—¿Otro campamento?
—Un campamento para los mejores quarterbacks. Los traen de todos los rincones del país, invitan a cincuenta o sesenta chicos de cada campamento. Puede que un chico de cada campamento vaya a la fase final del Elite Eleven, que dura cinco días en la sede de Nike. Lo suelen llamar «The Opening».
—¿Cuánto cuesta todo eso?
—Miles de dólares. Decenas de miles.
—Eso es mucho dinero.
—Acaban ganando millones con su contrato.
—¿Qué más?
—Tienes que ponerle un programa de entrenamiento con un entrenador profesional. Que esculpa su cuerpo. Los quarterbacks de hoy en día están petados. ¿Alguna vez has visto cómo estudian a los jugadores durante la exhibición de la NFL Scouting Combine? Los tratan como si fuera un mercado de la carne, de pie en lo alto de una tarima, desnudos, en ropa interior, para que los dueños de los equipos y los entrenadores puedan verles el físico.
—No, nunca lo he visto. Ni quiero hacerlo.
Sam rio.
—Es un poco extraño, los dueños blancos de los equipos y los entrenadores miran con cautela a estudiantes enormes negros de la misma forma en que los dueños de las plantaciones miraban a los esclavos negros cuando los vendían en los muelles de Galveston. Una vez vi un programa en la tele por cable sobre esclavitud, me impactó mucho. Pero la diferencia es que esos chicos negros van a ganar millones de dólares y no a recoger algodón. De cualquier forma, puedo darte los nombres de algunos entrenadores en Houston. Y también de algún entrenador para su velocidad, como Michael Johnson, en Dallas. Medalla de oro olímpico, entrena a promesas y a jugadores profesionales para que den un paso más a la Scouting Combine. Hace que mejoren sus tiempos en carrera de cuarenta yardas, pasan de hacerlo en cuatro segundos con cinco a hacerlo en cuatro segundos con cuatro. Un paso más rápido puede marcar la diferencia entre jugar en la NFL y trabajar en Walmart.
—¿Cuánto costaría eso?
—Nada que un abogado famoso no se pueda permitir.
—¿Qué más?
—Un nutricionista. Los chicos se hartan de comida rápida, ganan grasa en lugar de músculos. Necesita tener una dieta estricta.
—¿Con catorce años?
—Tendría que haberla empezado con doce.
—Colegio público, un campamento para quarterbacks, entrenador personal…
—Y torneos de siete contra siete.
—¿Qué son?
—Torneos de pases. Un QB y seis receptores contra siete linebackers. Cada verano los hacen.
—¿Qué hay de las vacaciones familiares?
—Vais de vacaciones a donde se celebren los torneos. —Sam dio una calada al puro y exhaló—. Mira, Frank, si quieres que William llegue a la NFL, el viaje empieza ahora. Y su familia tiene que acompañarlo, dedicar sus vidas para lograr su meta.
—¿Por qué?
—Porque los otros William Tucker que hay ahí fuera, tienen a sus familias a su lado. Es lo que hay hoy en día.
—¿Hay más como él ahí fuera?
—No, aunque sus padres creen que sí.
—¿Por qué lo creen?
—Por fama y fortuna. Hay treinta y dos equipos en la NFL. Treinta y dos quarterbacks titulares. Y ganan de media cinco millones. Y cuando William llegue a ser el número uno, ganará veinte millones. Al año. Te lo garantizo.
—Pero tiene que tener una buena educación, puede que en una escuela de la Ivy League, después…
—¿Ivy League? —dijo Sam entre risas—. Joder, Frank, la mayoría de los equipos de institutos de Texas podrían darle una paliza al equipo de fútbol americano de Harvard. Olvídate de la Ivy League, Frank. William tiene que ir a una gran universidad de primera división.
—… a la facultad de Medicina, o a la de Derecho.
—¿Y ser abogado, como su padre?
—Quizá.
—¿Cuándo piensas jubilarte, Frank? ¿A los sesenta y cinco?
—Depende de lo que se gaste mi mujer de ahora en adelante.
—Los quarterbacks se retiran a los treinta y cinco. ¿Ves las Olimpiadas?
Frank asintió.
—Todos esos atletas que ves tienen dieciséis, diecisiete o dieciocho años. Llevan viviendo en residencias para deportistas desde que tenían diez, para que vivan cerca de sus entrenadores; para que entrenen cada día y llegar a su único objetivo: la gloria. Tienen una oportunidad para la fama y la fortuna; una oportunidad en la vida. El deporte hoy en día es más joven que nunca. Solo tienes diez años para conseguirlo. Entras en este juego a los veintidós, y sales a los treinta y dos. Si juegas bien, podrás vivir bajo un colchón repleto de billetes. Tendrás la vida solucionada.
—¿Todo es por el dinero?
—Todo es para que William haga lo que está destinado a hacer desde que nació. Jugar al fútbol americano.
Frank miraba cómo su hijo jugaba. ¿Eso era para lo que William había nacido?
—¿Alguna vez te has equivocado, Sam? ¿Con algún chico?
—Claro. Una vez, con un chico, Montana. Delgaducho, lento, no podía lanzar el balón más de cincuenta yardas. No lo habrían seleccionado para el equipo del instituto. Pero le recorría sangre fría por las venas. Ganó el campeonato nacional con el equipo de Notre Dame y cuatro Super Bowls.
—Me refería al caso contrario. Un chico que creías que iba a conseguirlo, y que no lo hiciera.
Sam asintió con la cabeza.
—Muchas veces. Nunca estás del todo seguro del potencial de un chico. De sus agallas y su corazón. No sabes si soportarán la presión y lo lograrán o si fracasarán. Y siempre está el factor de las lesiones. Tan solo una lesión puede hacer que una prometedora carrera se evapore.
—¿Qué pasa si te equivocas con William? ¿Quieres que lo deje todo, su gran educación en la Academia y su futuro en la Ivy League por el fútbol? ¿Qué pasa si no lo consigue?
—Tiene un plan B.
—¿Qué plan B?
—Un papi rico. Puede volver a la universidad, quizá en la facultad de Derecho. No te preocupes por William. Los que me quitan a mí el sueño son los niños negros que no tienen un plan B. El fútbol es lo único que puede sacarles del barrio. Es un todo o nada. Muchos de ellos terminan sin nada. —Sam se dio la vuelta y miró al campo—. Pero no me equivoco con William.
—Así que, ¿se supone que tengo que tomar la decisión más importante de la vida de mi hijo tan solo basándome en tu opinión?
Sam levantó las manos a modo de rendición.
—Yo no soy su padre, solo soy un ojeador.
Sam se rio entre dientes, dio una larga calada al puro y soltó una nube de humo.
—Frank, cuando eras niño, ¿soñabas con ser deportista profesional? Estoy seguro, joder, que no soñabas con ser abogado.