Los Urrejola, como se señaló –al igual que los Menchaca–, eran una de esas familias con de abolengo. A John parecía no importarle lo acaecido con su madre y lo suplía mediante una estrecha relación con sus abuelos maternos y el resto de la familia. El tema del abandono se ignoraba, sin que hubiera habido un acuerdo expreso al respecto. El estudiante de derecho y su hermano Max habían superado el trauma que el hecho les había significado. Pero en el silencio del alma y en el fondo de sus corazones, nunca desaparecería y de alguna forma marcaría sus vidas. John había desechado el gentil ofrecimiento de su familia materna para vivir con ellos mientras estudiaba derecho. Deseaba conocer la verdadera realidad social chilena y por ello prefería compartir con otros de su edad, pero de diferente estrato económico en el Hogar Universitario, lo que no obstaba para que varios días a la semana se dejara caer a cenar en casa de los Urrejola, donde siempre encontraba afecto y la comida era de una calidad insuperable. Además, mantenía como su hogar el de su padre en Lota, al que visitaba todos los fines de semana.
El ambiente en la universidad de Concepción era mayoritariamente laico y el Partido Radical de izquierda y la masonería tenían una gran influencia tanto en el alumnado como en los profesores. Era una universidad de prestigio nacional e internacional en lo académico y competía de igual a igual con las de Santiago y Valparaíso, las otras dos ciudades que contaban en Chile con establecimientos universitarios. Su acción cultural había traspasado los límites del país. Esa tendencia hacia el radicalismo con el tiempo derivaría más a la izquierda y la universidad sería el lugar donde nacerían los grupos de ultra izquierda que años después encabezarían el movimiento rupturista que se instaló en la sociedad chilena. En política, Kelly pertenecía a la naciente Democracia Cristiana, que había sido la heredera de la Falange Nacional. Era un grupo de arraigo netamente cristiano que se inspiraba en la doctrina social de la Iglesia y en pensadores como Jacques Maritain. Era liderado por Eduardo Frei, Radomiro Tomic, Bernardo Leighton y otros políticos más bien jóvenes que habían tenido su origen bajo el amparo de la Universidad Católica de Santiago. Kelly tenía plena conciencia de que era políticamente minoritario en su ambiente, pero se daba cuenta de que le respetaban por su capacidad para dialogar y por su excelencia académica. Además, poseía un don especial para expresarse.
Mónica también era católica observante, por lo que la relación entre ambos jóvenes se llevaba dentro de los estrictos cánones que la moral cristiana les imponía. Ello, en cierto aspecto, constituía en la práctica un verdadero sufrimiento espiritual y a veces casi una tortura física paras los dos. ¿Hasta dónde se podía llegar en las expresiones de cariño? ¿Cuándo se entraba en el área del pecado? ¿Estaban permitidos los “toqueteos” recíprocos? Si él, en el éxtasis propio del contacto que producían los apasionados besos intercambiados en la soledad del living de la gran casa de la familia Menchaca, para gozo de ella, le acariciaba un seno, ¿tenía que confesarse antes de comulgar? O si ella, dentro del entusiasmo común que nacía al bailar muy juntos en ese mismo living, siguiendo el ritmo de canciones suaves con letras de amor, era capaz de percibir al inicio de sus piernas el nivel de los cambios físicos que se producían en John, ¿cometía pecado? Qué decir de la realidad que vivían cuando usando el automóvil del padre de ella iban a la entonces solitaria Playa Blanca, cerca de Lota, a presenciar la puesta de sol. Era un vehículo moderno y muy amplio, por lo que el espacio facilitaba la concreción del entusiasmo carnal que el hermoso espectáculo provocaba en ambos. Vivieron todos los años del noviazgo en esa verdadera caldera emocional, la que los llevaba a una especie de culpa espiritual constante. Ello, debido a la estricta formación católica que habían recibido, dentro de la cual en realidad había dos pecados condenables: no ir a misa los domingos y todo lo que tuviera que ver con la pureza, incluyendo la masturbación, la lectura de libros que contuvieran relatos “subidos de tono” y, lógicamente, los contactos corporales avanzados con una persona del otro sexo. No importaba que un católico faltara a la verdad o no fuera solidario o caritativo. Esas eran faltas veniales, pero las otras eran mortales y requerían de confesión, pues si una persona se moría tendiendo pendiente uno de ellas, se iba al infierno sin remedio. Pero en este caso concreto, al final, como si hubieran obtenido el más grande de los galardones a conseguir, ambos fueron capaces de llegar vírgenes al matrimonio.
La fiesta de bodas constituyó un destacadísimo evento social en Concepción dada la trascendencia y antigüedad de las familias de ambos novios, así como la fortuna de la familia de la novia. Los padrinos fueron los padres de ella y el progenitor y la abuela materna del novio. No faltó nadie de la elite penquista, con excepción lógica de la madre de John. En la preparación del matrimonio los padres de la novia pusieron todo su esmero. Dinero para tener una fiesta fastuosa no faltaba, ya que José Menchaca era uno de los más exitosos abogados de la zona. No se escapó detalle alguno. La ceremonia la celebró el arzobispo en la Catedral y la asistencia casi llenó el gran templo. Contó con la presencia de los más distinguidos políticos de la región, entre ellos cuatro de los cinco Senadores que en esos años elegían las provincias de Ñuble, Concepción y Arauco. En una época en que en Chile prácticamente no existía el whisky, lo hubo a destajo y el buffet ofrecido incluyó los más exquisitos manjares. La música y el baile duraron hasta la madrugada del día siguiente y los novios participaron activamente, y se retiraron tarde, más allá de lo que era la costumbre, pues sostenían que la fiesta a la larga era para ellos y quisieron gozarla lo más posible compartiendo con sus familiares y amigos. La primera noche de luna de miel no la pasaron en el mejor hotel de la ciudad, como era la tradición, sino que en una estupenda casa recién construida que les facilitó un gran amigo del novio. Estaba ubicada a la orilla de la laguna San Pedro, al otro lado del ancho Biobío, donde empezaban a levantarse las primeras viviendas modernas que después rodearían la laguna. En realidad, se trataba de un verdadero lago en cuyas orillas con los años habían crecido antiguos y hermosos árboles autóctonos y donde abundaba una gran cantidad de aves y arbustos típicos de la región. La sala así como el dormitorio principal eran amplísimos y tenían una vista privilegiada a la laguna. A este sitio llegaron los novios cuando ya despertaba la luz del nuevo día. Tenían a sus pies la soledad y la vista esplendorosa de aguas cristalinas. Era un ambiente en realidad idílico. Al ingresar se dieron cuenta de que sobre la mesa de caoba ubicada en el centro del living había una hielera con restos de hielo que contenía una botella de champagne Dom Perignon. Él, coquetamente, le dijo:
–Te invito a que nos tomemos nuestra primera copa de champagne como marido y mujer.
Ella respondió con un suave y cercano:
–Encantada.
Mientras John abría la botella y llenaba los vasos con el exquisito licor espumante, ella fue hacia el equipo de música que estaba en el rincón opuesto y buscó un disco para aquella ocasión única. Eligió un long play de Nat King Cole, y empezó a escucharse la suave e inconfundible voz con acento norteamericano que sonaba “Acércate más y más, pero mucho más…”. John le pasó una copa a Mónica y después de que ambos bebieron mientras se miraban a la cara, él le tendió los brazos y le dijo:
–¿Bailemos?
Ella, sin responder, se abrazó al cuerpo de quien era ahora su marido y se fundió con él de una manera que no lo había hecho nunca antes. Durante todos los años que duró el noviazgo en los instantes en que el enamoramiento los llevaba al umbral del límite permitido, ella siempre tenía una observación cariñosa para pedirle que se detuvieran. John nunca había sentido en Mónica la sensación de una entrega total y sin restricciones. Siempre percibía que al final había una barrera, una especie de freno que estaba listo para ser activado. En esta ocasión, cuando la apretó contra su cuerpo para iniciar el baile más especial y romántico de sus existencias, él se dio cuenta de inmediato de que esa cautela había desaparecido. Percibió que toda posibilidad de insinuar un límite se había esfumado. Por su parte, él también sintió en ese momento una sensación única, pues le llegaba a su cuerpo y a su alma el mensaje libre de ataduras que le estaba enviando su ser tan amado. Bailaron toda la primera canción del disco y cuando se iniciaba la segunda, él poco a poco