Alexandra
Me parece genial
Júlia
Et deixo cuca que he de posar les rentadores encara, he arribat fa res a casa i estic morta
Alexandra
Un abrazo enorme, ¿vale?
Júlia
Un altre per a tu
Inés y yo llegamos al restaurante frente al Mercat de l’Abaceria cruzando Travessera de Gràcia. Entramos. Estaba hasta los topes. El camarero nos trajo las cartas y pedimos la bebida. Yo quería una cerveza normal pero las birras convencionales no eran veganas, se ve que contenían productos lácteos o trituraban a los conejos y los echaban en polvo dentro de las latas, yo qué sé. Acabé bebiendo una cerveza artesanal de piña. Era lo más apetecible que tenían.
No tengo nada en contra de los veganos y su lucha me parece muy loable y digna, el problema es que siempre que voy a comer con amigos —no iría nunca por propia voluntad a que me sablearan— me quedo con hambre.
Cuando sé que voy a ir a comer a uno de estos sitios tan bonitos, modernos e insustanciales empiezan a rugirme las tripas. Estos sí que hacen pasar hambre y no los comunistas, joder.
No es el animalismo lo que me molesta sino que la quinoa, el tofu y las plantas no me llenan. Nada más. Esto no es político, es gastronómico. Ya lo aviso, que luego no quiero malos rollos. Suficiente tengo con la loca sociópata de Júlia, que además de querer chuparme la sangre también me odia profundamente, porque no me he sometido a su voluntad.
Poco más pasó aquel día. Llegué a casa reventada. Era casi de noche y la cabeza me daba mil vueltas. Solo podía pensar en Júlia. Me puse a ojear sus redes sociales. Descubrí que salía en otro medio catalán de mala muerte peleándose con más señoros que la trataban como una mierda solo por ser mujer y joven. Pillé el portátil y me tumbé en la cama. Júlia estaba guapísima con sus ojos azules, los labios rojos y su melenaza rubia. El rato que estuve leyéndola solo se dedicaba a criticar condescendientemente a esos periodistas rancios que olían a naftalina y les decía lo machistas que eran.
Su actitud prepotente, clasista y de guerrera vikinga me ponía muchísimo. Me podría haber masturbado —estaba muy mojada— pero aún era demasiado mojigata para pensar que el amor era sexo sucio y deseo carnal. Hice una foto de uno de los artículos de Júlia y se lo mandé. No tardó en contestar.
Júlia
Al final serà veritat que ets fan meva
Tardé varios segundos en saber qué responderle.
Alexandra
Eso y más
Sonreí pícara mirando la pantalla del móvil.
Júlia
Ha estat un molt bon dia, descansa molt…
Alexandra
Això faré, Júlia…
Júlia
Bona nit cuqui
Alexandra
Descansa
Al principio las únicas ganas que tenía de matarla era a polvos o a besos. Mejor las dos cosas juntas a la vez, para que nos vamos a engañar. No soy una Don Juan, ni tampoco el baboso de Ted Mosby. Como mucho me podéis llamar Safo, y ni eso. Soy Alexandra, una tía que quiere a rabiar a la mujer que más daño y rota me ha dejado nunca. También os digo que prefiero que me haya machacado el corazón a no haberla conocido jamás.
A partir de aquel día mi edredón no dejó de oler a coño por las noches.
II
Júlia era coja, estúpida y muy manipuladora, con un culazo y unas tetas que flipas y una cara de zorra que no podía disimular. No tenía nada de especial, no sé qué vi en ella pero me gustaba demasiado y, desgraciadamente —o no, porque de no ser por su puta crueldad yo no estaría borracha escribiendo esto— lo sigue haciendo.
Los días pasaban, ella me hablaba, yo le hablaba, todo era bonito y no había ningún problema. Sí, ya sé qué me vais a decir ¿qué pasó? Si todo iba bien ¿qué nos hizo naufragar? ¿Cómo fue que la muy perra me rompiera el corazón?
Bueno, es fácil. La tía es una sociópata, una narcisista incapaz de sentir empatía. Vamos, que te quiere como un crío de cinco años; los niños, cuando son tan pequeños, de tanto que les gustan las cosas y como no se saben controlar las acaban rompiendo; pues eso era Júlia. Una puta loca.
Ya sé que lo nuestro es imposible por mucho que yo la quiera y ella me busque. Lo más jodido de todo es que me sigue hablando. No sabéis lo duro que es despertarse y ver algún mensaje suyo pero, coño, no quiero que me siga destruyendo. No lo podría soportar. Sigo sintiendo el dolor de cuando me dejó la otra vez. Bueno, eso de que me dejó… pasó de mí una temporada y volvió a hablarme echándome cosas en cara, cuando yo casi le pido que se casara conmigo.
Soy una gilipollas y en realidad me merezco todo esto.
Recuerdo la noche en la que me lo jugué todo a una sola carta. No podía ni mirar el móvil sabiendo que me había rechazado —sin tan siquiera leer su puto mensaje— pero lo presentía. Me había declarado a ella y en el fondo sabía que lo iba a dinamitar todo porque Júlia era la indefinición en persona.
Nunca me sentí tan vulnerable y rota como aquella noche. Lloré, lloré y lloré como una niña pequeña y sin saber qué hacer. Júlia se había ido y yo no podía concebir la vida sin ella; ya sé que el rollo del amor romántico es una mierda y sirve de coartada al patriarcado para someter a las mujeres y todo lo demás pero, joder, yo quería y sigo queriendo a Júlia como una parte de mí.
Yo respeto mucho a Albert Camus pero eso de que la existencia es absurda no me acaba de gustar; sí, todo es una mierda y el puto ser humano es como Sísifo, cargando con su vida subiendo una montaña para perderla tontamente al otro lado. Sé que eso no es libertad, es sometimiento, que así no se puede ser feliz y que todo es angustia y sufrimiento menos cuando llega arriba y suelta la piedra. Y luego la vuelve a coger de nuevo, repitiendo lo mismo eternamente. Una puta crueldad.
Camus, pillo de lo que va tu jodida metáfora con el mito griego pero me aburre, tío, yo quiero vivir para algo y vivir para alguien. Cuanto más sienta, más viva y más quiera, más feliz seré. La vida puede tener el sentido que le queramos dar, pero hay algo que permanece a pesar de todas las historias trágicas y absurdas que nos montamos.
Todos queremos querer y que nos quieran, dejar nuestra pequeña huella en el mundo. Camus, colega, te puede parecer absurdo pero es cierto, esa es la puta piedra que de verdad vamos a cargar siempre.
Aquellos días hablábamos de muchas cosas, desde lo mucho que le costaba poner lavadoras hasta de las ganas que tenía de volver a verme. Yo decía poco y escuchaba mucho, me encontraba en arenas movedizas y temía sentirme locamente atraída hacia ella, cegada por la pasión, por sus encantos, por aquellos ojos suyos que me incendiaban. Vivía en perpetuo malestar porque yo tenía una pareja que no se merecía aquello pero era incapaz de evitarlo, afrontar la situación y admitirla.
No entendía nada de lo que estaba pasando. Un día me llegó un mensaje suyo a las tantas de la noche.
Júlia
No estic gaire bé amb el David
David era el pardillo que tenía por novio. Pagaba las facturas y cambiaba las sábanas de la cama en la que los amantes se corrían sobre Júlia, esa misma cama en la que dormía con él. Yo pensaba que él consentía todo aquel circo, que era uno de esos tíos a los que les va ser un cornudo y que su mujer se pase por la piedra a media Barcelona. En realidad el pobre señor no sabía nada y era feliz amansando a las fieras de un colegio como profesor de educación física.
Siempre he pensado que, en general, los profesores de deporte son unos bastardos. Tuve uno que de pequeña me llamaba gorda y me obligaba