En este libro, Hinkelammert muestra cómo a lo largo de la historia aparece en casi todo proceso emancipatorio, revolucionario o de liberación el fenómeno del termidor, entendido como aquel sujeto, sector, partido o sección del movimiento revolucionario que, en nombre de la revolución, traiciona los elementos básicos o fundamentales de dicho proceso. Para ello el termidor elabora un discurso, una interpretación de los hechos, una teoría y hasta una filosofía, la cual se convierte en la interpretación oficial del hecho o acontecimiento revolucionario. Esto es: al elaborar esta versión oficial o “verdadera” de la revolución, el termidor produce su propia ortodoxia.
El contenido de la ortodoxia normalmente es una “inversión” del sentido con el que el proceso revolucionario fue creado. En el caso de la Revolución francesa, paradigmática de las revoluciones modernas, de ser un movimiento popular se convierte después en una revolución burguesa. Marx es uno de los primeros en advertir este fenómeno, que siguió apareciendo durante el siglo XX, y la Revolución rusa de 1917 también podría ilustrarlo, pues ésta produjo una ortodoxia contraria u opuesta no sólo al socialismo sino hasta al pensamiento de Marx. Pero ahora, desde fines del siglo XX y comienzos del XXI, este fenómeno se ha complejizado mucho más, porque —supuestamente— la Modernidad iba a ser la época en la cual no sólo el ser humano por fin podía ser libre, sino verdaderamente humano…
Desde el principio, la Modernidad se había apropiado de los anhelos de humanidad más excelsos, tan es así que muchas otras culturas no europeas abrazaron con entusiasmo dicho proyecto como un nuevo modo de humanización, y por eso se “modernizaron” con mucho entusiasmo y esperanza. Pero parece que ahora el discurso de la Modernidad se ha convertido en el termidor de las esperanzas de la humanidad, y para ello produjo su propia ortodoxia de humanidad, ciencia, desarrollo, racionalidad e incluso de revolución. Tal vez por ello, todo proceso revolucionario actual que se funda en el proyecto de la Modernidad deviene casi inevitablemente su contrario, es decir, otra forma de dominación. ¿Cómo salimos de este impasse?
Uno de los argumentos centrales de este nuevo libro de Hinkelammert consiste en mostrar que la Modernidad, como momento cultural del capitalismo, y éste como el momento económico de aquél, son partes de un mismo proceso aparentemente secular. En apariencia, el capitalismo y la Modernidad, para desarrollarse y realizarse, hacen ciencia y filosofía; es decir, argumentan lógicamente mediante razones con base en hechos, y no así en creencias, mitos, teologías o ideologías. Sin embargo, como bien nos muestra, tanto el capitalismo como la Modernidad no sólo producen mitos y utopías en los cuales creen; también hacen teología, sólo que de modo formalizado, encubierto, es decir, secularizado.
Para afirmarse a sí mismos como racionales o buenos, tanto el capitalismo como la Modernidad supuestamente no recurren a ningún dios celeste, sino a argumentos racionales basados en hechos y no en creencias. No obstante, ningún hecho habla por sí mismo, éste siempre tiene que ser interpretado; o, en otras palabras, siempre aparece como hecho al interior de un horizonte de comprensión, respecto del cual tiene tal o cual sentido y no otro. Dicho horizonte no proviene de la ciencia o la filosofía, sino de lo que está presupuesto en ellas y que ahora la ciencia moderna ya no tematiza, pues las considera como mera metafísica y, por ello, no científicas, ya que no son empíricamente verificables de modo óntico. Pero el hecho de que no sean verificables de modo inmediato no quiere decir que no existan y que a su vez cumplan una función hermenéutica fundamental para cualquier forma de comprensión o interpretación, incluso la moderna. Éste es el caso de las cosmovisiones, de los modelos ideales, de los grandes mitos y utopías que, in the long run, producen consecuencias empíricamente verificables. La Modernidad, como cualquier otro estadio civilizatorio, se basa también en mitos y utopías; esto es, en grandes relatos o mitos imposibles de ser verificados empíricamente, pero que ahora producen sus efectos o consecuencias negativas que empiezan a evidenciarse empíricamente, pero que —no obstante— cumplen la función de producir la comprensión del sentido de lo que llamamos Modernidad. Es el problema de la razón mítica, como el “más allá” de la razón; en este caso, de la razón moderna.
Para mostrar la incomprensión de este problema fundamental para el pensamiento crítico, Hinkelammert pone como ejemplo las reacciones que produjo entre cierta intelectualidad de izquierda la posición boliviana frente a la declaración final de Cochabamba sobre el cambio climático en 2010. La posición boliviana basó su desacuerdo en la afirmación de la naturaleza como Pachamama, es decir, como Madre Tierra; en cambio, el capitalismo, puesto que trata y concibe a la naturaleza como objeto y mercancía, la puede explotar hasta la cuasi destrucción de toda forma posible de vida en el planeta.
Frente a esta posición que procede de los pueblos originarios andino-amazónicos, cientistas sociales como David Harvey piensan que no tiene sentido recurrir a la defensa de una “hipotética Madre Tierra”, sino a otras formas de organización social en la cual los seres humanos transformen la naturaleza según sus propias leyes. Pero, como bien dice Hinkelammert, la “Madre Tierra” no es una hipótesis, sino un argumento de una “razón mítica” no moderna, ni europea, ni occidental. “Este argumento de la razón mítica boliviana contesta a la razón mítica subyacente a las argumentaciones de Harvey, quien ni tiene consciencia de esta razón mítica suya. Es el argumento del progreso infinito con todas sus consecuencias de rational choice y este mito resulta de una razón mítica. Pero aplasta toda realidad. […] ¿O es acaso más mítico recurrir a la Madre Tierra que recurrir al mito del progreso infinito? Más bien es una respuesta. La pregunta es más bien: ¿cuál mito lleva a la razón?”
Así como hay mitos de dominación, también los hay de liberación. Los mitos de la Modernidad están conduciendo a la humanidad al suicidio, pero de ello los modernos no se dan cuenta, porque son ingenuos e inconscientes de sus propios mitos, que están presupuestos en toda su argumentación y forma de racionalidad. Creen que están en el logos, por ello no se dan cuenta de que están atrapados al interior de otro mito (irracional, por cierto, porque no todo mito es racional en sí mismo). ¿Cómo podemos entender este problema? Tiene que ver con el surgimiento de la racionalidad y la ciencia moderna, las cuales empiezan con la producción explícita de modelos ideales imposibles de verificación empírica, como la idea de res extensa, perpetuum mobile, mano invisible del mercado, etcétera.
Esto es, antes de hacer ciencia, la Modernidad produce sus propios mitos, a los cuales llama modelos “trascendentales”, “ideales”, “de imposibilidad”, pero a su vez los desarrolla argumentativamente en la medida que la ciencia le permite producir más conocimiento que reafirme esta cosmovisión, este gran metarrelato, modelo ideal o utopía. La idea del “progreso infinito” es un mito debido a que no tiene forma de demostración científica; y por ello —en última instancia— puede o no creerse en ella. Esta idea presupone una realidad infinita en la cual no sólo el ser humano sino especialmente la realidad natural también lo sería. Para demostrar que lo son, tendríamos que tener una experiencia empírica de esta infinitud, lo cual es imposible debido a la finitud por la cual estamos atravesados tanto nosotros como la naturaleza.
El hecho de que podamos concebir o imaginar el infinito no quiere decir que exista efectivamente; lo mismo podemos decir de la idea de Dios. El hecho de que lo concibamos o imaginemos no quiere decir que exista efectivamente, pero igualmente el hecho de que no lo concibamos o imaginemos no significa que no exista; por ello nos movemos frente a la disyuntiva de si creemos o no. De hecho, debido a su no posibilidad de demostración empírica, la Modernidad niega su existencia, pero pasa lo mismo con la idea del “progreso infinito”, con la mano invisible del mercado que la conduce al equilibrio, o con la del perpetuum mobile o la de res extensa.
Siendo la idea del “progreso infinito” un mito, no aparece como tal debido a la forma de argumentación, la cual la hace aparecer como algo secular, racional, lógico y por ello perfectamente pensable. Esto es, cuando la Modernidad argumenta con su marco categorial, sus mitos no aparecen como tales, sino como formas racionales de la