DE MURCIA A ALBACETE
Situada en el sudeste de la península ibérica, Murcia es el centro de la comarca natural de la Huerta de Murcia, célebre por su tierra fértil. A principios del siglo XX su economía se basaba fundamentalmente en la producción agrícola de frutas y hortalizas, y en su exportación comercial. La ciudad está emplazada a orillas del río Segura y a cuarenta kilómetros del Mediterráneo, en línea recta.
Emilia Ramírez y Pedro Casciaro Parodi se casaron en Torrevieja el 20 de julio de 1914 y se instalaron en Murcia, donde Pedro era profesor del Instituto de Enseñanza Media y de la Facultad de Filosofía y Letras.
El 16 de abril de 1915 nació su primer hijo, Pedro, que fue bautizado a los nueve días en la parroquia de Santa Eulalia. Los siguientes diez años vivió en su ciudad natal, bajo la mirada atenta de sus padres. Realizó los primeros estudios en el Liceo de Murcia.
Tuvo dos hermanos: María de la Soledad y José María. María de la Soledad nació el 22 de mayo de 1919, pero falleció a los pocos meses, de modo repentino. José María[7] nació el 1 de noviembre de 1923, cuando Pedro había cumplido ocho años y medio. A pesar de la diferencia de edad, siempre estuvieron muy unidos[8].
«En septiembre de 1922, su padre había tomado posesión de la plaza de catedrático del Instituto de Albacete, a la vez que continuaba con su dedicación a la Universidad de Murcia y sus investigaciones arqueológicas, manteniendo el domicilio en Murcia. Aunque la distancia entre Murcia y Albacete es de ciento cuarenta y ocho kilómetros, para aquella época significaba mucho tiempo en desplazamientos»[9].
En septiembre de 1925, cuando Pedro tenía diez años, la familia se trasladó a Albacete para que él pudiera cursar allí el bachillerato. Los años de Pedro en Albacete quedaron marcados por el Instituto de Enseñanza Media, donde trabajaba su padre, y por las frecuentes visitas al Museo Provincial. Esto propició que prendieran en él, desde muy joven, la afición a la historia y una extraordinaria sensibilidad artística.
Como estudiante obtuvo las mejores calificaciones. En junio de 1930, a los 15 años, se presentó al examen de bachillerato en letras y logró la máxima nota. No contento con eso, en el curso siguiente se matriculó de las asignaturas correspondientes a la rama de ciencias y, en junio de 1931, se graduó en el bachillerato de ciencias con sobresaliente[10].
Gracias a la educación que recibía en casa y a las responsabilidades que se le confiaban, alcanzó prontamente un buen grado de madurez. Su hermano José María nos ha transmitido varios episodios sorprendentes de su adolescencia:
Tendría Pedro unos trece años cuando mi abuelo Julio le encargó el seguimiento, digamos logístico, del transporte de un numeroso lote de excelentes cerdos, que había comprado (el abuelo) en Extremadura. Estamos hacia 1928. En aquel entonces el traslado en camión debió de presentar serias dificultades técnicas y se hizo por tren. Por la distancia (quizás unos 600 kilómetros) había que hacer varios transbordos. En alguno de ellos la cosa se complicó. Cuando Pedro hizo las gestiones pertinentes con un jefe de estación, éste se negó a considerarle como interlocutor válido, por ser todavía un niño. Pedro sacó entonces sus recursos de energía y decisión, además de los papeles correspondientes, y el escrito del abuelo Julio autorizándole y encargándole de la operación. Ante la firmeza y el desparpajo del niño, el jefe de estación terminó por acceder a la gestión. Cuando Pedro se despedía, aquel hombre se quedó mostrando su mayúscula admiración[11].
Por aquellas fechas ocurrió otro suceso parecido:
El abuelo Julio era propietario del Balneario de San Pedro, en Cartagena. Estaba situado entre el barrio de Santa Lucía y la escollera del puerto (...). Había destinado los beneficios de ese negocio para los gastos domésticos de la casa de Los Hoyos, en Torrevieja, de modo que el administrador del Balneario debía rendir cuentas y liquidación a mi abuela Soledad. Pues resulta que dicho administrador llevaba una temporada sin cumplir debidamente con su oficio, por más que le mandara las correspondientes reclamaciones. Hasta que un día, la abuela Soledad decidió enviar al nieto a hacer una visita de inspección al Balneario y reclamar las ganancias, provisto de un escrito con su autorización y mandato. Pedro fue al Balneario, se entrevistó con el administrador, le obligó a mostrar cuentas, las revisó exhaustivamente y le recogió los fondos que había en la Caja del negocio (…). Se comprende el prestigio que alcanzó ante los abuelos y que, en la larguísima mesa del comedor, le adjudicaran su asiento a la derecha del abuelo, con la excusa de que era el nieto mayor[12].
A quienes convivimos con él, años más tarde, no nos extraña el desparpajo y la desenvoltura de aquel niño de trece años, porque comprendemos que, ya entonces, empezaba a dar señales del temple y la determinación que demostró después.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República Española. Pedro estaba a punto de cumplir los 16 años y estaba preparándose para el examen de bachillerato en ciencias. En su casa se vivió aquel acontecimiento con intensidad porque «su padre, en los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera, había decidido afiliarse a Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, en el que vertió sus inquietudes democráticas y sociales». De hecho, «en las elecciones municipales» de esa fecha «resultó elegido concejal de Albacete»[13].
Pedro compartía los planteamientos liberales de su padre. También había sido educado por su madre en los rudimentos de la fe, aunque adolecía de una formación religiosa un tanto superficial: su vida de piedad era escasa, pues consistía básicamente en acompañar a su madre a Misa los domingos.
MADRID
En octubre de 1931, Pedro se trasladó a Madrid porque deseaba estudiar la carrera de arquitectura. Esta elección se adecuaba muy bien a sus talentos y aficiones: estaba dotado de sensibilidad artística y de genio creativo, conocía bien la historia del arte y dominaba las matemáticas y la física. Su primer objetivo era superar los exámenes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura. Para poder presentarse a esas pruebas, el plan de estudios exigía que los candidatos hubieran aprobado las materias de los dos primeros años de la licenciatura en matemáticas.
El ambiente que encontró en la capital española era de gran efervescencia política. Tras la instauración de la Segunda República, se celebraron elecciones generales con el fin de formar las cortes que redactarían una nueva constitución[14].
Pedro se instaló en El Sari, un pequeño hotel situado en la céntrica calle de Arenal, muy cerca de la Puerta del Sol. Era un lugar estratégico por su proximidad al Madrid de los Austrias, a la Gran Vía y al Palacio Real. Cada día, a primera hora de la mañana, se desplazaba desde allí a la Facultad de Ciencias, situada en la calle San Bernardo, donde asistía a las clases. Por las tardes, solía acudir a una academia que regentaba el pintor José Ramón Zaragoza, para preparar las asignaturas de dibujo, y también dedicaba unas horas al estudio. No faltaban los paseos por el centro de la ciudad, sobre todo los fines de semana[15]. Más tarde se trasladará a una pensión de la calle Castelló, sita en el número 45, 4.º izquierda.
Entre los primeros amigos que hizo, estaban Ignacio de Landecho[16] y Francisco Botella[17], compañeros de clases de ingreso en Arquitectura y en la Facultad de Ciencias. Con ellos compartía muchas horas de estudio, de aprendizaje del dibujo y de técnicas de composición, y ratos de ocio[18]. También era muy amigo de Agustín Thomás Moreno[19], un antiguo compañero del Instituto de Albacete, que hacía la carrera de Derecho.
LA ACADEMIA DYA
Por entonces Josemaría Escrivá —un joven sacerdote de 29 años— realizaba una amplia labor en la capital, con personas de diferentes edades y condiciones sociales. En 1928 había fundado, por inspiración divina, el Opus Dei: un camino de santidad y de apostolado en el propio estado y condición de vida, en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios.