[4] DENIFFLE, Obra citada., pp.319 y 324.
6.
INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DE LA VERDAD EN EL COMENTARIO AL LIBRO I DE LAS SENTENCIAS
LA DISTINCIÓN 19 DEL COMENTARIO al primer libro de las Sentencias plantea esta cuestión: si las tres divinas personas son iguales.
Ha escrito Gilson que la metafísica de santo Tomás es la metafísica de un teólogo; esta afirmación —tan cierta— se patentiza una vez más en el modo con que se afronta la cuestión de la verdad en esta distinción del Comentario al libro I de las Sentencias.
Después de decir que introduce el tema de la verdad para probar la igualdad de las tres divinas personas según la magnitud, añade que antes es preciso saber: qué es la verdad (q.5, art. 1), si todas las cosas son verdad por una sola verdad increada y primera (id. art. 2) y, además, cuáles son las condiciones de la verdad, es decir, la inmutabilidad y la eternidad[1].
Situados por fin en el art. 3, Tomás se pregunta si hay muchas verdades eternas. Y con esto se refiere ya concretamente a la verdad en la inteligencia humana. Preguntarse si hay muchas verdades eternas es inquirir si son eternas todas o algunas de las verdades que habitan en el intelecto humano.
Antes de analizar la solución que ofrece Tomás, conviene exponer las objeciones, porque darán más peso y profundidad al planteamiento del problema. No hay que olvidar, además, que aquí interesa, más que la eternidad de la verdad, todo lo que trate de su inmutabilidad, y son precisamente las objeciones las que introducen la cuestión de la inmutabilidad.
La objeción 4 suena así:
«Lo que no puede entenderse no ser es eterno: porque lo que puede no ser, puede entenderse no ser. Pero la verdad no puede entenderse no ser, porque todo lo que se entiende lo es por el juicio de verdad. Por tanto, parece que la verdad que está en el intelecto (humano) es eterna e inmutable».
Quae est in intellectus: se habla, pues, de verdad lógica, de la verdad de nuestro entendimiento. Interesante señalar esto, porque es como el talón de Aquiles de la objeción. Más adelante se verá cómo la resuelve santo Tomás.
La última objeción es esta:
«El todo es mayor que su parte es una verdad que de ningún modo se ve como mudable, y de modo semejante muchas otras. Luego parece que hay muchas verdades eternas e inmutables».
Pertenece esta al número de las objeciones acostumbradas. Tomás la traerá, con otra verdad como ejemplo, a la Suma (Iª Pars, a. 16, a. 7). Y la respuesta será siempre lo mismo de lacónica: es cierto, se trata de una verdad eterna e inmutable, pero no en nuestro entendimiento, sino en el divino.
Se puede pasar ya a la respuesta que resuelve a la vez la cuestión de la eternidad y de la inmutabilidad:
«Respondo diciendo que hay una sola verdad eterna, la divina. Porque la verdad se da en la acción del intelecto y tiene como fundamento el mismo ser de la cosa; el juicio de verdad es un juicio del ser de la cosa en su relación al intelecto. Pero solo un ser es eterno y por eso solo hay una verdad eterna»[2].
La verdad se funda en el ser, aunque se perfeccione en un entendimiento. Pero solo el ser de Dios es eterno; el ser de las cosas es participado, tiene una realización histórica, temporal. Por tanto, la verdad de las cosas es eterna en el entendimiento divino, en cuanto imita la ejemplaridad divina. Pero como el entendimiento humano es finito, contingente, la verdad está en él de un modo también finito, contingente, de un modo, por decirlo de una vez, mudable, histórico.
La respuesta a la cuestión sigue, y trata ya explícitamente de la inmutabilidad y mutabilidad: similiter, de modo semejante a la mutabilidad de la verdad se puede decir de la mutabilidad de los seres. Se ha afirmado ya que en sí mismo inmutable no hay más que el ser divino; por tanto, de por sí inmutable no hay sino una verdad, la divina.
Similiter anuncia que la prueba viene por el mismo carril que la anterior: la verdad —podría decirse— se funda en el ser; pero solo el ser divino es eterno e inmutable, luego solo la verdad divina es eterna e inmutable también. Santo Tomás describe a continuación con rasgos fuertes, bien trazados, la mutabilidad y contingencia del ser de todo lo que no es Dios, de toda verdad que no sea la divina. «El ser de las otras cosas se dice mudable con mutación de variabilidad, como en las contingentes; y la verdad sobre ellas es también mudable y contingente».
No se trata aquí expresamente de la verdad lógica; se habla directamente de la verdad del ser de las cosas o, lo que es lo mismo, de su capacidad de causar verdad. Pero la mutabilidad y la contingencia de la verdad lógica está siempre presente, porque la verdad, aunque fundamentum habet ipsum esse rei, completur in actione intellectus, tiene su fundamento en el mismo ser de la cosa, se completa en el intelecto.
Tomás ha seguido para demostrar la inexistencia y la imposibilidad de muchas verdades eternas e inmutables el camino de la verdad inmutable in causa; es decir, señala siempre, insistentemente, la mutabilidad y contingencia del ser que no es Dios. El texto que sigue es aún más expresivo: «De las demás cosas (que no son Dios) su ser es mudable por su vertibilidad hacia la nada, si se dejara a sí mismo; y su verdad es igualmente mudable por esa vertibilidad. Por lo que es patente que no hay verdades necesarias en las criaturas»[3].
El texto no hace sino afirmar la contingencia. Pero se usa una expresión, que llama la atención: es uno de estos términos muy del siglo XX no ya a lo Heidegger, sino incluso a lo Sartre[4]. Es esa “vertibilitas” que en castellano podría traducirse (con un neologismo) por “derramancia”. Tomás ha escrito aquí totalmente de paso, describiendo, con plena conciencia de lo que quiere decir, la condición indigente, angustiosa, de la creatura si sibi relinqueretur, si se la dejase a sí misma. El ser dejado a sí mismo, se derrama hacia la nada, se va como deslizando y perdiendo a lo largo del camino, hasta caer en el abismo de la nada Unde patet —acaba Tomás— quod nulla veritas est necessaria in creaturis, de donde es patente que en las creaturas no hay ninguna verdad necesaria.
La razón es clara: porque ninguna creatura, es necesaria, porque está tejida inexorablemente de esa vertibilitas in nihil. Hasta aquí la inmutabilidad de la verdad humana se ha demostrado señalando la mutabilidad de los seres que la causan. Santo Tomás, que ha tenido siempre presente que la verdad se funda en el ser, aunque se perfeccione en el entendimiento, añade otro argumento ex parte intellectus humani: «De modo semejante ocurre si hablas de la verdad según que su razón se cumple en el intelecto. Es claro que ningún intelecto es eterno e invariable por naturaleza, salvo el divino. Por tanto, solo la verdad que es en Dios es eterna e inmutable»[5].
Como se verá, santo Tomás profundizará más en este punto, que aquí está escuetamente enunciado: la mutabilidad de la verdad humana ex parte intellectus. El pasaje del Comentario al libro I de las Sentencias es —en conjunto— rico en la descripción de la mutabilidad de la verdad ex parte obiecti, por parte de la cosa. Y, en definitiva, si hubiera que resumir en pocas palabras la idea central del art. 3 de esta distinción 19, podría decirse: como la verdad se funda en el ser, y solo el ser de Dios es eterno e inmutable, solo la verdad divina es inmutable y eterna; la verdad de las cosas, que de puro mudables y contingentes que son se derramarían hacia la nada si se las dejase a sí mismas, es, por tanto, mudable y temporal.
Puede verse en esta conclusión sobre la limitación humana un toque de sabor existencialista que acepta como auténtica esa situación y la acompaña de un intento —más o menos claro— de trascenderla en el Ser.
Para más claridad, fijémonos en la respuesta a una de las objeciones. La objeción decía así: lo que no puede entenderse que no sea, es eterno, pero la verdad no puede entenderse que no sea, porque todo lo que se entiende, se entiende por un juicio de verdad: luego la verdad que está en nuestro entendimiento es eterna.
Tomás responde: «Aunque no puede entenderse que la verdad no sea, es decir, que se aprehenda la verdad pero no el ser, sin embargo es posible que no sea ni ese