Desafortunadamente, las fuerzas marxistas-leninistas han utilizado a la Iglesia como un arma política en contra de la propiedad privada y del capitalismo productivo, infiltrando la comunidad religiosa con ideas que son menos cristianas que comunistas.
Ya antes, el vicepresidente bajo el gobierno de Nixon, Spiro Agnew, llegó en 1969, en el curso de un extenso viaje por América Latina, a un resultado muy parecido: declaró en su informe que la teología de la liberación era una amenaza para la seguridad estadounidense.
Considerada desde la teología profana del mercado, la teología de la liberación es, en efecto, una herejía. Eso explica la enorme fuerza que ha tenido su persecución en América Latina por parte tanto del gobierno de Estados Unidos como, sobre todo, de las Dictaduras de Seguridad Nacional, con sus miles de víctimas; las más conocidas son el arzobispo Romero de San Salvador y un grupo de seis jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA), una institución jesuita del mismo Salvador.
La del mercado es una teología profana que declara herejías profanas. No pertenece a ninguna Iglesia, aunque hay algunas que pueden adherirse y que también lo son. El mercado contiene necesariamente esta teología profana, y, donde el mercado se vuelve generalizado y universal, esta teología se hace presente y su crítica es la inversión de la profana teología del mercado. Como hemos dicho, la formulación clásica la ha dado Marx: “el ser humano es el ser supremo para el ser humano”. Para la teología del mercado, el mercado (o el dinero o el capital) es el ser supremo para el ser humano. La respuesta, por tanto, sólo puede ser: “el ser humano es el ser supremo para el ser humano”. Así, pues, se trata de la humanización del ser humano en contra de exigencias como la transformación del ser humano en capital humano.
Aquí se trata de someter al mercado (y, por consiguiente, también al dinero y al capital) a las condiciones de la vida humana y, por tanto, de la vida de todos, lo que siempre tiene que incluir también la vida de la propia naturaleza fuera del ser humano. El capitalismo, como es ahora, es asesino, pero a la vez suicida. La base no puede y no debe ser el mercado, a pesar de que éste sea inevitable para hacer funcionar hoy la economía. Pero no puede y no debe ser el dios, como hoy lo ve e impone nuestra dominante ideología con su teología profana; tenemos que verlo como una idolatría radical que nos está destruyendo.
En cambio, se trata de hacer valer al ser humano como ser supremo para el ser humano, pero eso solamente es posible si logramos subordinar el mercado a la vida humana, lo que sólo se puede hacer si de nuevo lo intervenimos sistemáticamente. Lo hemos hecho en las primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, y hoy tenemos que continuar y ampliar la acción. Sin esta intervención, posiblemente la reconstrucción de Europa habría sido improbable. Hoy la supervivencia de la humanidad no es posible sin someter de nuevo la economía a una intervención sistemática.
Marx empieza su punto de vista de una teología profana de la humanización, que no pertenece a ninguna religión institucionalizada y es, a la vez, una crítica de la religión indirectamente dependiente de la crítica de la religión de Feuerbach. La existencia de los dioses del mercado contra los cuales se dirige la crítica de Marx no depende de que los seres humanos crean o no en ella. Frente a ellos no hay ateísmo. En cambio, la posibilidad del ateísmo en la crítica de la religión de Feuerbach tiene pleno sentido.
Pero se nota ahora que Walter Benjamin se equivoca cuando sostiene que el capitalismo es una religión sin teología. Su teología es esta teología profana. No obstante, cuanto más se dedica Marx a la crítica de la economía política, más introduce nuevas palabras para los polos de su teología profana. No habla ya de los dioses terrestres falsos sino de fetiches, y al culto a éstos lo llama fetichismo. Se trata de la piedad respecto de estos fetiches. También formula ahora de diferente modo el criterio para juzgar sobre el carácter fetichista y, en consecuencia, el carácter idolátrico de estos fetichismos. Ya no habla del ser humano como el ser supremo para el ser humano, sino que formula lo que considera la sociedad lograda: una sociedad “en la cual el libre desarrollo de cada uno es condición para el libre desarrollo de todos” (Manifiesto comunista). Se ve enseguida que los dos polos son de hecho idénticos: por un lado, los dioses falsos; por el otro, el ser humano y su humanización. Estamos ante una formulación de los criterios de igualdad entre los seres humanos.
No ha cambiado la formulación excepto en palabras: aún se trata de la negación de lo humano lo que transforma los mecanismos de los mercados, del dinero y del capital en fetiches, es decir, en dioses falsos. Y sigue siendo el ser humano el ser supremo para el ser humano, sólo que ahora es parte de una concepción de la sociedad entera y puede formular caminos de la praxis, sin pretender ser todavía una especie de programa de gobierno. Marx hace eso por medio de su “crítica” de la economía política.
Posteriormente da otra formulación de este principio humano que subyace a su crítica, y lo resume de la siguiente manera:
Y frente a la vieja reina de los mares se alza, amenazadora y cada día más temible, la joven república gigantesca:
“Un duro destino atormenta a los romanos; el crimen del asesinato del hermano” (Horacio).
Lo que dice Marx sobre este Imperio británico —“vieja reina de los mares”— se suele decir igualmente sobre Roma, por eso puede citar a Horacio, el poeta del siglo I a.C., con su juicio sobre esta última, que para Marx es igualmente el juicio sobre el Imperio británico de su tiempo. Hoy sería sobre la nueva “vieja reina de los mares”, que resulta ser Estados Unidos.
Se trata de un juicio condenatorio. La “vieja reina de los mares” está condenada por sí misma a un duro destino por la maldición que lleva encima, que viene del asesinato del hermano y sobre el cual descansa su poder. Esto hace que aparezcan otras connotaciones: es Leviatán, el monstruo que surge del mar. Marx vio levantándose frente a este poder asesino del hermano a la “joven república gigantesca”; la república que nace de la sociedad civil desde abajo, cuando logra hacerse democracia vigente.
Aquí aparece también la tarea de hoy, en la cual estamos empeñados con el movimiento que se enfrenta a la actual estrategia de globalización: recuperar la democracia, la libertad de opinión, recuperar la capacidad del ciudadano para controlar las burocracias privadas de las empresas trasnacionales y así poner la economía al servicio de la vida humana y de toda la naturaleza. Es la tarea de la realización del bien común.
De esta manera, Marx dice, citando a Horacio, que el fetichismo es la pantalla de un asesinato, el del hermano, que está inscrito en las lógicas del mercado, del dinero y del capital. Se inscribe así en una tradición judía, la del asesinato de Abel por Caín. Marx cita a Horacio, pero, entre líneas, no hay duda de que se refiere al asesinato perpetrado por Caín. En esta larga tradición, la civilización se considera como fundada sobre el asesinato del hermano —Caín es el fundador de las ciudades—, y Marx lanza esto en contra del Imperio británico, como hoy lo lanzaría contra Estados Unidos. Con eso concibe la transformación necesaria como la fundación de una civilización sin base en el asesinato del hermano. Además, no se trata solamente del homicidio violento, sino también del asesinato por dejar morir. En el texto anterior lo ha denunciado como un homicidio también, y lo hace citando a Shakespeare en El mercader de Venecia: “Me quitan la vida si me quitan los medios por los cuales vivo”.
La cita horaciana, Marx la pone en un lugar muy destacado de El capital: al terminar el capítulo XXIII. A éste sigue solamente otro —el XXIV— que, de hecho, es un anexo a El capital. En este sentido, pone la cita al final de la edición como el resultado del libro entero. Considera el asesinato del hermano como una maldición que pesa sobre estos imperios.
Así pues, de acuerdo con la tradición judía, Marx piensa la historia humana a partir de un primer asesinato, al revés de lo que piensa Freud, para quien la historia humana también se inicia con un asesinato, pero en su caso es el del padre. Marx piensa correspondientemente la nueva sociedad como una sociedad