad de Luan, más antiguos incluso que la gran guerra que trajo las nieblas interminables. Libros, señor Rumin, que fueron escritos hace tantos siglos que están llenos de palabras cuyo significado hoy tomaríamos por magia, cuando entonces era sólo el recuento de un día cualquiera.
—Nosotros también tenemos libros antiguos —dijo Lobías—, los hay en Eldin Mayor y en Porthos Embilea, aunque no los he leído, pero estoy seguro de que son tan antiguos como los de sus bibliotecas, y en ninguno de ellos se habla sobre cómo atravesar el Valle de las Nieblas.
—¿Cómo sabes que no es así, si no los leíste? —preguntó la mujer.
—Porque en este lugar no hay nada que hacer cada noche salvo ir a las tabernas y beber cerveza y contar historias, y he escuchado muchas historias, algunas de ellas muy extrañas, pero ninguna que dijera cómo atravesar ese valle. Al contrario, he oído demasiadas historias que advierten que, quien camina entre la niebla, jamás regresa.
—También las hemos escuchado —dijo Lóriga.
—Muchas veces —aseguró Nu.
—Demasiadas —redundó Lóriga—, pero hemos leído también otras que cuentan sobre las abejas. Las hermosas abejas Morneas, que emigran hacia el norte en primavera y hacia el sur en otoño. Quien siga la ruta de las abejas, llegará al Árbol de Homa. El primero de todos los árboles, señor Rumin.
—Seguro hay una buena historia en verso sobre eso —dijo Lobías con retintín, mientras ofrecía un vaso de leche recién ordeñada a Lóriga y otro a Nu.
—Más de una —dijo Nu, tomando el vaso.
—Pues por aquí no las conocemos —dijo Lobías Rumin— y aunque las conociéramos, nadie caminaría por el valle siguiendo a unas abejas. Es una locura. Ni siquiera su zumbido es demasiado ruidoso.
—Qué leche más deliciosa —dijo Lóriga.
—La mejor —dijo Nu, que también la había probado.
—Pues disfrútenla, porque si persisten con esa idea suya de seguir a las abejas puede ser la última que beban.
—No seas pesimista, Lobías —dijo Lóriga.
—No lo soy, sólo que me parece una tontería tan enorme, tanto como si alguien pensara en estos días que la historia del Faro de Édasen es verdadera.
—¿Y qué historia es ésa? —preguntó Nu.
—Una que no tengo tiempo de contar ahora mismo —replicó Lobías—. Pero… voy a decirles algo que quizá ya sepan. En los últimos días se han contado algunas historias sobre asaltantes en los caminos desolados, y el sendero que llega al Valle de las Nieblas es tan desolado como sombrío. Y se dice que es gente venida de más allá del muro rojo…
—Eso es una enorme mentira —lo interrumpió Nu—, nosotros no andamos por los bosques asaltando gente.
—Puede que no sean los ralicias, pero tampoco somos nosotros, y hace dos noches el viejo Emú nos contó que muchos años atrás, cuando él era un niño, sufrieron una temporada de asesinatos en los caminos, y que entonces se había asegurado que los culpables habían sido unos hombres que venían de la niebla. O no hombres, sino espectros. Eso fue lo que dijo. Incluso nos contó que lograron asesinar a uno de esos espectros y que portaba una armadura de guerra. Y el viejo Emú asegura que la causa de estos nuevos asesinatos puede deberse otra vez a extraños visitantes, a sombras que vienen desde la oscuridad.
La oscuridad de la que hablaba Rumin se apoderó de los rostros de Nu y Lóriga.
—Hay que ser precavidos —dijo la mujer.
—Lo hemos sido —resaltó Nu.
—Pero hay que serlo aún más —insistió Lóriga.
—Si yo fuera ustedes —interrumpió Lobías—, alquilaría una habitación en una posada y me quedaría ahí a esperar a que todo pasara. Es lo más prudente. Pero ya están advertidos.
—Lo estamos —dijo Nu.
A pesar de la advertencia, cuando bebieron leche suficiente, los viajeros se marcharon rumbo a los caminos que bordean la montaña junto al Valle de las Nieblas. Al despedirse, Lóriga le pidió a Lobías ir a verlos con la excusa de contar algunas historias como ésa que mencionó sobre el Faro de Édasen, beber té y comer unos buenos bocadillos. Lóriga le dijo a Lobías que estarían en alguna parte del camino, mientras las abejas no se movieran. Lobías les prometió que los buscaría, aunque lo dijo a sabiendas de que no lo haría. O al menos eso creía en ese momento, cuando ignoraba por completo que aquel encuentro providencial en el establo de su tío iba a cambiarle la vida.
4
Tras el encuentro con los ralicias, Lobías hizo lo de todos los días, ordeñar las vacas hasta llenar dos cuencos, colocarlos a ambos lados de una burra llamada Mirta, y transportar la leche a sus clientes habituales, lo que le ocupó buena parte de la mañana. Sus pensamientos lo llevaban de Maara a los ralicias. Consideró lo que podía suceder si se atreviera a acometer una aventura como la que pretendían los ralicias. Más de una vez, Lobías había soñado con ciudades que no conocía, y había pensado que quizás fueran visiones de países más allá de la niebla. Pero eso no era suficiente. Sabía bien que nadie en Trunaibat se había internado en esa oscuridad, y que, quien lo hizo, no volvió para contar lo que había visto. Era como morir, pues ¿quién podía contar lo que había más allá? Pese a ello, sabía que, de ir y volver, se convertiría en alguien famoso en todo Trunaibat. Y si algo necesitaba era dejar de ser un simple vendedor de leche. Lobías Rumin estaba seguro de una sola cosa: detestaba su vida.