Orígenes y desarrollo del fútbol en el Uruguay. Juan Carlos Luzuriaga. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Carlos Luzuriaga
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789974877108
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del país.

      El tango surgió como una danza popular que se bailaba en los mismos lugares que las otras danzas de moda: las academias montevideanas, donde había mujeres que alternaban, y las casas de baile corraleras en Buenos Aires. Imperceptiblemente, desde 1870 se le agregaron organitos y acordeones, eco de los inmigrantes italianos que inundaban ambas riberas del Plata. En Montevideo comenzó a extenderse en el Cordón, Palermo, la Aguada y el Bajo.

      El espacio geográfico: una ciudad en expansión

      Hacia 1860 Montevideo presentaba varios núcleos urbanos. Uno era el casco viejo de la ciudad colonial, con sus dos barrios cercanos, el Cordón y la Aguada. Más lejos estaban el Paso del Molino, el Cerro y la villa de la Unión. En las tres últimas décadas del siglo, el incremento de la población se vio naturalmente acompañado por la oferta de solares para vivienda. Diferentes empresas dedicadas a la inmobiliaria y a la especulación llevaron adelante ese proceso creando pueblos o barrios que hoy forman parte de la red urbana. Se fue conformando así una ciudad extendida de baja densidad de población.

      En 1868 se crearon los pueblos de Atahualpa, Nuevo París, Tres Cruces y Colón. En 1871 la Sociedad La Comercial estableció el barrio del mismo nombre. En 1873 un brote de fiebre amarilla estimuló el deseo de alejarse del centro de la ciudad, y así se poblaron el Reducto y Bella Vista. Ese mismo año se fundó el pueblo de Sayago. En 1875 la zona de Maroñas, luego de varios fraccionamientos, adquirió el carácter de pueblo. En 1879 comenzó a construirse en las proximidades de la costa este del departamento, sobre las actuales avenidas Luis Alberto de Herrera y Fructuoso Rivera, y también en los alrededores de la playa de los Pocitos. En 1892 el empresario Francisco Piria remató los solares de Belvedere. En 1895 le tocó al barrio denominado Jacinto Vera.

      La expansión urbana debía complementarse con la locomoción. En 1868 se instaló la primera línea de tranvías de tracción animal —normalmente un caballo guía y dos de remolque—, que hacía el trayecto hasta la Unión. Al año siguiente comenzó a funcionar una línea que unía el Centro, desde 18 de Julio y Andes, con el Paso del Molino. Una tercera línea salía frente a la Aduana e iba hasta la playa Ramírez. En 1873 el tranvía llegó al Reducto, Atahualpa y Paso de las Duranas. Desde 1875 circuló el Tranvía Oriental, que tenía una línea desde el Mercado del Puerto hasta la actual zona del Buceo y otra que recorría el camino Goes, hoy avenida General Flores.

      A fines del siglo XIX comenzó un proceso de concentración de las líneas tranviarias para facilitar la electrificación, que se concretó entre 1906 y 1907. A principios del nuevo siglo, las diferentes empresas de transporte urbano contaban con 542 vagones, recorrían 186 kilómetros de vías y ocupaban 1300 empleados. En 1905 se formó con capitales británicos la United Electric Tramways of Montevideo Limited, registrada en Uruguay como Sociedad Comercial de Montevideo, que agrupaba los Tranvías del Este, de los Pocitos, Reducto, de la Unión y Maroñas. Sus coches estaban pintados primordialmente de rojo. Con capitales alemanes se formó en el mismo año La Transatlántica, que reunió las líneas al Paso del Molino y Cerro, así como el Tranvía Oriental. Para esos años se habían duplicado los sesenta viajes anuales promedio de 1890.

      Mientras tanto, el parque automotor se incrementaba de forma significativa. Los automóviles eran unos cincuenta en 1905 y unos mil tan solo cinco años después.

      Hacia 1910 La Transatlántica, que distinguía sus vehículos con el color verde, contaba con 120 kilómetros de rieles y tres estaciones de tranvías, mientras la empresa británica sumaba 132 kilómetros, cuatro estaciones barriales y la Gran Estación Central, que ocupaba una manzana entre las actuales calles Daniel Muñoz, Eduardo Víctor Haedo, Martín C. Martínez y Joaquín Requena. Del volumen de la compañía dan cuenta sus más de 250 coches y sus 1250 empleados, entre personal de plataforma, mecánicos, operarios de las usinas eléctricas y oficinistas.

      Montevideo era entre 1890 y 1915 una ciudad en expansión, donde los escenarios físicos y humanos se construían y reconstruían mutuamente. Las voces y los acentos, los idiomas y sus giros en la vida cotidiana señalaban la diversidad de origen de los vecinos. La relación de los individuos y sus familias se producía en una sucesión de cambios, nuevos domicilios, nuevos vecinos, y la identidad se elaboraba en la confluencia de inmigrantes y criollos. Era una sociedad en la que —signo de los tiempos pasados y todavía presentes para muchos— no era excepcional transitar discretamente portando un arma blanca o de fuego.

      Para un habitante del Uruguay al comenzar la última década del siglo XIX, la realidad se mostraba promisoria a simple vista, con logros que la separaban de un pasado relativamente reciente.

      El accionar de las empresas tranviarias incidió en la urbanización de la ciudad no solo porque facilitó el transporte de sus habitantes de un extremo al otro, sino también por la directa inversión en lo que se podrían denominar industrias recreativas.

      Siguiendo las tendencias europeas, algunas empresas extendieron sus líneas a los lugares de baños de la costa y promovieron la zona a la categoría de estación balnearia. La Sociedad Comercial de Montevideo tendió las vías a Pocitos, donde construyó especialmente un hotel junto a un muelle para permitir el paseo sobre la arena. La importancia del negocio que llevaba adelante se manifiesta en el hecho de que en 1910 realizó importantes mejoras en el Hotel de los Pocitos, mientras en la playa misma contaba con 85 carritos para el servicio de baño de señoras y 100 para el de hombres. También tenía casillas y carritos en la playa Ramírez. Ofrecía todo el servicio: traslado de ida y vuelta en los tranvías y tarde en la playa, más el hotel del balneario como ámbito de encuentro social.

      Para entonces contaba también con otro centro de atracción: el Gran Parque Central. Algunos años atrás, otra compañía de tranvías —de tracción animal— había creado un campo de deportes y esparcimiento sobre la avenida 8 de Octubre y camino Cibils, en el barrio conocido como La Blanqueada. Los tranvías cumplieron un papel importante en la creación y el fomento de los espacios de juego.

      El hecho de que la ciudad se extendiera no significa que toda ella estuviera densamente urbanizada. Por el contrario, aquí y allá subsistían espacios verdes, campitos que permitían a niños y jóvenes divertirse en lo que empezaba a ser una actividad de multitudes: el fútbol.

      Amigos, vecinos y paisanos

      Los jóvenes de esos años, luego de las largas jornadas laborales, canalizaban sus energías e inquietudes en diversas actividades con grupos de amigos, vecinos o compañeros de trabajo.

      El Carnaval era uno de los ámbitos preferidos. En 1890 nacía el primer tablado vecinal, en la intersección de las avenidas 18 de Julio y Rivera, que ese año convocó a 20 comparsas. Cuatro años después se instituyeron premios al canto, la música, la letra y la vestimenta, lejanos antecedentes de los rubros del concurso actual. El ejemplo se propagó y en 1903 los tablados vecinales ya sumaban 22.

      En 1910 aparecieron las primeras murgas montevideanas, que tomaban como modelo a la española La Gaditana Que Se Va.

      Paralelamente se popularizaron las salidas en familia a los espacios públicos y las sociedades recreativas y gastronómicas en la costa montevideana, que también organizaban actividades de pesca. Era la época de los ranchos donde grupos de amigos y pescadores celebraban prolongadas y abundantes comidas con un espíritu ajeno a dietas y restricciones. Un ejemplo temprano es la sociedad Parva Domus, en las cercanías de Punta Carretas.

      Finalmente, en tiempos en que el papel del Estado era mínimo, las colectividades de inmigrantes cumplían los servicios de asistencia al enfermo y al desvalido. Además, organizaban celebraciones y festejos que recordaban a la patria lejana. Tanto por nacionalidades —españoles, italianos— como por regiones —gallegos, vascos, napolitanos—, se agrupaban y se reconocían como coterráneos, parte de algo viejo y algo nuevo al mismo tiempo.

      La sociedad en general y los jóvenes en particular fácilmente se unían con los más diversos propósitos, desde los recreativos hasta los políticos. Luego de las guerras civiles de 1897 y 1904, el Partido Colorado se afianzó