Antología de Martín Lutero. Leopoldo Cervantes-Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131371
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como fórmulas, es necesario oponerlas a las grandes pretensiones del mundo que viene. Se proclama por todas partes que el mundo debe ser el de la justicia, el de la felicidad para todos (gracias a la tecnología), el de una justa aprehensión de la realidad… Yo creo que el cristiano reformado no puede rehusarse a estos “valores”: justicia, adelante; felicidad, tal vez; realismo, seguramente, pero entonces entendámonos ya. Seamos serios con el uso de esas palabras. No pretendamos que pudiera haber dos justicias diferentes según las clases o las situaciones. No pretendamos que la justicia es siempre lo que hace el gobierno o el partido o el tribunal. No sobreentendamos que esa justicia será alcanzada a través de un máximo de injusticia. No digamos que hay que romper bien los huevos para hacer una tortilla: hagámoslo, pero no hablemos de justicia, en ese momento las cosas estarán en su lugar y sabremos que el mundo en camino, construido por los hombres que a derecha o a izquierda se justifican así, no será y no podrá ser el mundo de la justicia, pues ¿de dónde les vendría, a los que aceptan tan cómodamente la injusticia para el vecino, el más mínimo sentido de lo que puede ser la justicia? Nos hace falta ser más exigentes y más rigurosos en el tema de los valores que el mundo en formación, bajo nuestros ojos, pretende llevar a cabo, ver con cuáles de esos valores pretende fundarse: ¡hay que ser más exigentes, más rigurosos que los hombres que están construyendo el nuevo mundo! “Ustedes hablan así, y que así sea, pero entonces nosotros, cristianos, exigimos que sean serios, ya que después de todo, tenemos aunque sea una pequeña idea de lo que es la justicia, la felicidad y la realidad. No fuimos nosotros quienes les sugerimos esas palabras, fueron ustedes quienes las escogieron. Y fíjense que esas palabras nos conciernen porque pertenecen a la Revelación de Dios. Son palabras que queman cuando se miente con ellas. Son palabras que explotan cuando se quiere meterlas en la fundación de un edificio que está a la inversa. Hay qué ver cómo explotan las palabras de libertad y de amor en tanto el mundo antiguo está muriendo”. El mundo que se construye, se pretende que sea realista, pero es sorprendente que parezca más irreal. Por un lado, se multiplican las doctrinas políticas y económicas, y se pretende aplicar esas doctrinas e informar a la sociedad sobre ellas; ese estilo renovado idealista es hoy en día impresionante e inquietante (¡Ya sea la doctrina de los nacionalistas, de la planificación, de la federación, del comunismo o del american way of life!). Por otro lado, se desborda hacia donde sea un optimismo admirable concerniente al hombre. El hombre capaz de retomar en sus manos el sentido de los tecnológicos, el hombre capaz de utilizar bien —y para el bien— los poderes desmesurados que detenta el Estado, providencia apta para arreglar todos los problemas, la planificación que salva la libertad, en tanto el hombre comunista no tendrá problemas personales, el hombre perfectamente adaptado a la sociedad tecnológica, por ese hecho, se ha convertido en un hombre libre… Todas esas fórmulas que se encuentran por los rincones de todos los países, me parecen de un prodigioso irrealismo. Hay un rechazo sistemático a ver de frente la realidad del hombre, del Estado y de la tecnología. Y de ahí se pretende construir un mundo realista. La Revelación nos dice un buen número de cosas concernientes al hombre y al Estado. Nuestra modesta contribución al mundo que viene, podría ser la de recordar la Revelación a todos, para de ahí poder fundar seriamente los valores que ella misma ha elegido. Y es ahí donde diríamos seriamente el sí a esta sociedad que se forma. Pero al mismo tiempo necesitamos decir no, no sin seriedad, pero tampoco no con menos pasión y agresividad. No a un mundo que quiere ser total. No a un mundo que quiere ser sagrado. Y aquí encontramos el mismo debate del siglo XVI, pues el mundo que se organiza bajo nuestros ojos, tiende a reproducir las características del mundo medieval, como la totalidad de lo sagrado. Nos encontramos frente a una sociedad que quiere verse íntegra, donde no hay ninguna distinción entre lo individual y lo colectivo, donde el dilema persona-sociedad se resuelve con la identificación: la persona no se realiza más que por y a través de la sociedad. Todo ello presuponiendo que la formación de las personas sea a la vista de su propia realidad. La fusión de la conciencia individual en el gran conjunto, el éxito de P. Teilhard de Chardin es precisamente la medida de la adhesión del hombre moderno e intelectual a esa totalidad; la realidad de base es la sociedad, es el grupo, el individuo ya no tiene existencia por él mismo, su única vocación es pertenecer a un grupo y expresarlo; su única virtud es ser útil al grupo, su única felicidad es estar perfectamente adaptado al grupo. Es la misma fórmula del clan prehistórico. Nos hace falta tener cuidado que esa totalidad que se construye frente a nuestros ojos, igual en la Unión Soviética que en Estados Unidos, es la negación misma de todo lo que fue evolución del hombre desde hace, digamos, cuatro mil años. Es ese difícil acceso a una conciencia individual, es ese difícil avance hacia la responsabilidad de un destino personal. Yo creo que los reformadores no se equivocaron cuando proclamaron que no hay fe cristiana sin lo anterior. Y creo, de manera recíproca, que el P. Teilhard exactamente formuló un anti-cristianismo (lo que además no sorprende, pues en su teoría, la encarnación de Jesucristo se volatilizó). Conozco bien los argumentos de nuestros intelectuales para demostrar que el hombre es perfectamente libre y perfectamente responsable de este mundo. Desde luego, yo no tendría la pretensión de criticar en dos líneas tantas autoridades tranquilizadoras, positivas y optimistas. Me parece que la realidad concreta se encarga de criticarlas. La molestia sería cuando percibimos que la crítica a ese tema era exacta pero también ya sería demasiado tarde, pues el mundo será lo que será y ya no podremos hacer nada al respecto. Al mismo tiempo que se hace total, el mundo se vuelve sacramental. Los objetos religiosos se multiplican alrededor de nosotros. Todos nos piden adoración. Para el hombre todo toma un valor tan eminente que ya nada se puede cuestionar. La nación es un valor absoluto. La tecnología es el bien absoluto. El Estado demanda que se le ame y se le adore. La productividad es la gran vía a la salvación. La independencia es una verdad indiscutible y, poco a poco, el american way of life y el comunismo demandan no una razonable estimación, sino la vocación en cuerpo y alma sin reservas y sin límites. Y toda esa gente bella reunida reclama al hombre los sacrificios que solo Dios puede pedir: todo su tiempo, todo su dinero, todo su trabajo, todo su amor y, por supuesto, el sacrificio de la vida es el menor de ellos, pues previamente se le ha pedido el sacrificio de su honor, de su dignidad, de su conciencia y de su libertad. Los primeros cristianos que rehusaban sacrificar bestias a los falsos dioses, así como los reformadores que rechazaban participar de la misa y de encender un cirio delante de estatuas, eran evidentemente hombres faltos de inteligencia, que no habían comprendido todo lo que se debe a la sociedad y a las creencias colectivas. Manifestaron una estrechez y una intransigencia absurdas. Ahora, nosotros tenemos una vista más larga, obediencia hacia la realidad, flexibilidad intelectual que nos hace aptos para participar en el gran sacrificio colectivo. Sobre todo, hemos aprendido que hay que darle al César lo que es del César y cuando el César nos demuestra que todo se encuentra en él… aún conservamos nuestro pequeño fuero interior. He ahí, me parece, el punto del verdadero compromiso, el del “No” radical a la sacralización del mundo que está formándose, a los ídolos sutiles que siempre se presentan con la evidencia de la verdad, la misma evidencia que hizo de aquel fruto, bello para mirar, agradable para comer, útil para tener inteligencia: ¡las tres características de nuestros ídolos! Por eso solo continuamos con la voluntad de fidelidad que los reformadores testificaron: la fidelidad al Único que no es un ídolo.

      (Traducción: Francisco Javier Domínguez Solano)

      PLANTEAMIENTOS GENERALES

      Martín Lutero

      Paul Tillich

      El momento crucial de la Reforma y de la historia de la Iglesia en general es la experiencia de un monje agustino en su celda monástica: Martín Lutero. Martín Lutero no se limitó a enseñar doctrinas diferentes; otros lo habían hecho antes que él, Wyclif, por ejemplo. Sin embargo, ninguno de los otros autores que habían protestado contra el sistema romano habían logrado transformarlo. El último que realizó una verdadera transformación que alteró la faz de la Tierra fue Martín Lutero. En ello radica su grandeza. No hay que medirla comparándola con el luteranismo, que es algo muy distinto. El luteranismo se ha relacionado a lo largo de la historia con la ortodoxia protestante, los movimientos políticos, el conservadorismo prusiano y otra cantidad de cosas. No obstante, Lutero es algo diferente. Es uno de los pocos grandes profetas de la Iglesia cristiana y su grandeza es apabullante a pesar de haberse visto limitada por