Todas las cárceles. Cecilia Azzolina. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Cecilia Azzolina
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878346151
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      Estaba todavía frente a mí y pensaba en cómo a veces uno se aleja de lo que merece, me siento minúscula, mujer rata —me alimento de restos y vivo en miserables pasajes a la espera de sobras un poco más pertinentes, menos migajas, más pan.

      Vuelvo acá y ahora; necesito a ese hombre para calmar este fuego interior, no basta con la espera, porque en esa espera me encuentro deshabitada, y es en esta soledad que me reconozco, recuerdo cuál es mi nombre, un nombre común y corriente que tiene un pasado, un presente y un futuro. ¿Tengo un futuro?, al futuro no lo veo, es siempre opaco y borroso como un libro viejo al que el tiempo ha deteriorado y del cual no se leen ya las páginas. Hay cosas lejanas que son inentendibles y es necesario darles el espacio para poder habitarlas orgánicamente.

      Un rayo de sol anaranjado llega hasta mi ventana anunciando un nuevo día y yo recaigo en que pasó otra noche sin que él apareciera.

      Mis sueños, eran sueños tan preciosos que se convertían en agujitas punzantes en el pecho cuando despertaba. Cada mañana la ausencia era rotunda, había estado abrazándome y después se convertía en un recuerdo coartado.

      En mi cabeza estaba su figura más definida que nunca, mirando y pidiendo con su voz angelada que volviera a su lado.

      Había decidido dormir lo menos posible, sus apariciones me inhibían, en cada encuentro el hombre de ojos oscuros me encandilaba más y más.

      Él se acercaba en mi soledad absoluta, sin nadie alrededor, y cuanto más cerca de mí más me reconocía, como escuchando una voz propia nunca antes oída que exigía desde adentro poder salir.

      Voy a decir algo que es lo más lógico, creo que lo inventé, creo que es todo invención de ser, de ese hombre que vino a mí un día y no se fue, de esa cara borroneada que pienso constantemente.

      Creo que inventé un amor inexistente, lo diagramé a mis preferencias y hostilidades, lo inventé y en ese invento surgió como una sombra maga, que en su presencia o ausencia me sigue a todos lados.

      Soy la razón del amor inabordable que generé. Tal como construí peldaño a peldaño mi soledad, lo mismo hice con él.

      No sé cómo volver atrás, no sé qué hice, cómo llegué a esto.

      Tengo miedo de mí misma, de mis pensamientos e intenciones inconscientes.

      Soy la culpable. Sé que soy culpable.

      De pronto me encontré yendo a lugares desconocidos para no estar sola; cafés, librerías, museos y hasta terminales de trenes, donde sabía que siempre habría gente.

      Quizás él no era solo una creación mía sino algo realmente maleable, vivo. Quizás él era, quizás él me esté amando también y lo reniego por temor a la locura.

      Pensar es sinónimo de tortura planificada, una cárcel adentro. Y no podía dejar de pensar.

      No quería verlo si no podía manejar cuánto tiempo se quedaría, la mayoría de las veces ambos permanecíamos callados por temor a que algo perturbara el acercamiento y fugara la visión. Otras, mi voz hacía de puente a nuestro encuentro, aparecía y desaparecía de la nada como un espectro.

      Anoche se acercó y me dijo al oído:

      —Ally, quedate conmigo.

      Automáticamente abrí los ojos y dilucidé que había sido todo un sueño.

      Me vestí en menos de un minuto, me puse los borcegos gastados y sucios que usé en los últimos cuatro inviernos y decidí que tenía que hacer algo.

      Camila era la única persona que no me juzgaría. Habíamos sido compañeras en el tercer año de la facultad y generamos una confianza mutua desde el primer día, me cuesta mucho confiar en la gente, pero había algo en ella que hacía que me sintiera cómoda y comprendida.

      La llamé por teléfono pero nadie atendía, decidí ir directamente a su casa, era domingo y no la vería hasta el martes de la próxima semana, era demasiado tiempo.

      Mis manos transpiraban caminando excitada por la situación por la cortada de la calle Palestina.

      Huérfana de Dios

      Flotaba en concepciones mientras caminaba por una avenida y dejaba encandilarme torpemente por la luz de los postes que cegaba mis ojos.

      De pronto caí, caí como caí muchas veces antes de diversas maneras, me era innato, una cualidad patética y tormentosa para quien la sufre. ¿Cuántas veces más tengo que caerme?

      Nunca se cae lo suficiente, siempre podemos arrastrarnos más en la humillante condición de nuestro ser. Y caí tontamente sin poder evitarlo. Cuando mis reflejos respondieron ya estaba en el suelo desparramada con la mitad de mi cuerpo dentro de una alcantarilla.

      Dios se estaba riendo de mí, placentero, sentí una vergüenza que me hizo llorar miserablemente. Se complacía de verme rota, tirada bajo la lluvia y la oscuridad de la noche. Se contentaba con la vergüenza que me acribillaba.

      Trataba de salir de la fosa en la que había caído, una especie de pozo que parecía mucho más profundo de lo que era, y además soy tan petiza que mi altura es proporcional a dos brazos estirados. Tenía la imperiosa necesidad de sacarme toda la mugre que traía encima. Y mientras hacía fuerzas para sacar mis piernas del pozo, pensaba en Dios.

      Yo había creído en Dios. Antes.

      Cuando escucho que Dios está en todas partes me parece gracioso.

      No lo veo cerca ni lejos, no lo veo paseando haciéndole bien a nadie en ninguna esquina, no lo siento dentro de mí.

      Dios está ausente en este mundo, eso me queda claro. Nos mintieron durante mucho tiempo. Somos engañados desde tiempos remotos, mucho antes de que las cucarachas existieran, y las cucarachas son tan prehistóricas como inmundas. Fue pautado por no sé quién.

      Es la invención de los que pecan y buscan redimir sus errores a través de un camino barato, Dios es un atajo ridículo. Un atajo para quienes no quieren aceptar sus miserias. Un atajo más corto y más barato es hacerse cargo.

      Es burdo el contraste que veo los domingos cuando paso por la iglesia a la hora de la misa. Por un lado la gente pobre durmiendo en la calle con cartones para paliar el frío, y por el otro, los curas dando su misa y tomando su petit verdot en cáliz de oro.

      Los miran con asco y les escupen barbaridades para que se vayan, y hasta he visto que algunos los echan a patadas para que no ensucien las escalinatas con su vino en tetra y sus hijos andrajosos pidiendo limosna. Los pobres en nuestra sociedad siempre sobraron, son los excluidos del sistema, y son lamentablemente la gran mayoría aunque corramos la vista. Entonces al ver esa desidia pude confirmar que si esa gente representa la figura de Dios, solo puedo creer que Dios es criminal, malvado y sobre todo injusto. Estoy dolida y avergonzada. Estoy furiosa.

      Dios no se deja querer por mí, quizás estoy siendo demasiado dura pero veo la necesidad de manifestar mis pensamientos en palabras.

      La única convicción que tengo es que si hay un Dios en este mundo no es en el que cree la mayoría de la gente. Si algo me da vida y es la razón de que hoy esté acá, caminando por la calle desvaída pero todavía cuerda, entonces, mi dios es la tierra, el agua, el fuego. Y lo creo porque el agua al menos me da algo, la puedo ver ahora cayendo sobre mi cara con la lluvia. Finalmente vuelvo al dios convencional porque no puedo evitarlo. Quisiera cerrar mis ojos y olvidarlo.

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