Dibujos y formas en cobre chileno. Ignacio Villegas Vergara. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ignacio Villegas Vergara
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789560012227
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punta. Folclore implica el reconocimiento de la costumbre y la tradición en el levantamiento o ejecución de un acto o procedimiento.

      Desde el punto de vista de sus tecnologías, la artesanía posee un rasgo propio: sus producciones aún se encuentran en formas básicas de elaboración, a veces torpes, a veces ineficientes, lo que no les permite escalar a producciones de alto volumen. De ahí el valor de incluir, en una definición, la producción limitada como un rasgo de lo artesanal, y el valor de incluir los procedimientos mecánicos solo en tanto sean un factor coadyuvante a la elaboración.

      Desde el punto de vista formal e iconográfico, existe una artesanía de objetos que intenta alejarse de la torpeza y acercarse a lo estético; pretende de alguna forma ser bella. En efecto, existen objetos artesanales cultos que se acercan a la idea de una obra artística. Generalmente, un metal bien trabajado, un textil de trama regular, un engobe bien puesto, una forma grabada al ácido con buena mordiente, puede ser considerada bella en tanto su técnica y las formas resultantes están alineadas con el objetivo final. Ambos factores logran que un artefacto artesanal encuentre un punto máximo de acercamiento con la noción de arte. Para esta afirmación, sin embargo, es necesario que recordemos las palabras de Argán cuando señala que lo estético pretende ser bello, y lo artístico no siempre pretende serlo. Luego, lo estético no necesariamente es artístico (Argán 2010, 15). En todos estos rasgos, la noción de artesanía coincide o topa con aquello que entendemos por folclórico. En tal sentido, y contradiciendo todo lo dicho antes, hay objetos artesanales que justamente por la torpeza de su procedimiento constructivo pueden ser considerados bellos. No debemos ni podemos olvidar que la noción de belleza es mutable social y culturalmente, es decir la idea de lo bello es finalmente un razonamiento político, determinado por las épocas. Ni Platón, ni Aristóteles, ni Marco Aurelio, ni San Agustín, tampoco Heidegger ni Eco, entre otros, pudieron dar por resuelta una definición de lo que significa la belleza.

      El cruce entre la materialidad, funcionalidad, tradición, esteticidad, antigüedad, sistema productivo, «belleza» y su proceso de producción, genera variables que determinan para un objeto su categorización en artesanal, popular, folclórico o primitivo. A propósito de la palabra «primitivo»: este concepto está francamente en desuso, pues tiene implicancias referidas a lo ancestral y asociado a un piso docto cero; las artes visuales le han reservado un espacio para señalar al tipo de obra (generalmente pintura) de naturaleza bizarra, tosca o sin elaborar. La tradición teórica del siglo XX reservó para arte primitivo la idea de la producción de objetos elaborados por pueblos originarios, es decir no tienen espacio en la definición de artesanía; tampoco en la de folclor. Alarcón et al. (1957) señalan que prefieren denominarlo arte indígena. De esa forma, y con desplazamientos a veces confusos y poco nítidos, vemos cómo los conceptos de popular, indígena y primitivo tienden a unirse. Los estudios sobre folklore y arte, en relación a lo artesanal, recortan las definiciones de arte popular por lo inculto y masivo de quien lo ejecuta; arte indígena para designar los artefactos y utillaje de productores pertenecientes a los pueblos originarios, y arte primitivo para las producciones de bajo perfil tecnológico, sin tradición. Como podemos ver, las definiciones se acomodan según quiénes producen, qué producen, dónde producen y cómo producen. Arte popular, arte primitivo, folklore y artesanía, en el mismo orden. No cabe duda tampoco que la estructuración clasista de las definiciones acaba por determinar y asociar con la idea de pueblo a todo lo inculto, lo pobre y lo básico.

      Respecto a la noción de arte popular, nos detenemos en un documento de 1957, elaborado en el marco de una mesa redonda convocada por la Universidad de Chile. Ahí Norma Alarcón, Ida González y Juan Domínguez levantaron en sus actas de trabajo una interesante aunque clasista definición de arte popular, que se nos presenta como buen pretexto para reflexionar sobre esta noción:

      […] las artes populares son, por una parte, las expresiones formales, materiales y tradicionales del pueblo, cuyas raíces más profundas están en el pasado y que sobreviven en virtud del espíritu conservador de la gente común. Por otra parte, serían también las expresiones espontáneas e instintivas que ejecutan los artesanos y artistas populares no educados para ello en forma sistemática. (Alarcón et al. 1957, p, 25)

      Al leer el documento no podemos dejar de pensar en las palabras de Ticio Escobar, cuando reseña lo que la creencia conservadora y romántica ha reservado como definición y rasgo del arte popular: «El arte culto tiene derecho al cambio […] mientras que el arte popular está condenado a mantenerse originario», y agrega que de esa misma idea tradicionalmente se desprende aquella otra que nos señala que

      Al arte popular le corresponde el pasado; al culto el futuro. El uno debe dar cuenta de sus raíces y ser depositario del alma indígena o mestiza y custodio de la identidad nacional; el otro debe estar frenéticamente lanzado hacia un vago destino de modernidad […]. (Escobar 2008, 145-146).

      Las palabras de Alarcón, del año 57, dan a entender que el arte popular es una expresión espontánea e instintiva; es decir, pulsional, impensada. Señala además que habría artesanos y artistas populares que están adiestrados en la producción de objetos y otros que no lo están. Unos serían artesanos; otros primitivos. Los primeros piensan; los segundos reaccionan. Los artistas y artesanos se muestran, mientras que las artes populares «…tienen una especie de pudor mostrarse» (Alarcón et al. 1957, p, 30). Escobar, por su parte, atiende y subraya la consideración de clase contenida en la palabra «popular» cuando lo indica como el «lugar subordinado» que ocupan ciertos sectores, y el arte popular, como el cuerpo de producción «empleada por esa cultura para replantear sus verdades» (Escobar, 157).

      La noción de artes aplicadas es tratada también por el grupo de Alarcón en 1957. Claramente para definir este concepto se refieren a una definición tradicional propia de los años 40-50, cuando la Escuela de Artes Aplicadas estaba en un buen momento, casi en su punto más alto con la discusión sobre la práctica de un arte erudito y un arte cercano a la producción industrial: El arte como productor de objetos de contemplación o arte como producción de objetos utilitarios. La discusión se zanja en ese momento con una declaración políticamente correcta: las artes aplicadas pueden entenderse como «Objetos de arte erudito en objetos de la vida práctica» (p. 31), dicen los mismos autores. Extraña coincidencia: esa misma discusión se llevaba al momento del cierre de esta escuela en 1969. Al parecer ganaron los objetos de arte erudito, la Escuela de Artes Aplicadas desapareció.

      La gran cantidad de conceptos que hemos revisado para designar a toda producción que no fuera la que el poder denomina arte, ha tenido definiciones variadas y a veces contradictorias. Tal vez por ser una época de definiciones, redefiniciones y desplazamientos teóricos y conceptuales, las nociones que se levantaron como alternativa teórica antes que las tradicionales Bellas Artes (artes plásticas o artes visuales), aportaron en el siglo XX una cuota de confusión. En un catálogo de la Escuela de Invierno de la Universidad de Chile de 1959, se invitaba a una mesa redonda sobre arte popular chileno; el título del encuentro era «Arte Instintivo» (¡!). Vemos entonces que lo manufacturado, cuando preserva formas de producción o iconografía tradicional, es originario, popular, espontáneo, instintivo o primitivo.

      Otro alcance: cuando la manufactura escapa del camino de producción de objetos, que bordea lo estético y lo funcional, y se aloja en la confortable zona de producción de artes visuales, nos hemos encargado de no llamarla artesanía, sino simplemente arte. O más bien dicho, cuando los procedimientos apuntan a la construcción de una obra de artes visuales, pero con predominio en la manipulación de materiales (por medio de la mano obviamente), la palabra artesanía cambia de cualidad. Se transforma entonces en un recurso procedimental culto, avanzado y lejos de cualquier asomo de primitivismo o de cualquier vinculación a pueblos originarios. La artesanía, entendida como los procesos de producción manual, de materialidades básicas y que utiliza, a veces solapadamente, la intervención de tecnologías actuales y de punta (aluminio, corte láser, troquelados industriales, barro con pinturas epóxicas, etc.) es asumida como un valor del arte visual contemporáneo. Las artes visuales denominan como «buen oficio» al manejo adecuado, prolijo y consistente de la materia sometida a usos y transformaciones para la construcción de sus artefactos. Es decir, la artesanía según Sennett.

      Si de conceptualizaciones se trata, debemos señalar una de