Estafar un banco... ¡Qué placer!. Augusto "Chacho" Andrés. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Augusto "Chacho" Andrés
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789974863538
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      —La dominó con su estilo de ir viendo, escuchando, conociendo las diferentes partes de ese monstruo que es Buenos Aires, con sus 9.000.000 de habitantes.

      En Buenos Aires, 1973

      Replegada la estructura militar en Buenos Aires, aparecen otra vez las urgencias. Hubo necesidad de comenzar por cosas grandes en un medio poco conocido, para hacer finanzas rápidamente.

      Terminó mal un secuestro. Caen varios compañeros importantes, que bancan sin hablar, un duro interrogatorio y son procesados como comunes. El cobro del rescate, se sabe, es el momento más difícil.

      Se aprendió de los errores, se rearmaron los equipos y compañeros de capacidad, como Mauricio y Gerardo Gatti, se integraron a actividades concretas.

      Finalmente se hizo el exitoso «aprete» de Hart. El Pocho participó en todas las tareas. y dirigió ese operativo. Cinco meses después fue el responsable del cobro del rescate.

      Continúa el dialogo de la compañera

      —El nivel de funcionamiento era muy bueno. Se redondearon los objetivos durante semanas hasta dominar todos los detalles. Todo era trabajo y más trabajo.

      —Por ejemplo, en una zona muy pituca, para hacer información, nos vestíamos como mucamas y niñeras, delantales y zapatos blancos y cofias... Sí!

      —¡Cofias almidonadas! Era un ambiente espeso, lleno de «custodios», como les decían allá, que andaban vichando todo.

      —Para el levante de vehículos, se precisaban varios de características diferentes.

      —Hicimos de «changonas». Elegimos un par de esquinas interesantes, en una zona propicia. Paraban los clientes y les pedíamos que avanzaran unos metros por una de las calles. Era una maniobra común que se hacía, pues la prostitución estaba prohibida y a las pibas las corrían todo el tiempo.

      —En el lugar fijado, el candidato abría la puerta del auto y ¡sorpresa!, aparecían dos compañeros armados que lo reducían.

      —Elegíamos los vehículos adecuados y los veíamos en funcionamiento. El «trabajo» lo preparamos cuidadosamente.

      —Las participantes, fuimos a algunos lugares medio malevos, frecuentados por prostitutas. «Martín», apodo de Pocho, nos acompañó. Nos relacionamos y observábamos con atención a las mujeres, sus poses, su lenguaje. Hasta en los maquillajes las imitamos.

      —Aprendimos pila de cosas, sobre la gente de los barrios y los «provincianos». Nunca tuvimos problemas. A todos nos encantaban esos bolichones

      —Nos iba el futuro en no llamar la atención, en ser argentinos a toda costa. Si la quedábamos, había que pasar como comunes. Que los milicos argentinos y uruguayos no se avisparan antes de tiempo, del nivel que teníamos y de los proyectos políticos en proceso.

      —Había buen ambiente. La pasábamos bien.

      —Varios de esos compañeros habían conocido la prisión y la tortura pero no habían cambiado. El colectivo que habían creado, con sus redes de afecto y confianza les permitía jugar con el peligro e ir creando otro mundo.

      —Era la alegría de vivir un presente difícil, con la muerte a la vuelta de la esquina y sentirse construyendo un mañana de libertad para todos.

      El levante

      Fue en su casa, hecho con mucho oficio y una cuota de humor. Vivía en La Lucila, una zona paqueta del Gran Buenos Aires. A Federico Hart, judío no creyente y hombre desconfiado, se le entró a nombre de la Parroquia católica del lugar, que juntaba muebles en desuso y otras cosas grandes, para habitantes pobres de barrios pobres.

      En la visita se miró todo lo necesario y se conversó mucho con los dueños de casa y también con el servicio doméstico. Días después, otra donación está pronta. Una monjita con sus atuendos típicos, acompañada por varios ayudantes, copa la vivienda. Otro grupo entra rápidamente y se lleva a Hart.

      La negociación se hizo difícil

      dialogo de un participante en diferentes etapas del «trabajo».

      —Fue una partida de ajedrez entre maestros. Federico Hart era un duro, una figura de las finanzas internacionales, vinculado a negocios poco claros.

      —Estuvo casi 5 meses resistiendo sin aflojar, pero un día escribió en su block de cartas que quería comunicarse con el Dr.Cronos.

      —El desenlace estaba a la vista.

      Dr. Cronos, es el nombre del único interlocutor que tenía «Manuel» (apodo que se eligió para Hart). La comunicación era por escrito y en lengua francesa. Daba la idea de un grupo internacional, posiblemente ­palestino. ­Manuel dio un teléfono seguro, para comunicarse con su esposa y el «segundo hombre». Así se le llamó a un funcionario holandés como Hart y de su total confianza. La compañera encargada del teléfono les hablaba en un buen francés. También colaboraba corrigiendo las cartas dirigidas a «Manuel». El Dr. Cronos era Gerardo Gatti.

      Comienza un duelo entre dos mentes brillantes, que aprenden a respetarse. Gerardo tiene ventajas. La iniciativa es suya. El dominio del tiempo también, pues «Manuel» no conoce las urgencias económicas de la organización. El secuestrado aparenta ser indiferente al paso de los días. Es orgulloso, su salud es buena y no tiene miedo. Sin su acuerdo no hay negociación posible. En las primeras cartas a su esposa, va un pequeño mensaje en clave, que es decodificado al mes.

      El embajador holandés en persona maneja la situación y no le inquieta el monto del rescate. Su objetivo es recuperar con vida a su importante compatriota.

      El prisionero permanece solo, en una amplia habitación subterránea. Lee con atención diarios que le son proporcionados y hace anotaciones. Es consciente que sus captores conocen detalles reservados de sus actividades poco conocidas. Aunque no cree en milagros, no da el brazo a torcer. Es su orgullo, transformado en energía. No quiere aceptar la derrota ante ese enemigo incierto.

      Un día se decide, pues siente que su resistencia es inútil. Acepta sin pestañear pagar los diez millones de dólares y es ganado por la urgencia de irse cuanto antes, de volver a Europa. Una semana de trabajo febril. El rescate es en billetes de cien dólares. Cien mil en total, que no sean nuevos y que no estén marcados. Gerardo supervisa el retiro, que debe ser de las cuentas bancarias que Hart tiene en todo el mundo.

      El cobro: fue como en el cine

      Es el momento más difícil de la operación. Allí se producen la mayoría de los fracasos. Un problema no menor era ser extranjeros. Se había avanzado en el conocimiento del terreno, pero no lo suficiente.

      Vuelvo al entrevistado para que me cuente algunos de los secretos del trabajo.

      —Lo primero fue elegir la zona. Nos decidimos por Pompeya.

      —Era un barrio tranquilo y no muy poblado. Sin accidentes geográficos que dificultaran la visión.

      —Un espacio que no parecía difícil de controlar. Que nos diéramos cuenta en seguida si pasaban «cosas raras».

      —La hora elegida fue el atardecer, un momento en que los policías estaban algo distraídos por el cambio de turno y había menos gente en la calle. El recorrido sería de una hora y minutos.

      —Los cien mil billetes pesaban 47 kilos. Se decidió utilizar dos valijas grandes y de colores chillones, que se veían de lejos. Los portadores eran robustos. El «segundo hombre» y otro empleado de la empresa. Los dos eran bien conocidos físicamente por nuestra gente.

      —Dividimos la zona en varios fragmentos. A cada uno se le asignó un responsable, que lo estudiaba en profundidad durante varios días y en horas diferentes. Pero sobre todo en la tardecita. Iba conociendo su población y los lugares más salientes. Al final tenía un conocimiento