Años más tarde se fundaron ya en la Acción Católica los Secretariados de Caridad, que luego sería “Cáritas”; también se produjo algo de desarrollo y las cosas cambiaron bastante.
d) Los “belenes en Navidad”
Desde el año 1939, que fue el que entraron los nacionales, cuando tenía nueve años, no he dejado de instalar el Belén o Nacimiento en casa. Aquellos primeros años lo ponía con tomillos de la sierra, musgo de los humedales y con figuritas de cartón recortadas, y resultaba muy bonito. Después, fui ahorrando con los céntimos que me daban en casa los domingos y fui comprando las figurillas de barro cocido en casa de Dª Teresa Tubau en la calle de Fuencarral de Madrid un año que me llevó mi padre en el tren, para ayudarle a llevar algo de harina y aceite. Luego me enviaban un folleto y yo podía hacer el pedido que quisiera. Mi madre me ayudaba haciendo algún costal, saquito o pañales para poner el Niño, que aún conservo.
Iban muchas personas para ver el “belén” y a mí me agradaba mucho explicarles los relatos evangélicos que hacen referencia a la infancia de Jesús.
Cuando me vine a Toledo, ya con casi veinte años, no tuve necesidad de buscarme un grupo apostólico, porque D. Eusebio Ortega Ayuso, que era el Consiliario Diocesano de los Jóvenes de A.C., me incorporó de inmediato al Consejo Diocesano y a los Propagandistas, que era la Escuela de los jóvenes dirigentes de Acción Católica. La Mujeres de A.C. de Toledo organizaban todos los años por Navidad unos cursillos navideños, como actividad apostólica y para ambientar la Navidad en las familias. Me empezaron a llevar como ponente para explicar cómo se construye un “belén”, cosa que hacía de diferentes maneras y con un profundo contenido doctrinal y apostólico. La gente vibraba y les gustaba mucho. Se les animaba y ayudaba a poner un nacimiento en sus casas o al menos algún motivo con la Sagrada Familia, pastores, reyes o aldeanos con ovejas, en una panera, o cazuela, jarrón roto... aquello tuvo mucho éxito, hacía mucho bien y a mí me estimulaba en mi compromiso apostólico.
Al casarme, ya lo instalaba en casa, bastante artístico, con muy certera iluminación, que es uno de los secretos de los “nacimientos”, pero muy pequeño porque el piso que teníamos era muy reducido. Me llevé premios del ayuntamiento repetidas veces. Al cambiarme de piso, después de muchos años, los ponía mayores. Mis cuatro hijos, ya casados, lo instalan todos en sus casas. Es curioso que ninguno ha salido “belenista”, sólo un yerno, Florencio, el marido de mi hija mayor, que es una maravilla por construirlos con un primor y belleza que todos los años se llevaría todos los premios si los hubiese. Pertenece a la asociación de Belenistas de Madrid y nos los construye a toda la familia y a los que puede, en la parroquia de Madridejos y en la de Turleque, así como el familiar de su propia casa.
Para mí ha sido siempre esta sencilla y noble actividad, una ocasión de motivación creyente y de apostolado, fortalece mis convicciones cristianas, me invita ala oración contemplativa y me da ocasión de hablar de Jesucristo a los demás.
e) Unas clases nocturnas
Hasta los años setenta del pasado siglo, El Romeral era totalmente rural, incluso toda España en un 70% era rural, y como nos incorporaban, desde muy pequeños, a las tareas agrícolas o ganaderas, a parte de la escasez de medios y de sensibilidad cultural que existía, se daba un número altísimo de analfabetos, porque no podían ir a la escuela. En mi quinta el 83% eran analfabetos.
Tenía catorce años y desde muy pequeño aprendí a leer y a escribir, me dolía en el alma ver a chicos como yo, y con los que jugaba y salía, que eran muy inteligentes, que no sabían nada. Algunos, con mucha suerte, iban a unas clases particulares por las noches con un hombre bueno del pueblo, el “tío Isaac”. Interesé a un amigo de mi panda, Valentín, para que de lunes a viernes, en invierno, al anochecer, diésemos una hora de clase a los chicos del campo que quisieran, para enseñarles a leer, escribir y lo elemental de la aritmética, historia de España y Geografía. Mi amigo era muy inteligente y también tenía una gran inquietud apostólica, él llevaba la centralita de teléfonos en el pueblo. Le pareció muy bien y le dije que me iba a ver al alcalde para que nos dejase una sala del Ayuntamiento para dar las clases, ya que lo que intentábamos era un bien público. No lo conseguí, el alcalde era muy bueno, nos felicitó y animó, diciendo que estaría siempre dispuesto a defendernos, pero no podía acceder ya que no éramos titulados y eso no era legal.
Decidimos dar las clases en la cocina de la casa de mi amigo Valentín, que era bastante grande. Tuvimos unos quince chavales, casi todos mayores que nosotros, resultando todo muy bien y con mucho provecho. Varios de esos chicos fueron los que primero emigraron porque estaban algo preparados. Todos tuvieron la ocasión de conocer a Jesucristo y acercarse a Él. Aún conservo amistad y relación con varios de ellos, después de sesenta y cinco años que ocurrió aquello y me recuerdan con gratitud. Valentín murió joven por un padecimiento cardíaco, pero no le olvidamos jamás.
Sólo tuvimos aquellas clases aquel invierno, de octubre a marzo, ya que en la primavera de 1946 se organizó en la Parroquia el Centro de los Jóvenes de Acción Católica, al que nos incorporamos de inmediato, y ya el curso siguiente dimos estas clases, como una actividad de la Acción Católica, en el local que se alquiló para este fin, y además teníamos al frente a un militante, Tomás Rodríguez Martín, que acababa de obtener la titulación del Magisterio. Hicimos un bien extraordinario a todos los jóvenes del pueblo. Muchos de ellos se promocionaron con esta fuerte base que habían recibido en la Escuela Nocturna de Adultos.
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