Cuando en la naturaleza aparecen los indicadores de adaptación, es usual que se produzca una carrera evolutiva desbocada que hipertrofia las características, como ocurrió probablemente con los cuernos exuberantes del alce irlandés, animal ya extinto, dueño de una cornamenta que llegaba a medir de un extremo a otro hasta 3,5 metros, y que debió constituir una desadaptación enorme, pues requería una ingente cantidad de calcio para formarla y mantenerla, y una enorme cantidad de calorías para transportarla, amén de hacer al animal muy vulnerable frente a los predadores. La idea de una carrera desbocada fue concebida en 1930 por el genetista Ronald A. Fisher, en su obra Teoría genética de la selección natural: si los machos más atractivos pueden aparearse con un mayor número de hembras y así dejan más descendientes, entonces las preferencias de las hembras guían las características responsables del atractivo hasta niveles exagerados. En estos casos, postuló Fisher, las preferencias de las hembras también se hipertrofian. En la figura 3.1 se muestra el gallo onagadori, que, al ser manipulado por selección artificial, demuestra los excesos a los que puede llevar la carrera loca de selección por atributos estéticos, en detrimento de la seguridad personal.
Figura 3.1 Gallo onagadori
Bien claro resulta que la selección sexual por medio de la escogencia de parejas no puede favorecer rasgos difíciles de percibir. Con el fin de calcular “a ojo” el buen estado físico de un compañero, un animal no puede observar ni juzgar directamente el estado de sus órganos internos, solo su reflejo externo, sus indicadores. Miller observa con sarcasmo que la vivisección no sería un método práctico para elegir pareja. Tal vez por esto, en todas las sociedades, los deformes, los poseedores de enfermedades que afean o deterioran el aspecto físico, aquellas personas con graves desórdenes mentales y los retrasados mentales tienen dificultades para conseguir pareja, amén de correr peligro, cuando niños, de ser golpeados, abandonados y, aun, de ser asesinados por las personas que los cuidan. Y por eso también se pagan tan bien los “indicadores de juventud”, que en el fondo son indicadores de calidad biológica. El mercado de los tratamientos para rejuvenecer, aunque la juventud conseguida sea ficticia y de corta duración, es multibillonario.
Si una especie habita en las nieves perpetuas, lo mejor que puede ocurrirles a sus individuos es evolucionar hacia un pelaje espeso y una buena capa de grasa para protegerse del frío. Esto sería evolucionar en busca de una buena adaptación. Pero la selección sexual trabaja con otros criterios, pues adapta los machos a las hembras y las hembras a los machos, con gran independencia a veces del nicho que ocupen. La llave se ajusta a la cerradura, sin importar dónde esté la puerta. De esta manera, la selección sexual ha producido aquellas diferencias observadas más de una vez entre los sexos: machos adornados, ardientes y acosadores; hembras sin adornos, pero exigentes y “difíciles”.
En la naturaleza, las preferencias sexuales de las hembras se han inclinado más de una vez por el ornato y la exageración, y los machos han respondido con suficiencia: colores vistosos, plumajes de gran lujo, apéndices espectaculares e innecesarios, complicadas ceremonias de galanteo, cantos con melodías elaboradas… Puede hablarse perfectamente de “placer estético”. La razón evolutiva puede consistir en que resulta benéfico disponer de un sistema unificado de recompensa que simplifique el aprendizaje en diferentes contextos, por medio de las mismas recompensas. Los adornos derivados de la selección sexual pudieron ser los precursores de los criterios estéticos que, muchos años más tarde, desembocarían en la decoración del cuerpo, en la moda y en el arte entre los seres humanos. La selección sexual debió de crear, por un lado, a los “artistas”, y por el otro, a los “críticos”, en un circuito que se retroalimentaba hasta llegar hoy a las aberraciones más impredecibles y extravagantes.
Esto ayuda también —según Miller— a entender la existencia de algunos rasgos mentales que en el hombre han llegado a extremos exagerados, y que son desconocidos en el mundo animal, amén de que su utilidad para la supervivencia no siempre está clara. Mientras podemos percibir una cara u otras características externas de manera directa, la calidad de un cerebro solo la podremos apreciar de manera indirecta, por medio de sus productos directos: inteligencia, creatividad, dominio lingüístico (nada desencanta más que una persona que por ignorancia maltrate su idioma nativo), elocuencia, capacidad musical, ingenio, gracia, salero (humor), talento artístico, capacidad de seducción, bondad, generosidad, moralidad, caridad. Sin la selección sexual, dice Miller, las características acabadas de mencionar son difíciles de explicar; en particular, la proclividad humana a la caridad es un enigma evolutivo insoluble, pues es difícil imaginar cómo un instinto que nos incline a destinar una parte de nuestros recursos para los extraños beneficie al donante. En las sociedades de cazadores-recolectores, poligámicas por lo general, los hombres más encantadores, los más respetados por su valor y los más inteligentes se han llevado siempre una tajada grande de los apareamientos. Y en las culturas pastoriles, a mayor número de cabezas de ganado mayor número de hembras a disposición. Una simple regla de tres que se vuelve de “ene”.
El solo timbre de la voz puede ser motivo importante de selección sexual, si se mira desde la perspectiva de la atracción que produce en los humanos, no de su utilidad práctica. Pero la voz debe estar respaldada por buenas ideas, de lo contrario se dirá que la persona habla muy bonito pero que no dice nada. Groucho Marx aconsejaba en estos casos quedarse con la boca cerrada: “Es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”. En particular, el canto encanta, y una voz fea desencanta y puede arruinar una promisoria conquista amorosa. Una voz melodiosa, sexy, acompañada de un oído afinado, conduce a la fama, al enriquecimiento y a la seducción en masa. Que lo digan los mil y un cantantes de este mundo, los locutores y los presentadores de televisión. Una voz altiva y un verbo convincente tienen la capacidad de convencer y arrastrar a las masas, como manada de dóciles borregos, en la dirección dictada por los caprichos de sus poseedores, además de asegurar una buena cosecha de parejas. Los casos tristemente célebres de Mussolini y Hitler ilustran muy bien el poder magnético de la elocuencia.
La selección sexual —según el evangelio de Geoffrey Miller— explica la existencia de algunos rasgos físicos que han tomado formas y tamaños más allá de lo requerido para la supervivencia: en los varones, barba y penes de gran tamaño; en las hembras, caderas ampulosas, senos abultados y labios llenos. La estatura parece ser un factor importante, aunque el pretendiente no juegue básquetbol. Por eso no es raro oír a alguien decir que su pretendiente “es muy buen mozo, pero… es muy bajito”.
La mayoría de los factores de atracción señalados se desarrollan al comenzar la pubertad, justo al iniciar la vida sexual, y son considerados atractivos sexuales en cada una de las sociedades conocidas, y en todas ellas se resaltan con maquillaje y adornos artificiales. Además, muestran gran variabilidad entre los individuos, clara señal, para muchos biólogos evolutivos, de que su origen se encuentra en la selección sexual, aunque no se puede descartar que algunos de ellos aumenten la adaptación al nicho, lo que actuaría como refuerzo evolutivo.
Una hembra, en las exigentes condiciones del pasado preagrícola, debía estar bien provista de grasa para resistir las frecuentes y largas hambrunas. Desde el punto de vista térmico, la mejor manera de usarla sería repartirla uniformemente en todo el cuerpo, pero esto acarrearía dos problemas: por un lado, el calor sofocante del trópico —cuna del hombre— se tornaría insoportable; por el otro, desaparecerían las diferencias entre las siluetas, es decir, el mundo femenino se emparejaría, como les ocurre a focas y ballenas. El defecto o la virtud de las maxifaldas. Una hembra que acumulara su grasa en las caderas y los senos, una vez iniciada la carrera de selección sexual en estos dos aspectos, sería preferida como compañera sexual por los machos y no se sofocaría con el sol del mediodía. Sería más curvilínea y más fresca. Las caderas amplias y los senos abultados pudieron convertirse así en indicadores de adaptación, para señalar el estado nutricional de las hembras. Si hay dudas en esta afirmación, obsérvese lo que les sucede a las mujeres que se someten a dietas exigentes: lo primero que lamentan es la reducción de los senos.
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