Götterdämerung. Mariela González. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mariela González
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417649494
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tribunales.

      »Fue una época de incertidumbre: no todo el mundo aceptó que, de repente, los mitos se hubieran convertido en carne. Porque los dioses habían adquirido forma humana, aunque su poder siguiera siendo el mismo. Los que estaban reticentes a creer se vieron convencidos cuando nuestro señor Odín atravesó una montaña con su lanza Gungnir. O cuando, en la lejana Grecia, Zeus desató toda una tormenta de rayos con solo un chasquido de sus dedos.

      Algunas exclamaciones de alegría, ojos que se abrían como platos, imaginando la escena. Por fin, aquello sí que interesaba a la audiencia infantil. Cómo no.

      —Es por ello que hemos de estar agradecidos. En lugar de rebelarnos, como algunos están haciendo a lo largo y ancho de nuestra amada Europa, intentando fragmentarla. —En este punto Enzo bajó un poco el tono… pero no iba a marcharse sin decir aquello—. Tenemos que sentirnos felices y orgullosos de nuestros gobernantes. De que los dioses accedieran a convivir con nosotros como tales, ofreciéndonos su poder para guiarnos por el buen camino. Dejándonos mantener nuestro calendario, nuestras costumbres, pero llevándonos de la mano a una nueva y brillante era. Con la política en su mano, nuestra razón puede despreocuparse de tales trivialidades y emplearse en la búsqueda del progreso. Nuestro siglo es el mayor ejemplo de este triunfo. Hemos empezado a dominar los cielos, las artes, ¡a convivir con seres feéricos que han cruzado los Senderos y que nos han traído el regalo de su Glamerye! Nada habría sido posible sin nuestros gobernantes. ¡No os olvidéis de eso, pequeños, oigáis lo que oigáis por ahí!

      Nuevas cabezas de adultos se movieron en su dirección. La plaza no estaba demasiado concurrida, por lo que su voz, como él esperaba, había alcanzado casi todos los rincones. El cuentacuentos captó sin dificultad miradas que lo atravesaban con ira. Los tiempos eran convulsos, no era quizás lo más adecuado soltar aquellas cosas en plena calle. Sin embargo, las inteligencias jóvenes no debían mantenerse en la oscuridad. Su tarea era la de aleccionar… no solo sobre el pasado, sino también sobre el difícil presente que estaban viviendo. Y explicar cómo debía ser el auténtico orden de las cosas.

      Decidió terminar la sesión por aquel día, sin más. No hubo mucha suerte con las monedas. La mayoría de los padres recogieron a sus hijos murmurando entre sí. Alguno trató de hablar con Enzo, pero este lo esquivó. Ya fuera una felicitación o una recriminación, su labor había concluido. Se marchó a casa, buscando, eso sí, las callejas mejor iluminadas. Los malditos rebeldes, los que proclamaban aquellas máximas liberales contra los dioses y la necesidad de un nuevo régimen, tenían ojos, oídos y matones por todas partes.

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       CAPÍTULO 1 Illustration

      Siempre que lo veía, Gus intentaba captar algo en sus ojos. No sabía bien el qué. Quizás esas metáforas que leía en los poemas que Viktor y quienes eran como Viktor escribían a todas horas: una llamarada repentina y artera, una risa agria ahogada en las pupilas. Lo había visto muchas veces representado así, en antiguos tapices y grabados. Como un zorro ladino, con un interminable repertorio de artimañas. Ahora, sin embargo, no se diferenciaba demasiado de cualquier otro caballero de la región. Un caballero bien arreglado, de maneras pulcras, con cartas guardadas bajo la manga como tantos otros.

      No, nunca era capaz de descifrar aquellos ojos; de sobrepasar la barrera de las buenas maneras y acercarse a su epicentro de astucia y engaño. Lo que veía (y era algo que le causaba una profunda desazón) era serenidad. Una tranquilidad casi se diría que agradable. Impropia, insultante en un tipo como aquel, un embaucador cuya lista de mentiras y engaños podría cubrir la superficie entera del Rin.

      Y entonces, como si los pensamientos de Gus se escaparan a través de la rendija de su ceño fruncido, Wilhelm Lake le miró y sonrió. Solo fue un instante, pero en aquel breve momento de burla volvió a ser Loki. El dios de las mil caras. Le regaló aquel vistazo condescendiente un segundo, como si quisiera compensarle por el esfuerzo vano. Viktor no se percató de ello, por lo visto. Tal vez estaba acostumbrado (lo había tratado más que él, después de todo), tal vez su mente en perenne actividad le impedía fijarse en aquellos detalles. Con el cabello rubio desgreñado, una erizada barba de varios días y los dedos manchados de tinta, era el contraste perfecto para aquel tipo perfumado y su levita púrpura, para aquel rostro anguloso bien afeitado y sus finas, blancas manos. Lake parecía fuera de lugar en aquella buhardilla desordenada, como una figura de porcelana que alguien hubiera dejado allí para recogerla en un rato.

      Si Viktor notaba aquella incoherencia, tampoco pareció darle importancia. O más bien, se percató Gus un instante después, le parecía divertida. Hizo una mueca, se olisqueó (quién sabía cuántos días llevaría sin darse un baño), luego aspiró el aire impregnado del penetrante olor a hojarasca fresca que emanaba de Lake. Todo con suma afectación. Sin abrir la boca, fingió que buscaba con afán un asiento para su visitante, removiendo la ropa tirada por el suelo y el montón de sábanas arremolinadas al pie de la cama. Un calcetín sucio alcanzó a Lake en el hombro. Al final sacó un taburete de debajo del escritorio y lo situó con displicencia frente a él, invitándole a sentarse con una leve reverencia. Gus sabía que tenía una pata coja.

      Lake lo miró y agradeció el gesto, con un movimiento de cabeza y una brillante sonrisa. Acto seguido se quitó el sombrero de copa y lo colocó con cuidado sobre el taburete.

      —Me alegro de ver que sigues gozando de buena salud, Viktor. —Lake permaneció de pie, apoyado en su bastón. La cabeza de zorro que adornaba el puño era una metáfora tan obvia que a Gus le parecía un insulto a la inteligencia—. Y de los placeres mundanos, además de los artísticos, por lo que veo. —Señaló con la punta del bastón la botella de vino que el trasgo había llevado aquella mañana, todavía intacta sobre la mesa.

      —¿No es una coincidencia deliciosa? —Viktor se apoyó en la mesa y tomó la botella como si la viera por primera vez—. Mi amigo ha traído este vino de la mejor cosecha justo cuando vienes a visitarnos. Después de tanto tiempo, está claro que nuestro reencuentro merece una celebración. No tengo copas para ofrecerte, pero coincidirás conmigo en que nuestra relación ya ha llegado al punto en que podemos compartir una botella sin necesidad de tales mediaciones.

      Durante un momento, Gus estuvo tentado de arrebatarle el vino a su compañero y bebérselo de un trago. O lanzarlo por la ventana. Lo que fuera con tal de evitar que aquel desgraciado plantara los morros en semejante maravilla. Pero no hizo falta: Lake declinó el ofrecimiento con un movimiento suave, una de aquellas maneras sibilinas.

      —Muy temprano para mí, gracias. Y ya sabes que me gusta reducir las formalidades. Como bien has dicho, creo que estamos más allá de ese punto. Podemos ir al grano, si te parece. ¿No quieres saber cuál es el trabajo que he venido a ofrecerte?

      Viktor se limitó a sonreír despacio, enfrascado en la contemplación de la etiqueta de la botella de vino como si fuera un manuscrito de vital importancia. Gus escudriñó su gesto, maldiciendo para sus adentros. Era uno de aquellos extraños momentos en los que su rostro permanecía críptico incluso para él. Había aprendido demasiado bien a bloquear sus sentimientos, a no dejar que se traspasaran al corazón de trasgo en su ojo cuando quería. Y aquello nunca era una buena señal. El Viktor sereno, impredecible, le gustaba menos que el airado. Podía cambiar de un estado de ánimo al contrario en cuestión de segundos.

      —Di una sola palabra, Viktor —gruñó el trasgo, resoplando—, y mando a este mamarracho por donde ha venido, rodando por las escaleras.

      —Oh. —Lake se volvió hacia él e hizo un mohín—. No vamos a pasar otra vez por eso, ¿verdad? Creía que nos profesábamos una cordial indiferencia.

      —Nuestra… sociedad de beneficio mutuo hace ya mucho tiempo que terminó, Wilhelm —intervino Viktor, despacio, sin levantar la mirada—. ¿Por qué habría de tener interés en retomarla? ¿Qué ganaría a cambio? Estoy bien aquí, ya ves. En paz. —Abarcó con un movimiento leve de la mano la estancia—. Con mis trabajillos,