Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael Azerrad. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michael Azerrad
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418282102
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Y además, tenía ciertas influencias del funk y del jazz pasadas de moda.

      —Tenía una intensidad parecida al hardcore —explica Watt—, pero, si preguntas a los chavales del hardcore, te dirán que no nos consideraban hard-core. No sabían qué coño éramos.

      Los sonidos funk, jazz y Captain Beefheart les granjearon no pocas críticas de la comunidad doctrinal del hardcore.

      —Querían una canción muy rápida, deprisa —explica Watt—. Muchos de esos tipos eran adolescentes. Para ellos, era un fenómeno marcadamente social, no era musical. Nosotros éramos punk en un sentido musical; ellos lo eran en un sentido social. Éramos punk contra el rock & roll y demás categorías restrictivas; era natural que quisiéramos hacer una música un poco diferente porque, para nosotros, eso era lo que precisamente nos convertía en un grupo punk.

      Así pues, The Minutemen desafiaban tanto a los punks como a la burguesía.

      —Uno de los motivos por los que tocábamos todos esos estilos diferentes de música eran ellos, para ver hasta qué punto se tomaban en serio «No Rules» y «Anarchy» —explica Watt—. Ofrecíamos toda esa música suave, folk, jazz, etc., no solo para evitar encasillarnos en un único estilo, sino también para mostrarles que: «Lo veis, no querías ninguna norma… Esto es lo que queríais. No queríais que os dijeran qué debíais escuchar».

      Aunque Watt no creía que la mayoría del joven público hardcore captara su mensaje político, sí que esperaba que captaran otro más profundo.

      —Confiamos en agitar a los jóvenes porque el punk rock no tiene por qué ser hardcore ni ningún estilo de música concreto ni tampoco debe consistir en cantar siempre las mismas letras —explica—. Puede significar libertad y volverte loco y ser personal con tu arte.

      La escena hardcore era el único lugar donde The Minutemen podían prosperar. La escena Paisley Underground de Los Ángeles estaba en sus albores, pero no solo se caracterizaba por su indisimulado arribismo, sino que sus rígidos ejercicios de estilo propios de los 60 eran precisamente el tipo de ortodoxia que The Minutemen aborrecían. Los valores manifiestamente políticos y de producción barata que el grupo defendía hacían que tampoco pudieran triunfar en la escena del rock progresivo.

      —Ponte en nuestra piel y piensa qué podías hacer si no era ser un grupo punk —se pregunta Watt—. No había nada más. Ninguna otra escena era así. La habríamos explorado si hubiera existido.

      The Minutemen pensaban que el «hazlo tú mismo» era intrínseco de la ética punk. Y, sin embargo, los grupos punk clave —Ramones, Television, Sex Pistols, The Clash, Wire, etc.— habían estado en grandes sellos y pocas cosas hacían ellos mismos más allá de la música. Así pues, ¿por qué The Minutemen equiparaban el «hazlo tú mismo» con el punk?

      —Porque era nuestra versión del punk —se limita a decir Watt. Para The Minutemen, el punk era un concepto fluido, eran cosas como ver un anuncio en Creem de un disco de Richard Hell y The Voidoids en un diminuto sello indie de Nueva York, Ork Records, y llamar al número que aparecía en el listín.

      —Llamé —explica Watt—. Dije: «¿Está Hell?», y él me respondió: «Sí, soy yo». Y me asusté y colgué. Para mí, el punk era eso.

      Y se estaba forjando una red de música underground; las tiendas de discos que apostaban por sellos independientes empezaban a aparecer en grandes ciudades y ciudades universitarias, la radio universitaria prestaba atención a la música, los fanzines florecían y se estaba creando una auténtica ruta de locales.

      —La escena era como un gran barco —explica Watt, utilizando una de sus analogías favoritas—. Es realmente extraño lo que la mantenía unida. No había comandante; no había sonido que seguir. Tenías que tocar rápido. Creo que ese era el único requisito. Rápido y fuerte. Más allá de eso, podías hacer prácticamente todo lo que quisieras.

      La primera entrevista del grupo apareció en el número 32 de Flipside justo antes del lanzamiento del EP Bean-Spill. Considerados «el arma secreta mejor guardada de Los Ángeles», según un entusiasta Al Flipside, la revista acabó por sacarlos en portada.

      Watt aprovechó la entrevista para impartir la proverbial sabiduría de The Minutemen: «No tenemos ningún líder en el grupo —sin líder, no hay rezagados—»; «La política es un arma si vas realmente al grano»; «La música puede unir a la gente de muchas formas —socialmente, con información—, mucha gente saca todo lo que sabe de canciones y grupos.»

      Cuando le preguntaron sin más rodeos si eran un grupo de punk rock, Watt recordó sus días como grupo de versiones. «Entonces, llegó Johnny Rotten», explica, «y fue como una revelación, empezamos a escribir nuestras propias canciones. Así pues, ¡somos un grupo de punk rock porque eso nos proporciona la chispa necesaria para escribir nuestras propias putas canciones!». (Sin embargo, poco después, su veneración por Rotten se acabó cuando The Minutemen hicieron de teloneros de Public Image, Ltd. «Estábamos tocando el segundo tema y el muy cabrón se puso a darle golpecitos al reloj junto al escenario», cuenta Watt. «Y pensamos: “¡Anda ya, tío! Como si nos lo estuviéramos tomando con calma”.» Reveladoramente, en la hoja interior de Ballot Result, de 1987, dan las gracias a «John Rotten o a la idea que teníamos de él».)

      Watt pensaba que The Minutemen era un grupo punk por defecto.

      —¿Dónde se celebraban los conciertos? —se interroga—. ¿Dónde se sacaban los discos? Todo eso ocurría en la escena punk.

      Pero, ¿acaso no eran punk por sus ideas?

      —Bien, la escena es donde descubrimos muchas de las ideas —replica—. Ahora bien, no éramos como muchos grupos punk, sino que éramos un grupo punk porque estábamos en la escena punk. No sé de qué otra forma llamarlo. No me avergüenzo de ello. Quiero decir que era realmente estúpida en algunas partes y en algunas partes estaba realmente bien, era muy enriquecedora. Teníamos que hacer realidad nuestro sueño. Y en aquellos días el punk podía hacer eso por The Minutemen.

      Con líneas inspiradoras como «I like sweat but I dream light-years26», The Minutemen creían que su música era por, para y sobre los trabajadores.

      —Lo primero es dar confianza a los trabajadores —dijo Watt—. Eso es lo que tratamos de hacer con nuestras canciones. No se trata de mostrarles «el modo», sino de decir: «Míranos, somos trabajadores que escribimos canciones y tocamos en un grupo». No es lo único que hacemos en la vida, pero al menos hacemos algo: ofrecer confianza. Puedes oír una canción que ha escrito el tipo que trabaja a tu lado en la fábrica.

      La idea del trabajador caló hondo. Entre 1982 y 1984, Boon publicó un fanzine llamado The Prole que duró seis números. Boon escribía artículos y dibujaba viñetas de contenido político; Watt escribía críticas de discos. Y en noches especiales, Boon contrataba grupos underground locales para tocar en el Star Theatre de San Pedro, con capacidad para trescientas personas, cambiando su nombre por el de Union Theatre. Los conciertos comenzaban temprano para que los trabajadores pudieran llegar a casa a una hora razonable.

      —D. Boon creía que los trabajadores debían tener cultura en su vida, es decir, música y arte, para no tener que adaptarse a la mentira del estilo de vida del rock & roll —explica Watt—. Ves, eso es punk. Partir de un paradigma establecido y entonces ir y decir: «Voy a cambiar eso con mi arte».

      La filosofía política de Boon, tal y como se perfila en una entrevista de esa época, era simple.

      —Siempre se resume en: «No matarás». Y no soy religioso, puedes preguntárselo a él —dijo Boon señalando a Watt—. Creo que matar a gente es una cosa que está mal.

      —No eres religioso en el sentido de que no crees en Dios —añadió Watt.

      —No creo en Dios —corroboró Boon—. Creo en el Hombre.

      —Creemos en la gente normal —afirmó Watt—. El problema es que el sistema los convierte a todos en gilipollas.

      —Y