La hazaña secreta. Ismael Grasa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ismael Grasa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417866990
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agote en esas necesidades. De eso tratan también los poetas, salvo cuando se ponen al servicio de un tirano. El hombre es un animal que necesita un jardín. También un pan, pero no sirve como definición suya decir que es un ser que necesita un pan. A lo que me refiero es que el deseo de justicia del verdadero poeta no pierde de vista ese jardín –ese deseo de contemplar el mundo, de buscar la verdad por la verdad–. Esforzarse por la justicia es necesario, pero a sabiendas de que es un impulso dirigido, en última instancia, a que a nadie le falte lo innecesario.

      Hoy copio unos versos de Sol Acín, una poeta de la que se puede decir que es, propiamente, una poeta con jardín. Ese jardín aparece a menudo en sus versos. Los de hoy vuelven al asunto de la eternidad del presente que el amor permite descubrir. Es el final del poema “Canto a la muerte”:

      Canto a mi calavera

      y perfumo el silencio que ha de entrarme,

      con mi tierra, en mis huesos.

      Oh mi cuerpo, te quiero.

      Te desharás en mí

      pero habremos cuajado para siempre.

      No podremos saber por qué, de dónde,

      pero en la vida nuestra,

      en la vida, en la vida,

      se nos dará ya todo.

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      En cierto modo, las cosas son sencillas, y la verdadera inteligencia es una complejidad que no pierde de vista esa sencillez. Las cosas son más o menos así: existe el bien

      y existe el mal; y el mal está por todas partes, lo mismo que el bien. Todo buen poema, por otro lado, es naturalmente triste, en la misma medida que nos confirma en nuestro modo propio de alegría y de felicidad.

      Los poetas, de los que estos días vengo tratando, vienen a decir, en su particular formulación de la física, que solo el amor vence al tiempo. Escribió algo parecido Virgilio y se ha ido repitiendo hasta hoy. Alguien podría preguntar: ¿y cómo lo saben? Los poetas responden: quien ha amado lo sabe.

      Una civilización es un progreso en nuestra manera de amar, en nuestra calidad del amor. No es lo mismo vivir de una manera que de otra, por más que a todos nos dediquen en el funeral unas palabras dirigidas a la eternidad. Quizá nuestras vidas tengan sentido en la medida en que contribuimos a ese abrirse paso del amor, a ese progreso, pero también es verdad que el amor es algo gratuito, tiene sentido en sí mismo, no se puede sumar. El amor no es un proyecto colectivo, algo que pueda triunfar o fracasar en su conjunto. Quien piensa eso ya ha fracasado. No es similar al proyecto de triunfo de la razón de los ilustrados. Lo que quiero traer aquí es la idea antiguamente expresada de que cada acto de amor vale por sí mismo, al margen de que contribuya o no a una tarea histórica o común. Por eso el amor no fracasa, por más que la humanidad tomase una deriva hacia la brutalidad, la violencia y la fealdad, y por más que esto nos entristezca.

      Por eso también los poetas se mueven siempre entre paradojas. Amar es querer salir de la ignorancia y, sí, tiene que ver con los libros, los laboratorios y las universidades. Amar es ponerse de pie delante de otras personas y hablar con valor. Amar es no mostrar tolerancia con el intolerante, y es algo vinculado a la ley. Amar es leer un poema escrito por un hombre en el funeral de un hombre.

      El fragmento de poema que copio es de Philip Larkin. Habla de una antigua tumba de piedra en la que el escultor dejó el gesto de las manos unidas del hombre y la mujer que están enterrados. El poeta reflexiona sobre el hecho de que quizá aquellos antiguos nobles pensaran que fuese su escudo familiar, también tallado en la piedra, lo que perdurase en el tiempo, en lugar de la posición de sus manos. Fue algo seguramente no previsto, un capricho del artista. Y, sin embargo, olvidado el significado de aquella heráldica, son esas manos entrelazadas lo que no deja de traer visitantes a ese lugar:

      The stone fidelity

      They hardly meant has come to

      be Their final blazon, and to prove

      Our almost-instinct almost true:

      What will survive of us is love.

      Según la traducción que manejo:

      Esta fidelidad en piedra

      que nunca pretendieron ha resultado

      su blasón final, y demostrado

      que nuestro casi instinto es casi cierto:

      lo que sobrevivirá de nosotros es el amor.

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      Los versos que he elegido hoy están dedicados a la duda, y quizá puedan parecer un poco cursis o pasados de moda. Bien pensado, también quiero que traten sobre eso, sobre la necesidad que a veces tenemos de no rehuir lo cursi. Es de Fernando Pessoa aquello de que todas las cartas de amor son necesariamente ridículas, pero más ridículo es quien nunca ha escrito una.

      Los filósofos hablan siempre de la duda. Una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida, vino a decir Sócrates. Dos cosas mueven a filosofar, decía Aristóteles: el asombro y la duda. Todo esto es cierto y es bello explicarlo en las aulas a lo largo de los siglos y de las generaciones. Pero también es cierto que tan característica como la duda del hombre es su certeza, y quizá más aún esta, en cuanto que la duda no es más que una maniobra orientada, subordinada, a cierta clase de, ¿cómo llamarlo?, confianza. Por eso, si bien le debemos muchas cosas valiosas a Descartes y a los escépticos, en cierto sentido no deja de parecernos un poco ridícula –un ridículo verdadero, no como el de quien escribe una carta de amor– su duda absoluta, su extremo de quedarse a solas con su consciencia. La duda puede ser una manifestación de honestidad, pero sería inexacto afirmar que a la honestidad se llega dudando. Cuando los escépticos cartesianos ponen la idea de bien en suspenso, mientras van llegando a ella deductivamente, ¿no han cometido ya alguna clase de falta o de inhumanidad? Es como querer demostrar la existencia de un jarrón después de haberlo roto. Y ese bien está relacionado igualmente con lo que llamamos sentido del humor.

      ¿No debemos estar con quienes consideran que el solipsismo completo, ese instante, ese paréntesis en que el filósofo pone en duda todo y a todos, salvo su propio pensamiento, no es un tipo de dogmatismo, en cuanto que se ha apartado de aquel sentido del humor, así como de los amigos? Fue también Descartes quien se sirvió de la expresión moral provisional. ¿Es preciso insistir en el contrasentido de este sintagma? Por nuestra parte, diríamos que no estamos dispuestos a poner en suspenso lo que nos une a los otros, por más que fuese durante un segundo, un pequeñísimo paso en las deducciones, un breve soltarse las manos.

      Los versos que copio son de un poeta romántico, Bécquer. El ejemplar de sus rimas que guardo en la biblioteca tiene un estampado de flores en las guardas y la dedicatoria de un anterior dueño. En la rima octava dice el poeta:

      En el mar de la duda en que bogo

      ni aun sé lo que creo;

      ¡sin embargo, estas ansias me dicen

      que llevo algo

      divino aquí dentro!...

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      Acabo por ahora con este asunto de los poetas y su medida del tiempo. Contra la idea platónica de que hay un bien absoluto, un bien en sí, otros pensadores sostuvieron que cada cosa tiene como bien el fin que es acorde a su naturaleza. Por eso tan inapropiado es pensar que un dios envidiase la felicidad humana, como que un hombre anhelase la vida de un dios. La conclusión quizá sea que cada cosa es grande siendo lo que es, o siendo hombres nosotros. En este sentido, no es mayor una divinidad que un peral.

      La alegría del hombre, como se suele explicar, es paradójica: haciéndose uno merecedor de ella a veces se encuentra; forzando su encuentro, nos rehúye. Sabemos, por otra parte, que nunca se cumple del todo la justicia en este mundo, y comprendiendo esto nos hacemos precisamente dignos de la felicidad, y es además cuando mejor dispuestos estamos para esforzarnos