—Mirad a vuestro alrededor, chicos. Es por esto por lo que jugamos. Es por esto por lo que somos jugadores de los Texas Longhorns. Noventa mil seguidores han venido a vernos. Millones nos están viendo por la televisión nacional. Vamos a ganar este partido e iremos directos al campeonato nacional. Todo se acabará si perdemos. No sé vosotros, pero yo no he venido hasta Dallas para perder ante semejante panda de gilipollas de Oklahoma. Pero no vamos a perder. Una jugada. Un touchdown. Y ganamos. Ahora aguantad el tirón y ¡dadles una buena a esos de Oklahoma!
Extendió el puño. Luego, los diez jugadores restantes pusieron la mano sobre él.
—¡Uno, dos, hard! ¿Preparados? ¡A por ellos!
Rompieron el huddle y corrieron a la línea de scrimmage. Los linieros ofensivos se pusieron en formación para bloquear el pase. Comenzó la jugada cuando pusieron el balón en juego. William permaneció detrás de la formación shotgun, flanqueado por Ernie, a su izquierda. Miró a los pies del linebacker del lado débil, tenía el pie izquierdo adelantado, por lo que supo que se disponía a realizar un blitz. William hizo señas a Ernie para que se colocara a su derecha. Después se concentró en el jugador medio de la defensa; se acercó lo más que pudo al center de su equipo y le dio una torta en el trasero.
—¡El Mike está en la de cincuenta y cinco!
Los linieros ofensivos tenían que encargarse del middle linebacker —que en la jerga del fútbol americano se llamaba Mike—. Si no, los ciento veinte kilos del Mike se estrellarían contra ellos y todo se acabaría para William antes de que pudiera siquiera jugar. Fin del partido.
—¡El Mike está en la de cincuenta y cinco!
El center les gritó la jugada defensiva a cada uno de los linieros.
—¡Fuera! ¡Fuera!
William retrocedió su posición cinco yardas, detrás del center. Cuz se abrió hacia la izquierda. D-Quan se dirigió hacia el hueco que se creó al lado de Cowboy y Outlaw se abrió mucho a la derecha. Estudió la línea de defensa secundaria. ¿Quién cubriría a D-Quan? Gritó una señal:
—¡Omaha!
Eso significaba que iban a poner en juego la estrategia que hablaron mientras estaban en el huddle.
—¡Preparados!
Cuz dio un paso atrás y se puso en movimiento a través de la formación ofensiva. El strong safety corrió en paralelo por la formación defensiva, lo que significaba que el linebacker del lado fuerte seguiría a Cowboy en su escuadra. El cornerback se acercó a D-Quan, dejando libre toda la línea lateral. La defensa cubriría hombre a hombre y el free safety ayudaría arriba. El free safety avanzó hacia el lateral para cubrir profundo, pero cuando Cowboy cruzara su escuadra por delante de él, lo distraería. Con el partido transcurriendo de una manera tan frenética, un único segundo de distracción era todo lo que William necesitaba.
—¡Verde dieciocho, verde dieciocho! ¡Cuarenta y tres! ¡Hut, hut!
El centro le pasó el balón directamente. Los receptores rompieron la línea de scrimmage como corredores olímpicos. Los linieros ofensivos hincaron sus botas en el césped, gruñendo como jabalíes salvajes y mantuvieron a raya la línea defensiva, paralizándola. El Mike se distanció hacia atrás, haciendo cobertura. El linebacker del lado débil hizo un blitz, pero Ernie le bloqueó por debajo de las piernas, provocando que diera una voltereta por los aires. William se acercó como un rayo y dribló a la defensa sin saber lo que estaba haciendo y sin saber siquiera lo que haría después. Su intención era que la segunda línea de defensa mordiera el anzuelo y los atrajera hasta el lateral, donde él se encontraba, dándole tiempo de este modo a D-Quan a hacer su jugada en la otra parte del campo.
Aunque su receptor favorito no se fuera a graduar en la fraternidad Phi Beta Kappa (de hecho, ni siquiera terminaría la universidad), era un jugador de fútbol americano buenísimo.
William no quería ni mirar donde estaba D-Quan por si el free safety le seguía la mirada para ver dónde iba a mandar el balón. Sin embargo, sabía que D-Quan acababa de llegar a la línea de cuarenta yardas, el lugar donde todos los pases en la zona baja de juego eran interceptados. Lo imaginaba preparado para recibir el pase: corriendo en el sitio y girando el tronco hacia el quarterback, esperando el balón (y rezando) para que el cornerback saltara mientras corría por su trayectoria y después lo acompañara, girándose y abriéndose por el lateral, golpeándole a máxima velocidad en la línea de veinticuatro yardas y alzándose por encima del campo como un cohete que sale de la órbita terrestre hacia el espacio. William sabía que D-Quan había dejado al corner solo en el momento en el que el free safety se detuvo como una roca, encogiendo la cabeza intentando interceptar el sprint de D-Quan en la línea de cincuenta y cuatro yardas: la línea de gol. Pero se equivocaba. William no iba a lanzar hacia la línea de cincuenta y cuatro, iba a lanzar a la línea de sesenta y cuatro yardas: al poste del corner de atrás de la zona de anotación.
Un campo de fútbol americano mide ciento veinte yardas de largo, incluidas las dos zonas finales, de cincuenta y tres yardas y un tercio de ancho. La línea de scrimmage estaba en ese momento en la línea de cuarenta y seis yardas en la parte del campo de Texas. William acababa de entrar en el lateral derecho de ese mismo punto; D-Quan corría por el lateral izquierdo. Un pase desde la posición de William por todo el campo hasta el poste trasero en la zona de anotación de su equipo tendría que recorrer ochenta y tres yardas del campo por los aires. Un balón de fútbol americano tiene la forma de un esferoide de veintiocho centímetros de longitud y cincuenta y seis centímetros de radio de circunferencia en su parte central, y pesa alrededor de medio kilo. Pero no era como lanzar una piedra de medio kilo. Está diseñado para volar en espiral cuando se lanza, a aproximadamente seiscientas revoluciones por minuto, por lo que el aire reduce sus propiedades aerodinámicas: así, los lanzamientos varían en velocidad, precisión y en el punto que alcanzan según el tipo de tiro. Para realizar un lanzamiento preciso de ochenta y tres yardas, se debe lanzar con un ángulo de justo cuarenta y cinco grados del suelo y con una velocidad exacta de cien kilómetros por hora. Puede que solo hubiera tres quarterbacks en el país —tanto en la liga profesional como en la liga universitaria— que pudiesen lograr un tiro así, y tan solo uno de ellos se estaba jugando en ese momento la liga. William Tucker hincó el pie derecho, agarró el cuero con la mano derecha y, con un fluido movimiento fuerte, elevó el balón hasta su oreja derecha, dio un paso atrás con el pie izquierdo, giró el tronco y lanzó el balón con un movimiento de manual. El balón salió de su mano, limpio, y supo al instante que había logrado un tiro impecable. Voló en espiral haciendo un arco perfecto, alzándose por el cielo azul hasta parecer que planeara sobre el estadio. La grada enmudeció: parecía que los noventa mil seguidores habían contenido el aliento al unísono… William bajó la mirada hacia el césped… D-Quan cruzaba las líneas de cinco yardas de separación con sus largas piernas… el free safety miró al balón… y se dio cuenta de su error… viendo como D-Quan volaba hacia la zona de anotación… y extendía los brazos… justo donde cayó el balón.
Touchdown.
* * *
Todos los seguidores de los Texas Longhorns del estadio saltaron de alegría, vociferando, gritando y derramando la cerveza delante de sus pantallas Vizios de diecisiete pulgadas con vicarios sentimientos de victoria.
En Oklahoma, sus seguidores caían al suelo, llorando como bebés y gimiendo por la amarga agonía de la derrota. Vivían y morían por su equipo, ganaran o perdieran. Así se vive el fútbol americano en Estados Unidos. No existe nada más en el mundo. Los jugadores, entrenadores, animadoras y todos los estudiantes de la Universidad de Texas se abalanzaron al campo, rodearon a William Tucker y sus compañeros, ovacionando y vitoreando