—Tu pecho se congelará, si no te colocas esto –dijo Kira, mientras se ponía la abrigada prenda.
—Relájate y duerme –le respondió Poni, colocando sus manos en la nuca –cuando salgamos de aquí, y lleguemos a las Torres Blancas, conocerás lo que es realmente el frío. Pero mientras estemos aquí encerrados, deberías conservarla para mantener la temperatura corporal. Ahora descansa, necesitaré que estés preparada para mañana.
Kira, al igual que su amado, cerró los ojos para lograr descansar. Fuera de los calabozos, en el recinto principal de la cueva, Siago ordenaba a uno de sus hombres que se dirigiera hacia Ismiranoz donde entregaría el mensaje a Golbón, de que habían capturado con vida al nuevo rey de Fallstore y que le darían su cabeza, a cambio de la recompensa y alguna de las fortalezas de los cinco reinos.
Lo que les jugó en contra, fue que una de las patrullas argentianas, atrapó al malhechor mientras cabalgaba hacia el Norte y lo llevaron ante Brazo de Hierro, quien ordenó que prepararan una fuerza de ataque, con la cual rescatarían a los tres fallstorianos.
Mientras tanto, los días pasaban tan rápido que los tres amigos no se daban cuenta si era de día o de noche y siempre era lo mismo a la hora de comer. Nimbar, sentía asco por el aroma del pan rancio y el queso duro. Durante una de sus comidas, el príncipe de un salto se puso en pie. Estaba feliz, como si hubiera omitido un detalle importante durante su encierro. De una de sus botas, extrajo una pequeña daga, la cual en el filo tenía una inscripción que decía:
“Las Amistades, son eternas. Gracias por brindarme la tuya”.
J.E.
—¿Quién es J.E.? –preguntó Kira, admirando el bello acero en el que había sido escrita la frase.
—Un amigo –respondió Ponizok tomando el arma de las manos de su amada –su nombre es Jaclen Eraliar, su padre es el guardián de la fortaleza de Mantorialen y sus feudos allegados. Desde los inicios de nuestro reino, los Greywolf y los Eraliar han sido grandes aliados en las guerras de conquista, en las cuales todos los que ahora son servidores de mi padre, hace años atrás, fueron sus más grandes enemigos. Nosotros, los Greywolf, fuimos los constructores del reino, hemos hecho cada una de las ciudades, castillos y fuertes de todo Fallstore. Por eso digo que los lores de mi padre son guardianes de las estructuras donde viven.
—Pero en el caso de que uno de ellos se revele, las fortalezas les pertenecen a ustedes, por lo cual, no tienen lugar donde esconderse –dijo Kira tomando un trozo de pan.
—Nadie lo ha intentado todavía –dijo el joven príncipe –ya que ven las desventajas de tenernos como enemigos y lo piensan dos veces antes de hacerlo. Mi padre solía decirme que, si quieres gobernar un reino, debes tener de tu lado a todos tus vasallos. Por eso cuando era niño, recorrimos juntos el reino y el me presentó a todas las diferentes casas.
—Y a este Jaclen, le tienes bastante cariño ¿no es así? –preguntó Nimbar –desde el momento en que te regaló una daga con esa inscripción, deben de ser muy amigos.
—A Jac lo conocí durante ese viaje. –respondió Poni –Él compitió a mi lado, en el torneo del Bosque Nevado cuando yo tenía apenas trece años, y nunca dejó de escuchar mis órdenes. Lord Holargoth Eraliar, el padre de Jaclen, habló hace años con el mío para comprometerme con la hermana de mi amigo, pero Jaclen me hablaba y me pedía, que no la aceptara, ya que, si no, sería una tortura tenerla como futura reina. Hablé en persona con mi padre y le expliqué la situación y me respondió que no habían llegado a un acuerdo, por lo que ella cree que me casaré con ella. Pero lo malo es que yo elegí a una bella mujer como mi futura reina, y prometo a Faler y Mindlorn que los sacaré de aquí con vida.
Por la puerta, seguido por una escolta armada, entró Siago quien miraba con una sonrisa en el rostro a los tres amigos. Poni escondió la daga bajo la manga de su camisola para que no se la quitaran y entorpecieran el plan de escape que había planeado durante los días de encierro. Varios ballesteros apuntaban desde afuera de las rejas al joven príncipe, quien desde adentro los miraba con odio.
—Veo que estar encerrados, les enseñó a todos a no abrir la boca en mi presencia –dijo Siago, mientras recibía la Furia del Sur que le era entregada por Sombra. –Envié un mensajero hace varios días, quien debía notificarle a Golbón de tu captura, y este debía enviar hombres para llevarse tu cabeza y darme la recompensa. Igualmente, la vida juega con nosotros, porque, lo único que recibí, fue una gran decepción por parte de mis queridos servidores.
—Lo único que aprendí del encierro, fue el valor de la ira y la venganza. –dijo Ponizok, clavando la mirada en el bandido –Se hacen llamar los Juramentados de la Ley, lo que me hace preguntar: ¿De qué ley están hablando? Ustedes son bandidos, violadores, ladrones y desertores que buscan la forma de ganarse el pan a través de los secuestros y asesinatos.
—Nuestro lema es “recibimos de la justicia” –dijo Sombra abriendo la puerta de la celda de Ponizok –por impartirla, somos recompensados, por lo que no nos importa lo que piensen los demás. Somos simples burgueses en esta tierra de mentiras y traiciones.
—No perdamos más tiempo, –dijo ansioso Siago entregándole la Furia a su compañero y consejero –tengo asuntos que atender, por lo que deberé dejarlos. Pero no teman, ellos se encargarán de terminar el trabajo con rapidez, por lo cual, no escucharán los gritos de dolor de su amigo. –El malhechor salió de los calabozos, dejando solamente a Sombra y cuatro bandidos, para que sostuvieran al príncipe mientras este último le rebanaba la cabeza.
Los ballesteros que apuntaban desde afuera, conservaban sus dedos en los gatillos, por si el prisionero intentaba escapar.
Sostuvieron de los brazos al príncipe para que no pudiera moverse, obligándolo a arrodillarse. Sombra colocó sobre el cuello de Ponizok el filoso acero del arma y calculó donde iba a producir el corte.
—Todos recordarán el día, en el que el último de los Greywolf murió. –dijo levantando el arma.
—No te importa si te digo uno mejor. –dijo Ponizok –Todos recordarán el día en que unos inútiles, trataron de mantener encerrado a un lobo.
Poni logrando librarse de los que lo sostenían, sacó de la manga de su camisola la daga que le había sido obsequiada por su amigo y con un movimiento rápido de manos, dio muerte a los dos que lo habían retenido. Los ballesteros, dispararon los virotes de sus armas, pero estos dieron contra las paredes rocosas del calabozo. Lanzó la daga contra uno de ellos, en el momento en que este recargaba nuevamente su ballesta.
Cara a cara quedaron el joven príncipe con Sombra, el cual quedó paralizado por la velocidad, con la que el fallstoriano dio muerte a sus secuaces.
—Creo que eso me pertenece –dijo Ponizok señalando la espada –pero no te preocupes, en unos segundos la tendré en mis manos.
Sombra atacó con todas sus ganas a Ponizok. Este lo tomó por el brazo y usó de escudo al bandido, contra el virote que había sido disparado. El ballestero, tiró el arma al suelo y se arrodilló ante el fallstoriano, quien decía algo al oído del difunto Sombra.
Tomando su espada y las llaves que se hallaban en el cinturón del muerto, salió por la puerta en dirección a donde estaba rendido uno de los malhechores, que rogaba por su vida y le pedía que lo perdonara porque él solo seguía órdenes. Pero Ponizok, lleno de rencor, decapitó sin piedad al sumiso enemigo. Luego, con las llaves en mano, fue liberando a sus amigos. Estos miraban impresionados los cadáveres que esparcían sangre sin cesar sobre el piso. Nimbar le entregó la daga a su amigo, para que la pudiera guardar nuevamente.
—No tardarán en darse cuenta que hemos escapado –dijo Ponizok, abriendo la puerta que llevaba a los salones superiores de la cueva –Primero deberíamos recuperar nuestras cosas. Las necesitaremos en el viaje de regreso, por si nos siguen.
—El