(Ateneo, XIV, 15.)
A Momo se le consideraba el dios de la burla, de la reprimenda sarcástica; es el primer satírico. Lo parió Nyx, la diosa Noche, sin necesidad de cópula. Pero esta santísima concepción pagana tiene su lado siniestro también: con Momo nacieron su hermana Lamento y las Hespérides, encarnaciones del remordimiento y la culpa. Digno hijo de su madre, la risa que despide Momo se torna terrible.
Esopo cuenta que un día los dioses hicieron a Momo juez de una contienda: Zeus había creado un toro, Prometeo un hombre y Atena una casa; él, por envidioso, despreció las tres cosas. El toro debería tener los ojos en los cuernos para saber dónde embiste, dijo, el hombre debería tener una ventana en el corazón para mostrar sus sentimientos y las casas deberían de tener ruedas para poder desplazarlas si por desgracia tuviéramos un vecino insoportable. Después de su perorata fue expulsado del Olimpo.
El pecado de Momo no es chistoso y lo que ilustra la fábula tampoco lo es. Aun así su atributo es la burla. No existen imágenes antiguas que lo retraten pero lo imagino con una mueca de malicia: es el villano que encoje los hombros, y frota sus manos, en un gesto de maldad.
La última vez que había visitado una de las casas de Camila no había niños, sólo amigos, gorrones y compañeros de cuarto que no eran fácilmente distinguibles entre sí. Eso había sido en Huatulco, a principios de siglo, cuando todavía éramos jóvenes y algunos ansiaban esa forma de promiscuidad. Yo seguía estudiando, pero Camila había dejado la facultad para mudarse a una playa donde ella y algunos otros miembros de su comuna atendían una especie de chiringuito. Estaba feliz, irreconocible, leyendo y escribiendo cuando no se bañaba en el mar o se distraía con sus nuevos amigos. Me resentí un poco con ella desde ese periodo: estaba muy orgullosa de haber abandonado, al mismo tiempo, la ciudad, la carrera y a un novio que tenía. Nunca le dije que también me había dejado a mí.
Camila quería convertirse en escritora, y en Puebla, en esas pinches clases de hueva, no lo iba a lograr. Al contrario, estaba convencida de que con cada análisis lingüístico realizado, con cada marco teórico construido y con cada hipótesis corroborada, se alejaba un poco más de su novela futura. Seis meses antes de su huida ya casi no iba a clases y se la pasaba en los portales de San Pedro Cholula escribiendo cada vez mejor. Antes del verano ganó un concurso universitario y dos meses más tarde, cuando le dieron su cheque, mandó todo a volar. Los aspirantes a escritores de la ciudad sabíamos que ella era la contrincante a vencer, por ello su partida causó cierta alteración. Como si ese movimiento la alejara de todas nuestras tentativas por rebasarla y la hubiera vuelto inalcanzable.
¿Qué me cuentas de Puebla? ¿Alguna novedad?
Me irritaba la indiferencia con que entonaba ese tipo de preguntas, principalmente porque no tenía nada que decirle. Chismes inocuos que habrían corroborado lo oportuna y acertada que fue su partida.
Nada, ya sabes, como siempre.
Y descubría que no importaba qué hubiera podido decirle u ocultarle porque no me estaba poniendo atención. Ni siquiera la última vez que la vi me sentí tan celoso de ella como entonces.
La primera risa de la literatura occidental aparece al final del canto uno de la Ilíada. Hefesto se acomide a servir el néctar a los miembros de la corte olímpica y dice Homero: “y una inextinguible risa se elevó entre los felices dioses,/ al ver a Hefesto a través de la morada jadeando”. Y es que le costaba mucho trabajo desplazarse. Era cojo. Su madre Hera lo había arrojado del monte Olimpo tras haberlo parido, porque se horrorizó con su fealdad.
“Gelasinus, Gelasius. Dios de la risa y la alegría.” Diccionario de fábulas (1801), François Noel.
Así habló, y se sonrió Hera, la diosa de blancos brazos, y tras sonreír aceptó de su hijo la copa en la mano.
Más él a todos los demás dioses de izquierda a derecha fue escanciando dulce néctar, sacándolo de la crátera. Y una inextinguible risa se elevó entre los felices dioses, al ver a Hefesto a través de la morada jadeando.
(Ilíada, I, 595-600.)
Es sabido que, en la Esparta del siglo ᴠɪɪɪ a.C., el culto a deidades locales desarrolló una escuela laconia de tallado en bronce. Teucles, Doricleides, Medón, Gitiadas, Calón de Egina y Baticles de Magnesia fueron escultores de gran actividad en los templos de Lacedemonia en esa época. Alguno de ellos debió ser el responsable de erigir el monolito.
En el canto segundo el motivo de mofa es Tersites, otro tullido: era “patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros/ encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba/ tenía cabeza picuda, y encima una rala pelusa floreaba”. Un monstruo. Es un soldado aqueo que, además de repugnante, es insolente: se atreve a reclamarle a los reyes en medio de una asamblea. Este comportamiento desata la ira de Ulises, quien lo golpea con su cayado provocando la hilaridad de las tropas: “Un cardenal sanguinolento le brotó en la espalda/ por obra del áureo cetro, y se sentó y cobró miedo./ Dolorido y con la mirada perdida, se enjugó el llanto./ Y los demás, aún afligidos, se echaron a reír de alegría”. Esta risa es consecuencia de un desplante de enojo, es violenta y surge de una venganza; aunque el concepto de “ridículo” es tan importante como en el ejemplo de arriba. Se ha llegado a especular que Licurgo y Homero fueron contemporáneos; de haberlo sido compartirían una misma visión del mundo. Me pregunto si Gelos fue una divinidad maltrecha.
Amaterasu, la diosa del Sol, se escondió en una cueva con la intención de no volver a salir nunca; estaba horrorizada porque su hermano Susano’o, el dios del trueno, quería matarla. Por esto el mundo se quedó sin luz y toda forma de vida comenzó a perecer. El resto de los dioses se reunieron en la boca de la caverna e intentaron sacarla con ruegos y palabras amables, pero no tuvieron éxito. Entonces la diosa Ama-no-Uzume optó por algo diferente: puso una tinaja al revés, se paró sobre ella y, cuando atrajo la atención de todo el mundo, empezó a bailar al mismo tiempo que se quitaba la ropa. A los dioses les pareció tan gracioso que empezaron a reír, y rieron tanto que por pura curiosidad Amaterasu salió de su escondite y la vida volvió a la tierra. Desde entonces Ama-noUzume fue venerada como la diosa de la aurora y el regocijo en la antigua mitología japonesa.
No sé cómo interpretar estos dos pasajes… Héctor le recrimina a Paris: “A carcajadas seguro que ríen los aqueos, de melenuda cabeza,/ que creían que eras paladín y campeón, porque es bella/ tu apariencia; pero en tus mientes no hay fuerza ni coraje”. ¿En un mundo heroico la cobardía es motivo de burla?: “¡Eneas y Héctor! (…)/ deteneos ahí mismo y contened la hueste ante las puertas,/ yendo por doquier, antes que en brazos de las mujeres/ caigan huyendo y se conviertan en irrisión para los enemigos”.
Las nodrizas laconias eran muy cotizadas en toda la Hélade, tenían fama de educar con exigencia y sin vacilación. Gracias a ellas los niños espartanos crecían sin la necesidad de artículos superfluos como zapatos o pañales, no eran remilgosos con la comida, perdían muy pronto el miedo a la oscuridad o a quedarse solos y les negaban la posibilidad de hacer berrinches e incluso de llorar. Amicla, célebre nodriza espartana, educó a Alcibíades, uno de los grandes generales atenienses.
Werner Jaeger inició sus estudios universitarios en Marburgo en 1907, pero un año después se trasladó a Berlín con la intención de conocer a Wilamowitz y convertirse en su discípulo. Aparte de filología clásica e historia antigua, la lección más importante que aprendió de su maestro fue que el estudio de la cultura griega es un elemento indispensable para la vida espiritual de cualquier nación.
Tercera conclusión extraída de los datos obtenidos: en la vida de Cleómenes, Plutarco sitúa el templo del dios Gelos entre el del Miedo y el de la Muerte. Sólo por vecindad la Risa parece tornarse terrible, malévola. “Rinden honores al Miedo”, dice, pero “no como a los daimones a los